Dos semanas habían pasado desde que tomé la decisión de sumergirme en las sombras del convento, adoptando el hábito de una monja mientras perseguía un propósito mucho más profundo. Durante este tiempo, Roman no había buscado noticias de mí, y aunque no estaba segura de si quería que lo hiciera, el dolor en mi corazón por su ausencia era innegable.Cada noche, mientras patrullaba los callejones oscuros en busca de señales de actividad sospechosa, me preguntaba si Roman estaba pensando en mí también. Pero cada vez que su rostro aparecía en mi mente, una mezcla de dolor y enojo me invadía. ¿Cómo podía quererlo después de todo lo que me hizo?En una de esas noches, mientras me aventuraba hacia los refugios donde se refugiaban los desamparados, visualicé movimientos sospechosos en una de las ventanas. Mis sentidos se agudizaron de inmediato, la adrenalina bombeando a través de mis venas mientras me preparaba para enfrentar lo que sea que estuviera acechando en las sombras.Me acerqué sigil
ROMAN. La situación había cambiado bastante desde la partida de Danishka. Estaba más insoportable que nunca, y mis hombres ya comenzaron a notar que se debía a su ausencia. Me importa un huevo lo que piensen. Necesito saber que pasó. Saúl ingresa en el despacho, con el porte tranquilo, relajado como siempre, pero al parecer la noticia que me va a dar, no es buena, porque la tensión en sus músculos lo delata. — Debes dejar de ser un hijo de puta si quieres la respuesta de lo que conseguí — manifiesta, burlándose de mí —. La hemos encontrado. Menuda arpía, sabe cómo esconderse. — Déjate de juegos y dime… — Primero dime, ¿qué harás cuando vayas por ella? — preguntó. Me quedé en silencio un largo par de minutos, para después mirarlo y encogerme e hombros. — Supongo que traerla de vuelta a casa — respondí —, y pedirle perdón por las palabras que escuchó. — No será suficiente. No olvides que… — ¿Tú que sabrás de las relaciones, si ni siquiera tienes novia? — manifesté. — Soy gay,
Asentí con solemnidad, manteniendo mi expresión imperturbable.— Sí, Madre Superiora — confirmé, adoptando el papel que Saúl había elegido para mí —. Hemos venido a ofrecer nuestra ayuda y apoyo al convento en cualquier forma que podamos.La Madre Superiora pareció considerar nuestras palabras por un momento antes de asentir lentamente.— Entiendo — dijo, su tono cauteloso, pero receptivo — Por favor, pasen.Nos escoltó al interior del convento, sus pasos resonando en el silencio de los pasillos. Saúl y yo la seguimos con determinación, nuestros corazones llenos de propósito.Una vez dentro, nos dirigimos a una sala tranquila donde pudimos conversar en privado. La Madre Superiora se sentó frente a nosotros, sus ojos fijos en los nuestros mientras esperaba que comenzáramos.Saúl tomó la palabra una vez más, su tono serio pero amable.— Madre Superiora — comenzó, su voz resonando con autoridad —. Como mencioné antes, hemos venido en nombre del Vaticano para ofrecer nuestra ayuda y apoyo
Una sonrisa desafiante se curvó en mis labios mientras miraba a Saúl, quien apenas podía contener una carcajada. La situación era casi cómica, y aunque sabía que debíamos mantener la compostura frente a la Madre Superiora, la tentación de romper en risas era casi irresistible. La voz serena de la Madre Superiora cortó el aire, interrumpiendo nuestro momento de diversión. — Danishka, por favor, guía a nuestros huéspedes a sus habitaciones en el extremo este del convento – ordenó con autoridad. Danishka asintió en silencio, su expresión fría mientras se volvía para dirigirse hacia el ala designada. Saúl no pudo contener una risa ahogada mientras la seguía, y la mirada de Danishka se endureció ante su falta de respeto. — ¿Qué se creen que están haciendo aquí? — preguntó con molestia, su voz apenas más que un susurro. Saúl se encogió de hombros con indiferencia, su sonrisa desafiante aún presente en su rostro. — En mi defensa, la idea fue de Roman — señaló con un gesto hacia mí. Dan
DANISHKA.Dijo que me amaba.Lo dijo. Lo escuché.Era imposible, pero no tanto, porque yo también tengo sentimientos por él. Sn embargo, Roman tiene un propósito conmigo, y es netamente el obtener el oro, y no puedo caer a sus garras tan fácilmente otra vez.— ¿Cómo pudo confesar algo así justo ahora? — susurré para mí misma, cerrando la puerta detrás de mí.Quedé asombrada cuando lo escuché y lo único que pude hacer es salir corriendo, y resguardarme en mi habitación.El sol apenas se asomaba tímidamente por las cortinas cuando me vi obligada a aceptar que el sueño no volvería a mí. La confesión de Roman resonaba en mi mente como un eco persistente, revolviendo mis pensamientos con una mezcla de emoción y confusión.“Abrazar la mujer que amo”Sus palabras habían sido simples pero cargadas de significado, y no había sido capaz de responder adecuadamente en ese momento. En lugar de eso, me había visto atrapada en un torbellino de preguntas sin respuesta y sentimientos encontrados.Con
El aroma familiar del hospital me envolvía mientras cruzaba los pasillos en dirección a la habitación de Marta, después de ir por un café de la cafetería. Mis pasos resonaban en el suelo pulido, un eco monótono que reflejaba mi estado de ánimo sombrío. La preocupación por mi amiga pesaba en mi corazón, pero también había otro sentimiento latente que se mezclaba con mis pensamientos: la confusión y el tumulto emocional que había traído consigo la confesión de Roman la noche anterior.Abrí la puerta de la habitación de mi amiga con cuidado, tratando de no perturbar su sueño. Pero antes de que pudiera dar un solo paso dentro, la puerta se abrió de golpe, provocando un sobresalto en mí. Mis ojos se encontraron con la figura inesperada de Roman, vestido de manera inusual para él, con una túnica negra que le confería un aire de solemnidad.Su maldito disfraz de sacerdote.Retrocedí dos pasos de inmediato, la sorpresa pintada en mi rostro mientras lo observaba con incredulidad.— ¿Roman? — m
El día había sido agotador, lleno de preocupaciones que me seguían como una sombra mientras caminaba por los largos pasillos del hospital. Cada paso era un recordatorio constante de la confesión de Roman la noche anterior, una confesión que había dejado mi mente y mi corazón en un estado de confusión y agitación constante. Su voz resonaba en mis oídos, sus palabras llenaban mi mente, y su presencia se imponía en cada uno de mis pensamientos. Llegar al convento era un alivio, un refugio tranquilo en medio del caos emocional que me invadía. Al atravesar la puerta principal, fui recibida por una de las hermanas, cuya mirada de desaprobación no pasó desapercibida. — Al fin te dignas en llegar — murmuró con un tono de reproche, su voz cortante como el filo de un cuchillo. A pesar de la fatiga que pesaba sobre mis hombros, no pude evitar devolverle la mirada con una expresión desafiante. Ya no era aquella monja sumisa que se dejaba tratar mal por todos. Éste hábito solo era un disfraz. —
— Padre Rafael… ¡qué bueno que lo encuentro! — La voz de la Madre Superiora —. Hay una jovencita que precisa confesarse, y el otro padre no está disponible. Roman arqueó la ceja y me miró curioso. Sonrió coqueto hacia la Madre. — Clare que sí. Estaré encantado de tomar su confesión, Madre — respondió. La Madre Superiora feliz, salió nuevamente de la capilla, mientras yo le observaba con curiosidad a Roman. — ¿Por qué aceptaste? No puedes burlarte así del prójimo — espeté, molesta. — ¿Qué querías que haga? ¿Negarme y levantar sospechas? — rugió, frunciendo el ceño; sin embargo, sus ojos se iluminaron de repente —. Danishka Delaney, ¿acaso estás celosa? — ¿Por qué estaría celosa? — Esa pregunta me ofende muchísimo, hermana. Obviamente, de mí. Celosa de tu hombre — respondió, logrando que mis mejillas se sonrojaran. — Eres… eres… — Cuidado con lo que sale de esa boquita, de lo contrario, la voy a follar con mi polla — Sonrió, mientras yo abrí mis ojos —. De solo imaginarlo… — No