Capítulo 6

Rosanna no se atrevió a ver a Rubén a la cara, el otro parecía que no estaba ni respirando y ella solo tocó su mejilla con la mano temblorosa, sintiendo la piel caliente y el ardor característico de las palmadas. Dejó que un hilo de sangre bajara por su barbilla y escuchó a Rubén jadear sorprendido al verla.

—Amor… Yo… Yo no quería… Perdóname, por favor.

—No me toques.

La chica se encogió y retrocedió dos pasos levantando los brazos para cubrir su rostro en un gesto de defensa que le rompió el corazón a Rubén, él estaba demasiado acostumbrado a que la gente le tuviera miedo, pero no su preciosa esposa, ella no debería sentir eso jamás.

—Lo lamento, de verdad, no sé qué me pasó… Yo…

—No digas nada. Solo vete.

—No, Rosie, déjame verte, voy a traerte hielo para que no se te inflame. Mi amor, perdóname, por favor, te juro que no sé qué me pasó, yo perdí el control.

—¿Quieres saber qué pasó? Acabas de demostrarme que no solo no me amas, sino que tampoco me respetas. Nunca pensé que pudieras hacerme esto, Rubén.

Para ese momento, Rosanna ya tenía el rostro cubierto de lágrimas y Rubén estaba a punto de ponerse a llorar también, la opresión que tenía en el pecho era demasiado grande y la culpa lo aplastaba como una montaña.

Se sentía el hombre más miserable del mundo, su papá siempre le enseñó que con los enemigos debía ser implacable y con los amigos generoso, pero que la familia era lo más importante, por encima de todo estaban su esposa y su hija, su deber era protegerlas y amarlas.

 —Amor, por favor…

—¡Lárgate! ¡No te quiero ver!

—Rosie, no hagas esto, hablemos.

—¡Lárgate o voy a llamar a la policía para denunciarte por violencia doméstica!

Rubén suspiró pesado y se rindió, sus hombros se desplomaron y asintió con la cabeza. Rosanna estaba alterada, no tenía sentido intentar hablar en ese momento, debía esperar a que ella se calmara y entonces pedirle perdón de un millón de maneras diferentes.

Cuando salió de la habitación se encontró con Margarita a punto de tocar la puerta.

—Señor Salazar, ¿está todo bien?

—No, Margy, no hay nada bien. ¿Puedes encargarte de que Rosie se asee y se duerma? Está ebria.

—Claro que sí, señor. ¿Va a quedarse en el cuarto de huéspedes?

—Sí.

—¿Desea que le lleve ropa?

—Sí, por favor. ¿La niña cómo está?

—Está dormida, no se preocupe, la revisé antes de venir.

—Bien.

Sin decir una palabra más, Rubén caminó derrotado hacia la habitación de huéspedes que usaba cuando discutía con su esposa y Margarita lo miró con pena hasta que desapareció de su vista, luego respiró profundo llenándose de valor para enfrentar a la fiera, la señora de la casa era una pesadilla cuando estaba así.

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A Rosanna las cosas le estaban saliendo mejor de lo que esperaba.

Margarita fue testigo del golpe fresco en su cara y ella derrumbada llorando a los pies de la cama como si tuviera el corazón hecho pedazos. Al día siguiente, no se molestó en cubrir el moretón que tenía, no era tan grave en realidad, sería mejor si le hubiera dado un puñetazo, pero bueno, no podía ser tan exigente.

Tenía el labio partido que había estado mordisqueando para empeorar la herida y la marca en la mejilla que ya no era roja sino de un color violáceo. Tal vez no le hubiera amanecido tan pronunciada si ella no se hubiera dedicado a contribuir con un par de golpecitos más.

Cuando la servidumbre la vio, era evidente en sus caras la sorpresa, aunque nadie se imaginaba la razón, era probable que pensaran que se había caído o que había tenido algún problema en su salida de la noche anterior. Obviamente, nadie alcanzaba a imaginarse que el devoto y consagrado esposo ideal, don Rubén perfecto Salazar, era el causante de su lesión.

Y ella tampoco estaba muy segura de querer regar el rumor, la persona que le importaba que estuviera atormentada era su esposo y, si ella desaparecía luego de que se supiera que su esposo la había golpeado, podría intervenir la policía y eso no era nada conveniente para sus planes.

Aun así, ella tenía la excusa perfecta para un berrinche. Desayunó con lágrimas en los ojos y esquivó las preguntas de la niña diciendo que se había tropezado. Fue particularmente cariñosa con ella y hasta la sentó en su regazo mientras comían juntas.

Rubén se iba a enterar de eso y debería sentirse como la m****a al verla arrepentido de sus palabras y cubriendo sus malas acciones. Maldito Salazar, de verdad esperaba que al menos perdiera la paz cuando ella no estuviera.

Cerca del mediodía, dijo que iría a ver a su madre y Margarita la entendió perfectamente, siempre que sus jefes tenían una discusión fuerte, la señora Rosanna se iba a buscar consuelo donde su madre que la mimaba en exceso. Aunque, claro, ella no terminaba de creerse que las cosas hubieran escalado a ese nivel.

Rosanna peleó con los guardias haciendo un drama sobre no querer nada de Rubén y gritó como una loca advirtiendo que si la seguían los iba a despedir a todos.

Tomás, el jefe de seguridad de la casa, que ya conocía a la perfección su mal carácter, les indicó a sus compañeros que la dejaran marcharse, todos los autos tenían rastreadores y ellos la seguirían a una distancia prudente porque la bonita mujer berrinchuda no sabía quién era su esposo en realidad.

El jefe de seguridad tuvo la precaución de informarle a Rubén sobre la salida de su esposa y la orden fue la misma, seguirla con prudencia para no abrumarla e informarle si hacía algo fuera de lo común.

Sin embargo, la primera parada de Rosanna fue en un salón de belleza donde estuvo un par de horas, luego salió rumbo al centro comercial completamente maquillada, sin evidencia alguna del moretón. Allí, la vieron recorrer algunos almacenes de los más exclusivos y comprar varias cosas extremadamente costosas.

Esa información alivió el corazón de Rubén, poco y nada le importaba si su esposa se despilfarraba la mitad de su fortuna en esa tarde, la dejaría que comprara la joyería entera con tal de ser perdonado por su acto de salvajismo.

—Tal vez ese sea el problema, la dejas que haga lo que quiere siempre, igual que hicieron sus padres, es demasiado mimada. —se quejó Sergio, él de verdad que nunca había soportado a esa mujer.

—Es mi esposa, Sergio, en teoría es dueña de la mitad de todo lo que tengo, solo la dejo que use su dinero como le plazca.

—Estás mortificado, siempre lo estás, si ella se enoja, crees que es tu culpa por no dedicarle tiempo, si está triste, crees que es tu culpa porque dejaste de hacer algo, cada berrinche se lo permites y, aun así, crees que fue tu culpa. En serio que pareces un santo y ella solo se aprovecha de ti.

—Anoche la golpee. No soy ningún santo. ­—confesó Rubén pasando las manos por su cabello, era verdad que estaba tan mortificado que apenas soportaba no salir corriendo a buscarla y pedirle perdón de rodillas.

—¡¿Qué hiciste qué?! ¿Cómo pasó eso?

—Llegó tomada y discutimos, dijo… Cosas que no debió decir sobre la niña y yo pedí el control. Te juro que no sé qué me pasó.

—Pasó que se te llenó la copa, algún día tenía que suceder; cuando se aguanta tanto como lo has hecho tú, llega ese momento en el que algo simple desborda la presa y viene el desastre.

—¿Me estás justificando?

—Depende. ¿Qué te dijo de la florecita?

—Que ojalá no hubiera nacido.

—¡Qué hija de puta!

—Oye, hablas de mi esposa, la madre de mi hija, respétala.

—Exacto. ¿Qué clase de madre dice eso de su propia hija? No lo puedo creer. Rosie cruzó todos los limites esta vez.

—Siento que cruzamos una línea de la que ya no hay retorno. Me acusó de no amarla y…

—¿Y es verdad?

—No lo sé. Desde que nos comprometimos yo me dediqué a ella, pero las cosas no han sido solo miel sobre hojuelas, aun así, creo que tenemos una buena relación, pasamos buenos momentos. Mamá dice que nos ha costado superar lo del bebé, solo debemos esforzarnos más, por eso le doy tiempo.

—Ya pasaron tres años de eso, Rubén. Y no pretendo decirte cuánto es el tiempo adecuado para hacerle luto a un hijo, no me imagino lo terrible que debe ser esa pérdida, es solo que… Yo no veo que ella tenga voluntad de superarlo.

—No quiero hablar de eso, Sergio, tengo demasiadas cosas en la cabeza y el asunto con Molina me tiene estresado.

—Ese sí que es un problema de verdad, él siempre ha estado en el sur, no entiendo por qué quiere meterse en problemas contigo.

—Se enteró de mi acuerdo con los Morelli y debe pensar que vamos a ir por su puerto. Necesitamos una reunión neutral con garantes. Revisa entre nuestros aliados quiénes tienen negocios con Molina para que sirvan de testigos.

—De acuerdo. ¿Y qué harás con Rosie?

—Dejarla que se compre media ciudad si quiere. Necesito que me perdone o pasaré más noches sin dormir.

—Dios, tú no tienes remedio.

Sergio salió de la oficina para ir a cumplir con el encargo de su jefe y Rubén se desplomó en el espaldar de la silla con los ojos cerrados. Sergio tenía razón en muchas cosas, él lo sabía, Rosanna era una malcriada y él la había llevado a un nuevo nivel con tantos lujos.

A veces le preocupaba que resultara sospechoso tanto dinero, porque su fachada de empresario era vulnerable. Él tenía una cadena de restaurantes de lujo, un par de hoteles y los mejores clubes nocturnos de la ciudad, facturaban muy bien, pero si alguien hiciera una auditoria exhaustiva descubriría que el dinero que pagaba los diamantes de Rosanna venía de otras fuentes menos legales.

Rubén estaba pensando en que debía usar clientes fantasma de nuevo en los hoteles, ante las oficinas de impuestos, sus hoteles vivían milagrosamente llenos en temporada baja, siempre ingresaban fuertes sumas de dinero por las suites y así podía justificar sus gastos adicionales.

Le esperaban muchos hasta que su bella esposa lo perdonara. A ese paso iba a terminar comprándole el crucero y llenándolo de sus guardias solo para que ella fuera feliz con sus vacaciones de spa, mascarillas y cocteles junto con Amaranta.

Rubén estaba considerando la idea, debía averiguar qué tan costoso sería y cómo justificar la compra, el dinero lo tenía de sobra, el problema era hacerlo pasar como legal. Una llamada entrante lo sacó de sus pensamientos. Era Tomás de nuevo.

—¿Alguna novedad?

—No la encontramos, señor.

—¿Qué quieres decir con que no la encuentran? —Rubén se sentó erguido de un brinco con la noticia.

—Estamos en el centro comercial, ella pasó un largo rato en la joyería, compró muchas cosas y salió hacia el baño, yo mismo la estaba esperando en el pasillo porque lleva millones encima, pero no salió. Cuando entré a revisar ya no estaba.

—¡No pudo desaparecer! ¡Encuéntrala!

—Señor, ya revisé las cámaras de seguridad del centro comercial, se ve claro cuando ella entra y luego nada, en ninguna de las cámaras aparece, lo llamaba para que mire la aplicación de su rastreador personal, solo usted puede hacerlo.

—Dame un momento.

Rubén dejó el celular sobre el escritorio mientras buscaba en su computador. Al abrir el programa de rastreo pudo ver que su esposa se encontraba en el centro comercial todavía, pero en un local de ropa, les había pasado frente a las narices y no la vieron.

—Está en la tienda de bolsos. Se debió dar cuenta de que la seguían y se cambió de ropa igual que la vez anterior. Diles a los chicos que le den espacio.

—Perfecto, señor.

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