Todos se preguntaban por qué había pocos invitados en el salón, la madre le sonreía con una cara de felicidad, esa alegría inmensa que tenía que tener también ella en su corazón, pero nada era cierto. Sus estados internos no encajaban para nada en el lugar, estaba triste, dicen que nada es peor que un matrimonio obligado y ya estaba viviendo el porqué, se vistió muy elegante para la ocasión, ese vestido verde de seda y el cabello semi recogido daban la ilusión de ser una princesa, pero no el de un cuento de hadas, porque jamás escogería a un príncipe como el que tenía al lado.

 - Firma por favor.

 Su mano temblaba al tomar el lapicero, dudó por un segundo antes de afincarlo en el papel, aún podía decir que no. Podía levantarse de la silla y salir corriendo, pero permaneció sentada, no debía ser tan cobarde, no la estaban obligando, él iba a ser su esposo, solo por conveniencia. Dos segundos fue lo que tardó en dejar su registro antes de permitir que aquel desconocido le colocara el anillo en su dedo anular, cuándo Alberto la miró a los ojos su cuerpo se llenó de nervios, él se inclinó para darle un beso, pero gracias a que Marián lo esquivó, sus labios solo lograron rozar su mejilla.

- ¿Cuándo será la boda?

 Se paralizó la escuchar esta pregunta de uno de los testigos, dejó a que el hombre le respondiera, porque en la mente de ella solo surgió el comentario: "No, a Dios no puedo mentirle, en mi corazón no hay amor... y ya cumplí el objetivo, casarme con mi socio".

Y Marián dijo a Alberto. -No olvides firmar el acuerdo de divorcio.

Alberto con expresión complicada, asintió.