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Capítulo 2: Un hombre dominante

Hoy…

El teléfono en el escritorio de su asistente suena insistentemente, con un bufido se pone de pie, observa a todos lados y no se ve por ninguna parte a la tonta esa, porque así es como Amaro pensaba de Claire.

—¡Aló! —le grita al interlocutor.

—Di-disculpe, le estoy llamando de la fundación Darling Marchetti, para saber si confirmará la asistencia a la gala de beneficencia de pasado mañana.

—Si no me queda más remedio, pues ya qué…

—¿E-ese es un sí? —pregunta la chica asustada y Amaro le grita.

—¡¡Sí!!

Corta la llamada con violencia y se regresa a la oficina, pero no lleva ni la mitad del camino cuando suena otra vez el teléfono. Camina de regreso al escritorio y en lugar de responder el teléfono, arranca el cable, para luego encerrarse en su oficina con un fuerte golpe de la puerta.

Se sumerge en el trabajo, que ahora mismo es revisar un nuevo proyecto de domótica, uno que podría revolucionar la industria si se desarrolla de la mejor manera posible.

La puerta se abre, levanta la cabeza para mandar al demonio a quien se ha atrevido a entrar de esa manera, pero al ver que es su madre, solo se pone de pie para que ella pueda abrazarlo. No le gusta, pero desde que su padre murió hace un año, le permite lo que sea.

—Te ves cada vez más guapo… esos brazos, hijo, un día van a reventar tu traje.

—Solo es ejercicio y buena comida, nada más que eso —se sienta otra vez y observa a su madre.

—Quería saber si irás a la gala de la fundación de Marchetti.

—Claro que sí, aunque no me entusiasme la idea, pero allí irán muchos empresarios y podría crear alguna sociedad…

—¡No irás a eso! Quiero que vayas a conocer gente, a distraerte y entregar esta donación —saca un cheque de su cartera y se la entrega, Amaro la ve y casi se infarta.

—Ni sueñes que entregaré este monto, es un absurdo.

—Es mi dinero, lamentablemente a mí me invitaron, pero no podré ir, me iré de viaje hoy a Santorini.

—Esto es absurdo… no entiendo que una fundación requiera de tanto dinero, solo son un montón de mocosos que saben hacer algo.

—A los quince años eras un mocoso que hacía muchas cosas, como diseñar tus primeros prototipos de tarjetas gráficas, que resultaron un éxito… no todos tienen talento para la informática, pero eso no quiere decir que no valga la pena.

«Sabes que amo el arte y esos muchachos son unos genios.

Amaro solo gruñe en respuesta y guarda el cheque. Su madre se queda unos segundos más, se despide de él con un abrazo aún más fuerte y se va, dejándolo desconcentrado, por lo que decide ir por un mocaccino a la cafetería de enfrente.

Esa es de las pocas cosas que le gusta hacer por sí mismo, porque normalmente en el proceso logra encontrar respuestas a cosas que no entiende.

Nada más llegar, la chica del mostrador se mueve para prepararle el café.

—Señor Leone, que agradable sorpresa —por saludo Amaro le deja la tarjeta de crédito encima para que cobre el café y cuando está listo ella se lo entrega.

Busca uno de los asientos más alejados de la entrada, en donde nadie puede chocar con él ni por casualidad. Un par de amigas entran al lugar, se lo quedan viendo unos segundos, coqueteando y sonriendo, pero él solo les devuelve una cara de desagrado que las hace encogerse.

Está a la mitad del vaso, cuando llega una pareja joven, ella se ríe muy alto y se burla de algo que vieron, trata de no prestarle atención, pero por alguna razón la voz de la muchacha lo atrae, ella se apoya en el mostrador, mira el lugar y su mirada se topa con la de él solo dos segundos.

Amaro se voltea a la ventana algo nervioso, mientras que ella solo se encoge de hombres y pide algo. Unos minutos después, caminan hasta una mesa que queda cerca de Amaro, quien ya se siente molesto porque no puede pensar en su proyecto por culpa de los cuchicheos de la chiquilla y su novio.

Le queda un poco de café, pero no quiere seguir allí, así que se pone de pie y camina con prisa, la chica se pone de pie justo cuando él va pasando por su lado, le derrama el café encima y la ve caer, pero la sostiene por la cintura con fuerza, atrayéndola a su cuerpo.

Sus ojos negros se enfrentan con los ojos celeste de la chica y se queda como hipnotizado, hasta que ella lo aparta con violencia y se quita el suéter.

—¡Maldición! Me ha dejado completamente bañada, menos mal que esa cosa no estaba caliente.

—Al menos podrías agradecer que no te dejé caer.

—Pues gracias —le dice ella y camina hacia el baño, pero Amaro no se siente satisfecho, acostumbrado a que todos le hagan una reverencia, por lo que la toma del brazo con fuerza y ella lo ve levantando sus cejas—. ¿Disculpe?

—Esa no es manera de agradecer, ¿acaso tu madre no te enseñó modales?

—No, porque no tengo y mi padre, que tampoco tengo, me dijo que las gracias deben salir desde dentro con sinceridad, pero yo no siento nada de eso, a menos que me lave el suéter, ¿lo hará?

—Eres una mocosa malcriada, si fueras mi hija, te daría dos nalgadas.

—Y si usted fuera mi padre, ya me habría ido de la casa.

La chica se suelta, Amaro intenta acercarse a ella, pero el chico se pone en medio. Es muy joven, pero casi tan alto como él. Toma a la chica de la mano y la saca de allí, antes de que se ponga más odiosa.

—¡Diablos, Alessia, solo tenías que ser un poco amable! La señorita D’Angel te lo ha repetido miles de veces o no conseguirás un mecenas.

—¡No me interesa! Con lo que Daryl me da me conformo.

—Pero no estará siempre, ¿qué pasa si encuentra una mujer y se casa?

—¿Eres ciego? Él no se casará con nadie, porque está enamorado de su exesposa, y yo tampoco me casaré, así que me quedaré con él.

—Estás loca —le dice rodando los ojos y quitándose su chaqueta para cubrirla.

—Claro, ¿de qué otra manera serías mi amigo?

Se ríe y caminan abrazados hacia el auto que los espera. Amaro sale del lugar tras ellos, los ve entrar en la parte trasera de un auto lujoso y levanta las cejas.

—Otra hijita de papi consentida… que pena.

«¿Y pena por qué? Ni que la chiquilla te interesara», le dice su consciencia, pone su cara de malhumor y entra al edificio, pasando por alto a todos los empleados. Para cuando llega a su oficina, su asistente está sentada allí, tratando de conectar el teléfono, se encierra y esta vez logra concentrarse mucho más que antes.

Para cuando termina, el atardecer cae en la ciudad y también el recuerdo de aquellos ojos celestes vivarachos, que lo hacen sonreír. Pero la sonrisa se le pierde cuando recuerda la manera en que la chica le habló.

Él no estaba acostumbrado a eso, los últimos siete años se había dedicado a forjarse un carácter fuerte y nadie se atrevía a desafiarlo, pero lo peor de todo era que le había gustado que la mocosa lo hiciera.

Toma sus cosas y sale de allí con rumbo a su departamento, donde espera estar solo, comer algo y luego dar vueltas en la cama como siempre, sin conseguir dormir como antes.

Un bufido de molestia se le escapa y luego solo se resigna a que eso es lo mejor para él, porque así no se olvida de la humillación de la que fue objeto y que cada mujer en el mundo se merece sus desplantes.

Aunque una salió más rebelde y pronto se la volvería a encontrar.

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