Capítulo 5

Rosanna le dijo que sí, ella no podía arriesgarse a que Rubén se molestara y le cerrara los chorros de oro que despilfarraba a su antojo, así que solo se dedicó a tener tanto sexo con su esposo como si fueran conejos en celo después de tomar afrodisiacos, esa fue la parte buena del trato.

Lo malo vino seis meses después cuando Rubén descubrió que ella seguía tomándose las pastillas anticonceptivas y tuvieron la discusión más grande de sus vidas.

Nunca lo había visto tan furioso, lo desconoció por un momento mientras le gritaba y arrojaba contra las paredes las cosas que encontraba a su paso, de verdad le tuvo miedo y no encontró más remedio que ponerse a llorar desconsolada.

Rubén jamás podía resistirse a eso, él le bajaría la luna si ella se la pedía para calmar sus lágrimas. Sin embargo, esa vez no funcionó, su esposo no lo quiso ver por casi dos semanas y Rosanna ya se temía que le pidiera el divorcio.

Sus padres estaban furiosos también, aunque los Salazar no se permitieran un divorcio, tampoco estaban contentos con su comportamiento, así que no le quedó más remedio que ceder, ir al médico, tomarse exámenes y tener sexo con su enojado esposo que no fue nada delicado.

Fue ahí cuando Rosanna descubrió que le gustaba demasiado ser nalgueada, follada tan duro que dolía y varias cosas más. Su fértil esposo no tardó en embarazarla de nuevo y Rosanna lo odio a él y a ese bebé en su vientre por ser una imposición odiosa e indeseada.

Nunca nada volvió a ser igual para ellos, algo se había quebrado y los dos lo sabían, ya no había confianza ni respeto, tal vez Rubén la siguiera amando, porque los detalles románticos volvieron y con la noticia de que sería un varón hubo una gran fiesta de celebración.

Las atenciones volvieron y su esposo la mimaba demasiado, pero ellos sabían que apenas y podían mirarse a los ojos. Por eso no le sorprendió la distancia que impuso Rubén cuando ella perdió al bebé.

No lo provocó, pero tampoco lo impidió, sus hormonas la estaban volviendo loca y empeoraban sus caprichos y las rabietas que hacía cuando no eran cumplidos de inmediato. Fue gracias a una de estas que terminó sufriendo una fuerte caída que le provocó un aborto.

No hubo nada que hacer, cuando llegaron al hospital ya no había latidos fetales. Rosanna no estaba muy segura de si se sintió triste o aliviada con la noticia, lo único claro fue que Rubén y el resto de la familia estaban devastados por la pérdida del ansiado heredero.

Claro que la atendieron, la compadecieron, le permitieron cada cosa que quiso hacer o tener y Rosanna se aferró al supuesto trauma por la muerte de su bebé para no querer intentarlo de nuevo. Rubén tampoco insistió, él se dedicó a su trabajo y a Violeta.

Ellos dos se convirtieron en extraños que follaban y nada más, porque claro, su perfecto esposo le era completamente fiel y cuando la necesidad lo azotaba, venía a meterse entre sus piernas, se saciaba y volvía a alejarse.

Rosanna estaba convencida de que ella no era más que una prostituta de lujo, Rubén no le arrojaba billetes, pero le pagaba con joyas, ropa de diseñador, viajes, salidas y cada m*****a cosa que le pidiera, a veces, tentaba a su suerte pidiéndole alguna obra de arte excéntrica con precios exorbitantes y nunca recibía una negativa, solo mucho sexo para compensar el regalo.

Ella estaba frustrada, enojada y, sobre todo, aburrida.

Fue así como una noche de fiesta quiso escapar de los clubes de su esposo, Rubén era dueño de los tres más lujosos y reconocidos de la ciudad, así que ella los disfrutaba mucho, pero siempre tenía ojos vigilantes sobre su espalda.

Ella quería algo más de acción y arrastró a Amaranta, su mejor amiga, a un bar de mala muerte en el otro extremo de la ciudad, donde nadie pudiera reconocerlos y fueran libres de cometer cualquier locura.

La noche fue un desastre, unos pandilleros quisieron robarlas y, si no fuera por la aparición del pecado encarnado en hombre, les hubiera ido muy mal. Si los asaltantes no las mataban, seguramente lo haría Rubén por escapar de los guardias y exponerse de esa manera.

Sin embargo, para Rosanna todo valió la pena cuando su caballero en armadura, montado en su corcel, apareció al rescate.

Para ser precisos, el corcel era una motocicleta extravagante con llamas pintadas y la armadura era un pantalón negro ajustado a sus caderas con rotos a lo largo de los muslos y una chaqueta de cuero negra y llena de tachas, abierta, dejando ver que no llevaba nada debajo.

La piel morena que cubría los músculos perfectamente definidos de ese hombre era del color de un caramelo tentador que pedía ser lamido. Rosanna comenzó a babear en cuanto lo vio y la sonrisa torcida y sensual que le regaló la hizo mojarse en un segundo, nunca había estado tan excitada sin el menor contacto físico.

Ese fue el comienzo de todo, Kal, su salvador, se convirtió en su amante y Rosanna se olvidó de todos los problemas de su vida gracias al polvo blanco que inhalaba y las candentes sesiones de sexo salvaje que disfrutaba con Kal.

Todo estaba bien en el mundo mientras no le faltaran esas manos ásperas y duras torturando su piel y el pene exigente taladrando su interior.

De lo único que Rosanna estaba segura, era de que no quería perder eso perfecto que tenía con Kal, lo amaba de la forma en la que nunca amó a Rubén, con locura y desesperación, sería capaz de cualquier cosa por complacerlo, pondría el mundo a sus pies si él se lo pidiera.

Por eso estaba cometiendo esa locura tan grande, porque quería ser libre, irse a recorrer el mundo junto al amor de su vida y olvidarse de la vida miserable que tenía en casa.

—El doctor dijo que debemos esperar dos semanas. ¿Cuándo quieres hacerlo?

—Mañana.

—¿Estás loca? Hoy saliste con Amaranta, tu marido no te dejará salir mañana.

—Mara no puede quedar salpicada con esto, no quiero causarle problemas.

—¿Y entonces?

—Conozco a Rubén, él va a pensar que estoy haciendo una rabieta cuando no aparezca, eso nos dará ventaja. De todas maneras, no podemos enfrentarnos a los guardias, no quiero que nadie más salga lastimado y es probable que ellos les ganen a tus muchachos.

—¿Tan poca confianza nos tienes? ­—inquirió el hombre cruzado de brazos y haciendo mala cara.

—Ay, Kal, por favor, tus chicos son pandilleros, no se comparan a guardaespaldas de elite entrenados como los que cuidan mi trasero.

—Bien. ¿Cómo piensas hacerlo? Todo está planeado desde que llegues a la guarida, pero no sé cómo vas a hacer para llegar allí.

—Voy a pensarlo y te aviso. Tenía la esperanza de que Rosalin quisiera venir por su voluntad. Te llamo mañana.

—Más tarde, querrás decir, son las dos de la madrugada.

—Mierda, voy muy tarde, hace una hora que debí llegar a casa.

Rosanna le dio un beso rápido en los labios justo en el momento en el que llegaba el taxi que Kal le había solicitado. Debía volar a la casa de Amaranta o su fachada de estar con ella se caería por completo.

 Para su fortuna, todo salió de maravilla y ella fingió tambalearse por la ebriedad cuando llegó a la casa.

—¿Qué diablos pasa contigo, Rosie? Hoy es jueves, ¿ni siquiera pudiste esperar al fin de semana para embriagarte?

Rubén la increpó tan pronto como llegó, había días en los que al hombre no le importaba lo que hiciera su esposa, y otros, como ese, en los que lo exasperaba su extrema irresponsabilidad.

—Estaba triste, muy triste porque mi esposo ya no me ama. —Rosanna lloriqueó haciendo pucheros.

—No empieces de nuevo con eso, sabes que te amo con todo mi ser.

—Si me amaras como dices, me dejarías ir en el crucero con Amaranta, solo serán dos semanas, las dos solas, bronceándonos y probando cocteles.

—Sabes bien que no puedo dejarte ir sola, es peligroso, y ahora mismo tengo demasiado trabajo. Te prometo que en diciembre haremos un viaje largo, podríamos ir al caribe donde no haga frío.

Rubén la atrapo en sus brazos y besó el puchero que tenía en los labios, cuando la veía de esa manera le recordaba a la dulce Rosie con la que se había casado, esa a la que extrañaba tanto.

—No es igual, yo quiero ir con mi amiga, un viaje de chicas.

—Lo siento. Eso no va a suceder.

—Envidio tanto a Mara, ella sí puede ir donde quiera y cuando quiera.

—Amaranta es una mujer soltera, tú estás casada y tienes una hija, deberías recordarlo de vez en cuando. —dijo Rubén entre dientes ya bastante molesto con su esposa.

—Aish, ya empezaste con tus reclamos. ¿Qué sigue? Culparme por dejar morir a nuestro hijo.

—Rosie, no…

—¡No digas nada! Siempre es lo mismo contigo, recordándome todo el tiempo que soy un fracaso de esposa y de madre, que no pude darte lo que querías y que por eso no soportas ni verme. ¡Ya no me amas! ¡Admítelo!

—¡Basta! Deja de gritar, es de madrugada y puedes despertar a la niña.

—La niña. La niña. La niña. Ella es lo único que te importa. ¿Y yo qué? Lo que yo siento ¿qué? Lo que yo necesito ¿qué?

—Tú eres una mujer adulta y puedes cuidarte a ti misma, tú hija es una niña pequeña que debería importarte más.

—Violeta no necesita mi amor porque tú la amas por los dos. Solo tienes ojos para ella y te olvidaste de que yo existo.

—¿Te das cuenta de lo que dices? Estás celosa de tu propia hija, por Dios.

—¡Claro que lo estoy! Tenerla fue el peor error que cometí en mi vida porque te perdí a ti.

—No te permito que digas eso de nuestra hija, estás ebria, no sabes ni lo que dices. Mejor vete a dormir.

Rubén le dio la espalda dispuesto a marcharse a cualquier otro lugar de la casa para evitar continuar con esa estúpida confrontación, pero Rossana no le dio tregua y disparó su veneno con la intención de matar.

—¿No has oído que los borrachos no mienten, mi amor? Tal vez el alcohol me da el valor de decirte la verdad.

—¿Cuál verdad? —preguntó con calma acercándose de nuevo a ella.

—¡Qué me arrepiento de haber dado a luz a Violeta! ¡Ojalá nunca hubiera nacido! ¡No sabes cuánto desearía que esa m*****a mocosa no existiera!

Rubén no alcanzó a controlarse, la rabia que hirvió en su interior tomó posesión de su cuerpo y, antes de que pudiera darse cuenta, ya le había dado una bofetada a su esposa. Se quedó con los ojos abiertos de par en par y la mano levantada en el aire sin poder creerse que él hubiera cometido ese acto tan vil.

No era la primera discusión que tenían, pero él jamás había tenido ese impulso, nunca pensó que sería capaz de lastimar a su amada esposa de esa manera.

Rosanna también quedó paralizada, era cierto que estaba buscando la forma de enfurecer a Rubén porque así él se iría a dormir a otro cuarto y la ignoraría al día siguiente, dándole el espacio que necesitaba para marcharse, pero nunca se esperó que la golpeara, su perfecto esposo no parecía ser ese tipo de hombre.

Ni siquiera le enojó el golpe, le iba a servir de maravilla, aunque dolía como el infierno, el sabor metálico no tardó en aparecer, claro, era lógico que esa mano tan grande iba a romperle la boca.

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