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Capítulo 3. La propuesta millonaria

Damián mira la chica que duerme plácidamente la mona en la cama que reserva como picadero en el pequeño hotel que le pertenece a su familia paterna. Consciente de que es una mala idea pretende seguir con el juego de roles de la noche anterior, suspira resignado a que si no da el paso se quedará en la calle ya que el hombre que lo crió le aseguró la última vez – muy decidido por cierto – que no tocará un céntimo más de la herencia si no le daba un nieto.

< ¡O dos, como lo dijo ese viejo zorro! >, repite en su mente con amargura.

La noche anterior estuvo plena de delicias y placeres que lo llevan a pensar en que es la candidata perfecta, solo tiene que trabajar un poco – más bien mucho – en su estilo personal y cambiar algunas cosas o mejor cambiarlas todas porque hasta su manera de hablar es horrenda aunque tiene un encanto natural que sin duda conquistaría su corazón, de tener alguno por supuesto.

—  ¿Pasarás el día mirándome desde la puerta del baño Sr. Desconocido? – expresa la chica en un bostezo —. Porque eso definitivamente es aterrador – no abre los ojos, pero al parecer siente la mirada del sujeto.

—  Me preguntaba si podríamos desayunar – y en ese momento el estómago de Lea gruñe como un león —  y luego hablaremos de la boda y el anillo – ella se incorpora de súbito recordando sus palabras.

< “Existen cosas en la vida de las cuales no nos podemos desprender y una de ellas es la realidad que nos golpea” >, y cuan ciertas eran.

—  ¡¿Boda, anillo?! – se levanta rápidamente a sabiendas que ya llegará tarde a trabajar —. Creo que se nos fueron los tragos anoche y dijimos cosas que no debimos – busca su ropa y siente la mirada de él en la espalda.

—  Pero yo lo dije en serio – se gira. Observa su expresión seria y rompe en carcajadas.

—  Tu seriedad me abruma ¿sabes? – espeta sardónica —. De no ser por el pequeño detalle de que tus zapatos cuestan tres veces más que el alquiler de mi apartamento te habría creído – sonríe solo con los labios ya con el vestido puesto y lista para largarse de aquel lugar.

—  ¿Estas juzgándome por la vestimenta que llevo puesta? – expone ya molesto.

—  ¡No amigo! Si te juzgara supondría algún interés de mi parte y no es el caso ni por asomo ¿entiendes? – aclara —. Así que puedes deshacerte de la descabellada idea del matrimonio, al menos conmigo – toma el pequeño bolso y calza sus zapatos, los mismos que usa para el trabajo.

—  ¿Cuánto? – Lea se detiene y gira hacia el aun desconocido.

—  ¿Cuánto qué? – indaga sin entender.

—  ¿Cuánto por casarte conmigo? – entonces no se exime de soltar la carcajada.

—  ¿Es en serio tipo raro? – asiente.

No solo se siente atraído por ella sino que sabe a ciencia cierta por la extensa experiencia que tiene con mujeres que es la correcta y aunque tenga que ofrecerle lo que no tiene, ella va a ser su esposa como que se llama Damián Del Toro.

—  ¡Pero claro que es en serio loca! – grita fuera de sí y ella retrocede —  ¿crees que estaría pidiéndote algo así si no fuera real? – ella estrecha la mirada sin amilanarse.

—  ¡Escucha bien tipo raro! – señala hacia su rostro con el dedo índice —. No tengo idea del tipo de perversiones a las que estés acostumbrado, pero yo no tengo tiempo para perder y ¡sí! Creo que tuvimos una noche loca y con un sexo bueno – o eso creo porque ni lo recuerdo –, pero ¿casarnos? – pone los brazos en jarra —  reflexiona a ver quien de los dos está más… ¡cú, cú! – él cubre su rostro con una mano sin evitar sonreír —  ahora si me disculpas, algunos tenemos que trabajar para pagar las cuentas – y se dirige hacia la puerta dispuesta a salir.

—  ¡Un millón de dólares! – se detiene con el picaporte en la mano.

Siente como su cabeza da vueltas y las piernas tiemblan amenazando con dejar de sostenerla. Su mente totalmente en blanco solo reproduce esas últimas cuatro palabras y la necesidad de solventar lo que hace falta para sus dos tesoros.

< ¡Jesús, que duro es tener que negarme! >, piensa con el dolor de su alma.

—  En serio que los tragos te caen mal amigo – niega al borde de las lágrimas y abre la puerta.

—  ¡Piénsalo, es en serio! – llega cerca de su oído —. Solo piénsalo y llámame, aquí tienes mi número personal – susurra y extiende un papel hacia ella.

Lea no dice nada, sus cuerdas vocales han decidido no colaborar, pero… toma el papel que le entrega el desconocido y cierra la puerta detrás de ella.

Sale a la calle en una batalla contra reloj pidiendo tiempo porque tiene exactamente diez minutos para llegar a su casa, cambiarse de ropa y salir hacia el trabajo. Ahora no le parece tan buena idea haber dejado en visto a su jefe y menos haberse acostado con un desconocido que le ha ofrecido “un millón de dólares” solo por casarse con él.

< Definitivamente los ricos son extraños >, piensa mientras aprieta el papel que introdujo en el bolsillo de su viejo y desgastado abrigo.

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