Mis manos se sentían inquietas a medida que me dirigía al oscuro estacionamiento subterráneo de la aerolínea para recoger mi auto. Todo mi cuerpo estaba en necesidad del toque suave de una inocente mujer con cabello color caramelo, largo hasta el final de su espalda.Mi ansiedad aumentaba con cada paso. Tenerla por cuatro días conmigo solo había servido para arraigarme más a ella, para anhelar su presencia con ferocidad. Y solo había pasado un jodido día sin ella.Pero ese único día había sido una tortura. En la mañana, el lado izquierdo de mi cama se sentía frío, y sin su risa y su voz el lugar parecía una cueva sin un alma que llenara el espacio silencioso.Su cuerpo no había despertado con mis brazos a su alrededor y su sonrisa no me había saludado apenas abría sus ojos y percibía que yo estaba ahí.Por eso iba con ímpetu después del trabajo en su búsqueda. Había dejado pasar el día de ayer para no parecer un jodido psicópata obsesionado, y solo la había llamado en la noche antes
No comenté ni produje un solo sonido al momento de entrar por esa puerta luego de que Daniel me dejara. Mi cuerpo se estremecía de sólo imaginar a Alexander volviendo a cruzar el umbral.Toda la situación todavía tenía a mis manos inquietas y a mi estómago hecho un retorcijón. El Scott mismo sabía que pasaba algo y solo iba a mi lado en silencio. Incluso, cuando llegué hasta mi cuarto y tranqué la puerta, él se sentó junto a mí en la cama, completamente inmóvil. Justo como yo lo estaba.Vagamente escuché el llamado de ella cuando subía las escaleras. Pero mi reacción seguía siendo la misma, completamente estoica y esquiva. Mi único objetivo era mi cuarto para tratar de alejarme de ella, desde el día anterior, cuando escuché lo que sucedía de la boca del señor Nicolás. Había vuelto tarde ese día y había hecho la misma táctica que hoy. Pero no valía de nada. Ella todavía estaría ahí hablándome como si no estuviera trayendo de vuelta a mi vida a la persona que nunca tuvo que estar ahí
Apresurándome fuera del estrecho baño, fui hasta la cama donde mi teléfono resonaba sin cesar con un tono de llamada extraño para mí. El teléfono tiene un sonido específico a cada persona para lograr identificarlos al instante.—¿Bueno? —contesté, con el ceño fruncido.Me senté en la cama atrapando, con mi mano derecha, mi cabello detrás de mi oreja.—Eloise... Que bonita voz. Suenas igual que siempre —comentó una voz de hombre del otro lado.Apreté el teléfono, con mi ceño aun más marcado, con una mala sensación en mi estómago.Bajé mi mano de mi cabello lentamente.—¿Quién habla? —exigí.—¿No me recuerdas, pequeña Eloise? —respondió demasiado cariñoso y familiar. Mi pequeña Eloise. Sólo podría venir de él.—No... —susurré, más que nada para negarlo en mi cabeza. El sentimiento en mi estómago y pecho se intensificó. Era como lava ardiendo cada rincón dentro de mi cuerpo. Esa sensación de cuando te lanzas de un acantilado, con el miedo a una mala caída en tus entrañas.—No hay nada qu
Todo fue un borrón después de eso. No muy consciente de cómo Daniel entró, me abrazó, tomó mis hombros y los acarició queriendo sacar una respuesta de mí.—¿Qué pasó, Eloise? —Su voz llegó a mis oídos preocupada y nerviosa. Su rápida respiración chocaba contra mi rostro.Cuando alcé mi mano hasta mis mejillas apenas me di cuenta que todavía seguía llorando, que todavía tenía un nudo en mi garganta. Apreté mis labios juntos y respiré profundo, me las limpié y me levanté dejando caer lo brazos de Daniel.—Habla conmigo, Elie —suplicó, con su voz ronca. Pero no tenía nada que decir. Nada salía de mi garganta. Tan asustada como para expresar lo que sentía.Y así pasé el día. En una burbuja alejada de los que me rodeaban. Oyendo, pero no escuchando lo que hablaban. Dejando a Daniel desconcertado por mi brusco cambio de humor. Dejando preguntas en su mente y haciéndolo enloquecer.Al igual que a mí, pensando en un futuro próximo, en qué pasaría cuando bajara y pusiera un pie en el muelle. S
Hace seis años.—¡Eloise, apresúrate, Marval cerrará la puerta y nos quedaremos de nuevo afuera! —¡Ya voy! ¡Ya voy! —Tomé el último libro que necesitaba del casillero y lo cerré con un estrepitoso golpe. Vi la cabellera castaña de Melanie y salí corriendo a la par con ella.Nuestras furiosas pisadas se escuchaban por los amplios y vacíos pasillos. Ya íbamos tarde, no íbamos a lograrlo a tiempo, y todo por quedarnos pegadas con una estúpida revista en la biblioteca. Cuando levantamos la vista de ella lo único que vimos fue completo desalojo, lo que significaba que ya estaban entrando a clases y lo que se reducía a nosotras con otra queja de parte de Marval, la profesora de química. —Estúpido e interesante test de amor, —lo insulté en un susurro mientras seguía corriendo por las escaleras. Al menos estábamos a punto de llegar.O eso creía. A lo lejos, observé como un grupo de cuatro chicos venían en dirección contraria. Pensé que se abrirían paso, pero en sus caras vi diversión y en
Hace seis años.—Posa para la foto, Alexander —le insistí, forzándome a mí misma a pretender que no pasaba nada. Él puso sus comunes ojos en blanco y me abrazó desde atrás. Clara Davidson hizo clic con su vieja cámara al ángulo perfecto de nosotros dos en el campo abierto y ya estaba listo el retrato de la hipocresía.Clara, una chica universitaria que estudiaba fotografía, me había pedido posar para ella en unas cuantas fotos para un trabajo que debía entregar. Amablemente había aceptado, pero para mi incomodidad Alex se había presentado de forma inesperada en la casa y se había unido a la salida no muy satisfecho.Ignoré el hecho de que no sería bueno cuando estuviéramos a solas y traté de disfrutar el momento en la extensión del variopinto jardín botánico de la ciudad. Los colores y las texturas transmitían una sensación de ligereza y alegría a mi cuerpo, cosa que si miraba a Alexander no había tenido desde hace mucho tiempo.En vez de eso me invadía una aprehensión y recelo cuand
Con un último vistazo de ella enroscada de una manera auto protectora en la cama, con sus ojos hinchados, cerré la puerta de la cabina y la dejé en paz porque necesitaba calmarme y drenar toda la furia e impotencia que contenía mi cuerpo.Al llegar a estribor apreté mis manos en la templada barandilla de metal mirando la oscuridad tragarse el océano.Mi cabeza no paraba de retratar imágenes de una alegre Eloise siendo maltratada por un enfermo. Un jodido loco sin escrúpulos que había terminado dejándola en un hoyo negro interminable. Toda la idea de que nadie le creyó o hicieron caso a sus acusaciones me alteraba y me enfurecía como el demonio. Porque ella siguió soportando su mano dura con miedo, porque no tenía a nadie en quien confiar para que le diera una salida del infierno.—¡Maldito bastardo! —maldije en la soledad del yate, y al mismo instante mi puño encontró una pared cercana de acero, dejando mis nudillos palpitando de dolor. Sin embargo, de ninguna manera la furia que sent
El tranquilo subir y bajar de mi pecho calmaba la tormenta de su cabeza, y sus manos aferradas a mis costados, calmaban la mía evitando que mis pensamientos volvieran a lo contado, evitando recrear el dolor de sus ojos. Evitando pensar en el bastardo que hizo con ella un títere y había vuelto para seguir con lo que hubo empezado. Ella no dejaba que mi cuerpo reaccionara a toda la rabia contenida por la impotencia. En vez de eso, me hacía abrazarla tratando de protegerla de todo lo que alguna vez le hizo daño. Alejando sus miedos y demonios.Acaricié y respiré el aroma de su suave cabello. Todavía seguía sintiendo esa necesidad de encontrarlo y hacerle pagar por lo que hizo, pero tenerla de vuelta conmigo me hacía recordar que lo que importaba era el ahora. Que con Alexander o no, yo la tenía de vuelta conmigo.Estaba tan concentrado en el latir de su corazón contra el mío que casi no me di cuenta cuando Priscila asomó su cabeza por la estrecha puerta.—Hey, Daniel, ¿todo bien por ahí