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Marella los observó con odio encendido. Se levantó del suelo, su labio sangrando, pero una sonrisa torcida apareció en su rostro.—¡Jódanse! —escupió a sus pies, su voz cargada de veneno.Eduardo la miró lleno de rabia, su rostro irritado, y de un golpe, abofeteó su mejilla con fuerza. El eco del golpe resonó en la sala.Marella cayó al suelo, el dolor se extendió por su cara, pero en lugar de llorar, comenzó a reír. Una risa aguda y amarga que hizo que el aire en la habitación se sintiera pesado.—Eduardo Aragón, ¿me golpeas porque herí tu orgullo... o porque dudas de que ese bebé que espera ella sea tuyo? —susurró, cada palabra, una daga.Eduardo frunció el ceño, su rostro se puso rojo de ira. Marella lo miró, luego desvió la vista hacia la puerta, pero sonrió, triunfante.—No me disculparé. Sigo pensando que tu mujer es una zorra, y ese hijo que espera no es tuyo. Cría un bastardo, Eduardo... ya sabes lo que dicen, "de tal palo, tal astilla."—¡Marella! —rugió Eduardo, su voz era co
Marella sintió el miedo apoderarse de su cuerpo mientras trataba de adivinar las intenciones de Dylan. ¿Y si le pedía pasar la noche con él? Esa pregunta rondaba en su mente, erosionando su última pizca de calma. Ella no quería entregarse a ningún hombre por dinero, pero la situación era crítica: su padre estaba en peligro. ¿Podría sacrificar su dignidad por él?Sabía que lo haría si no había otra opción, pero solo la idea le partía el corazón.Dylan notó cómo el cuerpo de Marella temblaba bajo su mirada.Con un gesto rápido, la soltó, alejándola de él.—No te hagas ilusiones —dijo con frialdad—. No eres mi tipo.El comentario hizo que Marella frunciera el ceño. Al miedo ahora se le unía la rabia.—Bien —respondió con sarcasmo—, tú tampoco eres el mío.Los ojos de Dylan se endurecieron, afilándose como dagas. —. Entonces, ¿qué demonios quieres de mí?Marella intentó mantener la calma, aunque su voz apenas pudo sostenerse.—Es por mi padre…Pero Dylan la interrumpió, cruzando los braz
Marella miró a Glinda y Yolanda con desprecio, pero sabía que ya había tenido suficiente de ellas. Todo lo que quería era marcharse. Estaba a punto de irse cuando la voz chillona de Glinda la detuvo.—¡Marella, has robado mi anillo de compromiso! ¡Devuélvemelo!Marella se giró, furiosa, sus ojos ardiendo de indignación.—¡Vete al diablo! No te he robado nada.Yolanda, rápida como un rayo, le arrebató el bolso a Marella antes de que pudiera reaccionar. Abrió el cierre y, para sorpresa de nadie, allí estaba la sortija.—¡Ladrona! —exclamó Yolanda con un desprecio profundo—. Claro, como ahora tu padre es un delincuente, tú también te has convertido en una ladrona.El rostro de Marella se encendió de vergüenza e ira.—¡Eso no es cierto! —gritó, temblando de rabia—. ¡No robé nada! ¡Glinda, tú lo pusiste en mi bolso!Glinda sonrió, fingiendo indignación.—¿Yo? —preguntó con un tono cargado de sarcasmo—. Eres patética, Marella. Solo acepta que me robaste.No pasó mucho tiempo antes de que los
Marella tomó la copa y apenas probó el líquido. Frente a ella, el hombre le sonreía, como si ya supiera lo que vendría. Solía emplear esas tácticas para acercarse a mujeres jóvenes y hermosas, aquellas que normalmente no le dirigirían ni una mirada.—¿Y bien, primor? ¿Cuál es el asunto? —preguntó él, con una sonrisa calculada.Marella respiró hondo antes de responder, procurando que su voz no temblara.—Mi padre fue acusado de malversación de fondos, pero es inocente, ¡lo juro!El hombre arqueó una ceja, divertido.—Vaya, vaya, parece un caso serio. ¿En qué empresa trabaja?Marella vaciló; temía que, al revelarlo, él la rechazara.—Es… la empresa Aragón.El hombre enmudeció por un instante y luego soltó una carcajada.—¡Cariño, esto es una guerra de David contra Goliat!***Al fondo del bar, Dylan Aragón estaba con su amigo Franco, intentando pasar desapercibido. Dylan apenas prestaba atención a las mujeres que, desde lejos, le lanzaban miradas llenas de halagos. Para él, esta noche so
Dylan observó a Marella con sorpresa e intriga.—¿Estás bien, Marella? ¿Qué haces aquí?Ella lo miraba con una mezcla de miedo y urgencia, echando rápidas miradas hacia atrás. En ese momento, el hombre que la seguía los alcanzó y, con una expresión retorcida, tomó a Marella del brazo.—No pasa nada, señor, ella es mi mujercita. Ha bebido un poco de más, vendrá conmigo.—¡Suéltame! —gritó Marella, mientras su mirada empezaba a nublarse.Dylan sujetó el brazo de Marella y se enfrentó al hombre con furia.—Suelta a la señorita Robles ahora mismo, o será lo último que hagas —dijo con una firmeza que hizo retroceder al hombre.—Yo… yo… ¡Ella me pertenece!Dylan apretó el puño, sus ojos fulgurando con rabia.—Nadie le pertenece a nadie. Aléjate, si no quieres perder unos dientes.Un guardia se acercó al escuchar los gritos.—¿Señor Aragón? ¿Todo está bien?El hombre palideció, soltando a Marella de inmediato.—Ha sido un malentendido… no volverá a ocurrir.El hombre se dio la vuelta y se fue
Aquellas caricias se intensificaron, y por un instante, Dylan no pudo detenerse. Era como si aquel beso tuviera un poder electrizante, incapaz de resistir el impulso. Ambos cayeron sobre la cama, consumidos por el deseo. Él siguió besándola, sus manos se deslizaron hasta su cintura, abrazándola con más fuerza, acercándola a su cuerpo.Dylan llevó sus labios al cuello de Marella, quien dejó escapar un jadeo entrecortado. Pero, de pronto, comenzó a reír. Con una sonrisa algo borrosa, ella acarició su rostro y lo miró a los ojos. En ese momento, Dylan se detuvo, dándose cuenta de algo extraño: sus pupilas dilatadas y su mirada fija le hicieron darse cuenta de que su conciencia estaba alterada.Preocupado, acunó su rostro entre sus manos.—¡Marella! ¿Qué has tomado? ¿Te has drogado?Ella soltó una carcajada y trató de acercarlo de nuevo.—¡Dame otro beso, tengo calor! —dijo, entre risas.Él retrocedió, resistiéndose, aunque su cuerpo le pedía lo contrario. No podía hacerlo; jamás tocaría a
Al día siguiente, Marella abrió los ojos y se removió entre las sábanas, sintiendo un intenso dolor de cabeza. Su cuerpo estaba débil, y al mirar a su alrededor, el techo blanco y el estilo minimalista del cuarto casi le hicieron pensar que estaba en el hospital.«¿Dónde estoy?», pensó, confusa.De pronto, los recuerdos de la noche anterior la golpearon: ¡aquel abogado repugnante! Marella se enderezó de un salto y levantó la sábana que la cubría, mirando su cuerpo semidesnudo. El miedo se apoderó de ella; la posibilidad de haber sido abusada por un hombre tan despreciable la hizo sentir una mezcla de rabia y terror. Entonces, una figura masculina salió del cuarto de baño.Dylan Aragón apareció con el torso descubierto, su camisa abierta dejando ver su musculoso torso y abdominales perfectamente definidos. Marella lo miró, sorprendida, y rápidamente se cubrió con la sábana.—¡Señor Aragón! —gritó, abrumada.Dylan esbozó una pequeña sonrisa burlona mientras abotonaba su camisa y ajustaba
Los empleados no dudaron en llamar a una ambulancia, y Marella no se alejó de la mujer, acompañándola al hospital con el corazón acelerado.***Cuando Eduardo llegó a la casa de Marella, la frustración lo invadió al no encontrarla. Sus ojos se fijaron en la madrastra de Marella, y su voz retumbó en la habitación.—¡¿Dónde está?! —gritó, su ira palpable.—¡He dicho que no lo sé! —exclamó la mujer, visiblemente asustada—. Por favor, libera a mi esposo. Te aseguro que Marella no volverá a entrometerse en tu vida. Deja en paz a mi marido.Los ojos de Eduardo se tornaron severos, llenos de determinación.—Escucha con atención: si quieres que deje en paz a tu querido marido, asegúrate de que tu amada hijastra llegue a este lugar —dijo, anotando una dirección con rapidez—. Miéntele, no quiero que sepa que se encontrará conmigo. Debe estar completamente confiada.La mujer miró el papel, dudó un momento, pero finalmente asintió.—Lo haré.Con un gesto de desprecio, Eduardo se levantó y se march