39 - Soledad.

DANISHKA.

Salí de la habitación del hospital con la firme convicción de que ya no pertenecía allí. Mis pensamientos giraban en torno a mi próxima misión, a la tarea que había aceptado con la determinación de proteger a los refugiados y, especialmente, a los niños del orfanato cercano. Apreté los labios con determinación, dispuesta a cumplir con mi deber a pesar del dolor persistente en mi pecho.

La primera imagen que captaron mis ojos al salir fue la de Roman, conversando animadamente con Saúl. Un nudo se formó en mi garganta al recordar las palabras que había escuchado de él, la frialdad con la que había mencionado sus motivaciones. Había creído que entre nosotros existía algo más, algo más profundo que la simple transacción de oro.

Roman se percató de mi presencia antes de que pudiera esconderme. Su rostro se contrajo en una mueca, una expresión que no logré descifrar del todo. Me acerqué con cautela, tratando de leer las señales que emanaban de su lenguaje corporal. Parecía ansioso
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