Una sonrisa en mi cara era lo que reflejaba la paz y ligereza que sentía dentro de mí. Algo que hacía a mis colegas sonreírme de vuelta, y asentir con la cabeza en forma de saludo al verme pasar por los pasillos del edificio de la aerolínea. Cosa muy extraña tomando en cuenta los susurros en boca de ellos de lo mucho que me temían con mi semblante estoico.Agradezcámosle esto a la mujer que caminaba a mi lado tomada de mi mano, apretándola cuando escuchaba alguna voz extraña acercándose a mí.Había tenido que rogarle para que viniera ya que aseguraba que podía quedarse sola por unas horas en el departamento.Me limité a suspirar y a llamar al portero, pidiendo un favor bien pagado. Justo a la hora ya tenía en mis manos un par de jeans y una simple camiseta que ella reusaba ponerse. Costó un par de besos y unas cuantas palabras para que ella entrara en ello y se pusiera en marcha.—En serio podía haberme quedado en el departamento —mencionó acercándose más a mí.—Ni siquiera lo conoce
Estaba atardeciendo, lo sabía por la sensación del sol quemando mi piel a través de la ventana bajada del auto de Daniel. Aquél auto que me había presentado hace unos días y que me había dejado profundamente confundida. Dijo que era deportivo y que era negro.El potente motor lo escuchaba ronronear a través de mis oídos y me daba una sensación de tranquilidad. Nada comparado con la adrenalina que corría por mis venas al momento de acelerar, amarrada al cuerpo de Daniel en el asiento trasero de su moto.Aquella motocicleta me había hecho sentir libre y extasiada. Pero al pasar los minutos allí dentro me di cuenta que en un auto, con nuestras manos entrelazadas sobre mi muslo, con el viento entrando ligeramente a través de la ventana y con una estación de radio sonando al azar; me sentía en calma, plena y llena. Una sensación de satisfactoria que aceleraba mis pulsaciones, y provocaba sonrisas en mi rostro.—¿Entonces, es un sí al jaguar? —había preguntado cuando bajamos del auto la pri
Mis manos se sentían inquietas a medida que me dirigía al oscuro estacionamiento subterráneo de la aerolínea para recoger mi auto. Todo mi cuerpo estaba en necesidad del toque suave de una inocente mujer con cabello color caramelo, largo hasta el final de su espalda.Mi ansiedad aumentaba con cada paso. Tenerla por cuatro días conmigo solo había servido para arraigarme más a ella, para anhelar su presencia con ferocidad. Y solo había pasado un jodido día sin ella.Pero ese único día había sido una tortura. En la mañana, el lado izquierdo de mi cama se sentía frío, y sin su risa y su voz el lugar parecía una cueva sin un alma que llenara el espacio silencioso.Su cuerpo no había despertado con mis brazos a su alrededor y su sonrisa no me había saludado apenas abría sus ojos y percibía que yo estaba ahí.Por eso iba con ímpetu después del trabajo en su búsqueda. Había dejado pasar el día de ayer para no parecer un jodido psicópata obsesionado, y solo la había llamado en la noche antes
No comenté ni produje un solo sonido al momento de entrar por esa puerta luego de que Daniel me dejara. Mi cuerpo se estremecía de sólo imaginar a Alexander volviendo a cruzar el umbral.Toda la situación todavía tenía a mis manos inquietas y a mi estómago hecho un retorcijón. El Scott mismo sabía que pasaba algo y solo iba a mi lado en silencio. Incluso, cuando llegué hasta mi cuarto y tranqué la puerta, él se sentó junto a mí en la cama, completamente inmóvil. Justo como yo lo estaba.Vagamente escuché el llamado de ella cuando subía las escaleras. Pero mi reacción seguía siendo la misma, completamente estoica y esquiva. Mi único objetivo era mi cuarto para tratar de alejarme de ella, desde el día anterior, cuando escuché lo que sucedía de la boca del señor Nicolás. Había vuelto tarde ese día y había hecho la misma táctica que hoy. Pero no valía de nada. Ella todavía estaría ahí hablándome como si no estuviera trayendo de vuelta a mi vida a la persona que nunca tuvo que estar ahí
Apresurándome fuera del estrecho baño, fui hasta la cama donde mi teléfono resonaba sin cesar con un tono de llamada extraño para mí. El teléfono tiene un sonido específico a cada persona para lograr identificarlos al instante.—¿Bueno? —contesté, con el ceño fruncido.Me senté en la cama atrapando, con mi mano derecha, mi cabello detrás de mi oreja.—Eloise... Que bonita voz. Suenas igual que siempre —comentó una voz de hombre del otro lado.Apreté el teléfono, con mi ceño aun más marcado, con una mala sensación en mi estómago.Bajé mi mano de mi cabello lentamente.—¿Quién habla? —exigí.—¿No me recuerdas, pequeña Eloise? —respondió demasiado cariñoso y familiar. Mi pequeña Eloise. Sólo podría venir de él.—No... —susurré, más que nada para negarlo en mi cabeza. El sentimiento en mi estómago y pecho se intensificó. Era como lava ardiendo cada rincón dentro de mi cuerpo. Esa sensación de cuando te lanzas de un acantilado, con el miedo a una mala caída en tus entrañas.—No hay nada qu
Todo fue un borrón después de eso. No muy consciente de cómo Daniel entró, me abrazó, tomó mis hombros y los acarició queriendo sacar una respuesta de mí.—¿Qué pasó, Eloise? —Su voz llegó a mis oídos preocupada y nerviosa. Su rápida respiración chocaba contra mi rostro.Cuando alcé mi mano hasta mis mejillas apenas me di cuenta que todavía seguía llorando, que todavía tenía un nudo en mi garganta. Apreté mis labios juntos y respiré profundo, me las limpié y me levanté dejando caer lo brazos de Daniel.—Habla conmigo, Elie —suplicó, con su voz ronca. Pero no tenía nada que decir. Nada salía de mi garganta. Tan asustada como para expresar lo que sentía.Y así pasé el día. En una burbuja alejada de los que me rodeaban. Oyendo, pero no escuchando lo que hablaban. Dejando a Daniel desconcertado por mi brusco cambio de humor. Dejando preguntas en su mente y haciéndolo enloquecer.Al igual que a mí, pensando en un futuro próximo, en qué pasaría cuando bajara y pusiera un pie en el muelle. S
Hace seis años.—¡Eloise, apresúrate, Marval cerrará la puerta y nos quedaremos de nuevo afuera! —¡Ya voy! ¡Ya voy! —Tomé el último libro que necesitaba del casillero y lo cerré con un estrepitoso golpe. Vi la cabellera castaña de Melanie y salí corriendo a la par con ella.Nuestras furiosas pisadas se escuchaban por los amplios y vacíos pasillos. Ya íbamos tarde, no íbamos a lograrlo a tiempo, y todo por quedarnos pegadas con una estúpida revista en la biblioteca. Cuando levantamos la vista de ella lo único que vimos fue completo desalojo, lo que significaba que ya estaban entrando a clases y lo que se reducía a nosotras con otra queja de parte de Marval, la profesora de química. —Estúpido e interesante test de amor, —lo insulté en un susurro mientras seguía corriendo por las escaleras. Al menos estábamos a punto de llegar.O eso creía. A lo lejos, observé como un grupo de cuatro chicos venían en dirección contraria. Pensé que se abrirían paso, pero en sus caras vi diversión y en
Hace seis años.—Posa para la foto, Alexander —le insistí, forzándome a mí misma a pretender que no pasaba nada. Él puso sus comunes ojos en blanco y me abrazó desde atrás. Clara Davidson hizo clic con su vieja cámara al ángulo perfecto de nosotros dos en el campo abierto y ya estaba listo el retrato de la hipocresía.Clara, una chica universitaria que estudiaba fotografía, me había pedido posar para ella en unas cuantas fotos para un trabajo que debía entregar. Amablemente había aceptado, pero para mi incomodidad Alex se había presentado de forma inesperada en la casa y se había unido a la salida no muy satisfecho.Ignoré el hecho de que no sería bueno cuando estuviéramos a solas y traté de disfrutar el momento en la extensión del variopinto jardín botánico de la ciudad. Los colores y las texturas transmitían una sensación de ligereza y alegría a mi cuerpo, cosa que si miraba a Alexander no había tenido desde hace mucho tiempo.En vez de eso me invadía una aprehensión y recelo cuand