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Aquellas caricias se intensificaron, y por un instante, Dylan no pudo detenerse. Era como si aquel beso tuviera un poder electrizante, incapaz de resistir el impulso. Ambos cayeron sobre la cama, consumidos por el deseo. Él siguió besándola, sus manos se deslizaron hasta su cintura, abrazándola con más fuerza, acercándola a su cuerpo.Dylan llevó sus labios al cuello de Marella, quien dejó escapar un jadeo entrecortado. Pero, de pronto, comenzó a reír. Con una sonrisa algo borrosa, ella acarició su rostro y lo miró a los ojos. En ese momento, Dylan se detuvo, dándose cuenta de algo extraño: sus pupilas dilatadas y su mirada fija le hicieron darse cuenta de que su conciencia estaba alterada.Preocupado, acunó su rostro entre sus manos.—¡Marella! ¿Qué has tomado? ¿Te has drogado?Ella soltó una carcajada y trató de acercarlo de nuevo.—¡Dame otro beso, tengo calor! —dijo, entre risas.Él retrocedió, resistiéndose, aunque su cuerpo le pedía lo contrario. No podía hacerlo; jamás tocaría a
Al día siguiente, Marella abrió los ojos y se removió entre las sábanas, sintiendo un intenso dolor de cabeza. Su cuerpo estaba débil, y al mirar a su alrededor, el techo blanco y el estilo minimalista del cuarto casi le hicieron pensar que estaba en el hospital.«¿Dónde estoy?», pensó, confusa.De pronto, los recuerdos de la noche anterior la golpearon: ¡aquel abogado repugnante! Marella se enderezó de un salto y levantó la sábana que la cubría, mirando su cuerpo semidesnudo. El miedo se apoderó de ella; la posibilidad de haber sido abusada por un hombre tan despreciable la hizo sentir una mezcla de rabia y terror. Entonces, una figura masculina salió del cuarto de baño.Dylan Aragón apareció con el torso descubierto, su camisa abierta dejando ver su musculoso torso y abdominales perfectamente definidos. Marella lo miró, sorprendida, y rápidamente se cubrió con la sábana.—¡Señor Aragón! —gritó, abrumada.Dylan esbozó una pequeña sonrisa burlona mientras abotonaba su camisa y ajustaba
Los empleados no dudaron en llamar a una ambulancia, y Marella no se alejó de la mujer, acompañándola al hospital con el corazón acelerado.***Cuando Eduardo llegó a la casa de Marella, la frustración lo invadió al no encontrarla. Sus ojos se fijaron en la madrastra de Marella, y su voz retumbó en la habitación.—¡¿Dónde está?! —gritó, su ira palpable.—¡He dicho que no lo sé! —exclamó la mujer, visiblemente asustada—. Por favor, libera a mi esposo. Te aseguro que Marella no volverá a entrometerse en tu vida. Deja en paz a mi marido.Los ojos de Eduardo se tornaron severos, llenos de determinación.—Escucha con atención: si quieres que deje en paz a tu querido marido, asegúrate de que tu amada hijastra llegue a este lugar —dijo, anotando una dirección con rapidez—. Miéntele, no quiero que sepa que se encontrará conmigo. Debe estar completamente confiada.La mujer miró el papel, dudó un momento, pero finalmente asintió.—Lo haré.Con un gesto de desprecio, Eduardo se levantó y se march
Marella salió del hospital a toda prisa, dejando a la señora Bauer sin una despedida. Su mente estaba abrumada por el miedo; solo podía pensar en su padre. Con el corazón latiendo desbocado, tomó un taxi y le pidió al conductor que la llevara al lugar que más le inquietaba.***Dylan Aragón llegó corriendo al hospital, desesperado por ver a su madre. Ella era todo lo que tenía en el mundo, y la idea de perderla lo estaba volviendo loco. Al encontrar al doctor, su corazón se detuvo por un momento.—Su madre está bien, señor Aragón —le dijo el médico—. Solo sufrió una baja de tensión. Al parecer, tuvo un episodio emocional que la llevó a este estado.La sorpresa lo golpeó como un puñetazo. ¿Qué podría haber llevado a su madre a una situación tan crítica? Su mente rápidamente se dirigió a Marella.Al entrar en la habitación, la imagen de su madre lo desconcertó. Ella sonreía, hablando animadamente por teléfono.—¡Cómo lo digo, amigas! Estoy segura de que pronto estaré celebrando una boda.
Dylan apenas podía contener su desdén cuando vio entrar a Máximo en la habitación.—¿Qué haces aquí, Máximo? —le espetó con voz firme y fría, sin una pizca de familiaridad.Máximo se detuvo, mirando a su hijo como si sus palabras fueran un golpe inesperado. Ya no le llamaba "papá". Aun con dolor en los ojos, trató de mantener la calma.—Me enteré de que Miranda enfermó y vine a ver cómo estaba. Quería ayudar.—Ni ella ni yo necesitamos nada de ti. Vete. —Dylan dio un paso adelante, cerrándole cualquier posibilidad de quedarse.El semblante de Máximo se hundió; aun así, insistió, tratando de contener su propio orgullo.—Dylan, ¿hay algo que pueda hacer para que me perdones?Dylan esbozó una sonrisa cínica y desvió la mirada, sin molestarse siquiera en responder con dignidad.—Te lo dije hace tres años, y te lo repito ahora: para mí, ya no eres nada. Ahora márchate.Máximo se quedó sin palabras, derrotado, y, con la cabeza baja, se dio la vuelta y salió de la habitación. Miranda, que lo
Los ojos de Marella se quedaron fijos en el mensaje que acababa de recibir. Lo leía una y otra vez, sin poder procesarlo del todo. Sus manos temblaban, y en su pecho sentía un latido fuerte y acelerado que la asfixiaba.—¿Dylan Aragón… aceptó casarse conmigo? —repitió en un susurro. Sacudió la cabeza con incredulidad, sintiendo que debía ser una broma, una cruel burla del destino. Alzó la mano y tocó su labio partido; la sangre se había secado, pero el dolor y la indignación permanecían ahí, en su piel y en sus recuerdos—. Esto tiene que ser una locura…El impulso de huir se apoderó de ella. Decidida, salió a la avenida con paso firme y, en cuanto vio un taxi, lo abordó sin dudarlo, alejándose de aquel lugar que le traía tan malos recuerdos.***En el hospital.Miranda, tendida en la cama, abrió los ojos lentamente. Estaba agotada, y su cuerpo, vulnerable. Lo primero que notó fue la ausencia de su hijo en la habitación, seguro estaba trabajando, eso creyó.Pensó en contarle a Dylan la
—Voy a casarme con Marella Robles —anunció Dylan.Los ojos de Franco Nassin se abrieron sorprendidos; era su mejor amigo, y no podía creer lo que estaba escuchando.—¿Es una especie de broma que no entiendo? —exclamó, convencido de que Dylan nunca había tenido tan buen sentido del humor.Dylan negó con la cabeza.—No, ya lo decidí. Me casaré con ella para vengarme de los Aragón.Franco sacudió la cabeza, totalmente decepcionado.—¡Dylan, eso es una locura!—La locura fue dejar que esas personas pisotearan a mi madre y mi propia dignidad. Se han vuelto monstruos cada vez más grandes y difíciles de tolerar. ¿Sabes por qué mi mamá está en esa cama de hospital?Franco se encogió de hombros, intrigado.—¡Es culpa del cobarde de Eduardo!Dylan le mostró un video que le había enviado Marella, y Franco sintió un profundo odio hacia la actitud de ese hombre.—Entiendo que lo odies, pero ¿tanto como para casarte con su ex?Dylan sonrió, había un brillo de determinación en sus ojos.—¿Y por qué n
Los ojos de Marella reflejaron el temor mientras intentaba alejarse.—¿Qué haces aquí? —preguntó, su voz temblando.Eduardo la sujetó del cuello, mirándola con rabia.—¿A quién esperas aquí?Ella luchaba, sintiendo la presión en su garganta, mientras Dylan se acercaba, listo para intervenir. En un instante de desesperación, Marella le propinó un golpe bajo a Eduardo, quien cayó al suelo gritando de dolor.—¡Maldita perra! —exclamó, intentando levantarse.—Hice lo que querías al disculparme con tu prometida, ¿no? ¡Déjame en paz! —respondió Marella, furiosa.—¿Por qué? ¿Quieres disfrutar de la atención de mi hermano como una perra en celo? —preguntó Eduardo, con desprecio en su voz.Marella sintió un escalofrío al escuchar esas palabras. Tragó saliva, tratando de mantener la compostura.—No sé de qué hablas.Intentó alejarse, pero él la sujetó del brazo con firmeza.—¿Qué pretendes? ¿Revolcarte con el bastardo de Dylan para fastidiarme?—¿Estás celoso? —replicó Marella, sorprendida.Edua