Rosanna le dijo que sí, ella no podía arriesgarse a que Rubén se molestara y le cerrara los chorros de oro que despilfarraba a su antojo, así que solo se dedicó a tener tanto sexo con su esposo como si fueran conejos en celo después de tomar afrodisiacos, esa fue la parte buena del trato.
Lo malo vino seis meses después cuando Rubén descubrió que ella seguía tomándose las pastillas anticonceptivas y tuvieron la discusión más grande de sus vidas.
Nunca lo había visto tan furioso, lo desconoció por un momento mientras le gritaba y arrojaba contra las paredes las cosas que encontraba a su paso, de verdad le tuvo miedo y no encontró más remedio que ponerse a llorar desconsolada.
Rubén jamás podía resistirse a eso, él le bajaría la luna si ella se la pedía para calmar sus lágrimas. Sin embargo, esa vez no funcionó, su esposo no lo quiso ver por casi dos semanas y Rosanna ya se temía que le pidiera el divorcio.
Sus padres estaban furiosos también, aunque los Salazar no se permitieran un divorcio, tampoco estaban contentos con su comportamiento, así que no le quedó más remedio que ceder, ir al médico, tomarse exámenes y tener sexo con su enojado esposo que no fue nada delicado.
Fue ahí cuando Rosanna descubrió que le gustaba demasiado ser nalgueada, follada tan duro que dolía y varias cosas más. Su fértil esposo no tardó en embarazarla de nuevo y Rosanna lo odio a él y a ese bebé en su vientre por ser una imposición odiosa e indeseada.
Nunca nada volvió a ser igual para ellos, algo se había quebrado y los dos lo sabían, ya no había confianza ni respeto, tal vez Rubén la siguiera amando, porque los detalles románticos volvieron y con la noticia de que sería un varón hubo una gran fiesta de celebración.
Las atenciones volvieron y su esposo la mimaba demasiado, pero ellos sabían que apenas y podían mirarse a los ojos. Por eso no le sorprendió la distancia que impuso Rubén cuando ella perdió al bebé.
No lo provocó, pero tampoco lo impidió, sus hormonas la estaban volviendo loca y empeoraban sus caprichos y las rabietas que hacía cuando no eran cumplidos de inmediato. Fue gracias a una de estas que terminó sufriendo una fuerte caída que le provocó un aborto.
No hubo nada que hacer, cuando llegaron al hospital ya no había latidos fetales. Rosanna no estaba muy segura de si se sintió triste o aliviada con la noticia, lo único claro fue que Rubén y el resto de la familia estaban devastados por la pérdida del ansiado heredero.
Claro que la atendieron, la compadecieron, le permitieron cada cosa que quiso hacer o tener y Rosanna se aferró al supuesto trauma por la muerte de su bebé para no querer intentarlo de nuevo. Rubén tampoco insistió, él se dedicó a su trabajo y a Violeta.
Ellos dos se convirtieron en extraños que follaban y nada más, porque claro, su perfecto esposo le era completamente fiel y cuando la necesidad lo azotaba, venía a meterse entre sus piernas, se saciaba y volvía a alejarse.
Rosanna estaba convencida de que ella no era más que una prostituta de lujo, Rubén no le arrojaba billetes, pero le pagaba con joyas, ropa de diseñador, viajes, salidas y cada m*****a cosa que le pidiera, a veces, tentaba a su suerte pidiéndole alguna obra de arte excéntrica con precios exorbitantes y nunca recibía una negativa, solo mucho sexo para compensar el regalo.
Ella estaba frustrada, enojada y, sobre todo, aburrida.
Fue así como una noche de fiesta quiso escapar de los clubes de su esposo, Rubén era dueño de los tres más lujosos y reconocidos de la ciudad, así que ella los disfrutaba mucho, pero siempre tenía ojos vigilantes sobre su espalda.
Ella quería algo más de acción y arrastró a Amaranta, su mejor amiga, a un bar de mala muerte en el otro extremo de la ciudad, donde nadie pudiera reconocerlos y fueran libres de cometer cualquier locura.
La noche fue un desastre, unos pandilleros quisieron robarlas y, si no fuera por la aparición del pecado encarnado en hombre, les hubiera ido muy mal. Si los asaltantes no las mataban, seguramente lo haría Rubén por escapar de los guardias y exponerse de esa manera.
Sin embargo, para Rosanna todo valió la pena cuando su caballero en armadura, montado en su corcel, apareció al rescate.
Para ser precisos, el corcel era una motocicleta extravagante con llamas pintadas y la armadura era un pantalón negro ajustado a sus caderas con rotos a lo largo de los muslos y una chaqueta de cuero negra y llena de tachas, abierta, dejando ver que no llevaba nada debajo.
La piel morena que cubría los músculos perfectamente definidos de ese hombre era del color de un caramelo tentador que pedía ser lamido. Rosanna comenzó a babear en cuanto lo vio y la sonrisa torcida y sensual que le regaló la hizo mojarse en un segundo, nunca había estado tan excitada sin el menor contacto físico.
Ese fue el comienzo de todo, Kal, su salvador, se convirtió en su amante y Rosanna se olvidó de todos los problemas de su vida gracias al polvo blanco que inhalaba y las candentes sesiones de sexo salvaje que disfrutaba con Kal.
Todo estaba bien en el mundo mientras no le faltaran esas manos ásperas y duras torturando su piel y el pene exigente taladrando su interior.
De lo único que Rosanna estaba segura, era de que no quería perder eso perfecto que tenía con Kal, lo amaba de la forma en la que nunca amó a Rubén, con locura y desesperación, sería capaz de cualquier cosa por complacerlo, pondría el mundo a sus pies si él se lo pidiera.
Por eso estaba cometiendo esa locura tan grande, porque quería ser libre, irse a recorrer el mundo junto al amor de su vida y olvidarse de la vida miserable que tenía en casa.
—El doctor dijo que debemos esperar dos semanas. ¿Cuándo quieres hacerlo?
—Mañana.
—¿Estás loca? Hoy saliste con Amaranta, tu marido no te dejará salir mañana.
—Mara no puede quedar salpicada con esto, no quiero causarle problemas.
—¿Y entonces?
—Conozco a Rubén, él va a pensar que estoy haciendo una rabieta cuando no aparezca, eso nos dará ventaja. De todas maneras, no podemos enfrentarnos a los guardias, no quiero que nadie más salga lastimado y es probable que ellos les ganen a tus muchachos.
—¿Tan poca confianza nos tienes? —inquirió el hombre cruzado de brazos y haciendo mala cara.
—Ay, Kal, por favor, tus chicos son pandilleros, no se comparan a guardaespaldas de elite entrenados como los que cuidan mi trasero.
—Bien. ¿Cómo piensas hacerlo? Todo está planeado desde que llegues a la guarida, pero no sé cómo vas a hacer para llegar allí.
—Voy a pensarlo y te aviso. Tenía la esperanza de que Rosalin quisiera venir por su voluntad. Te llamo mañana.
—Más tarde, querrás decir, son las dos de la madrugada.
—Mierda, voy muy tarde, hace una hora que debí llegar a casa.
Rosanna le dio un beso rápido en los labios justo en el momento en el que llegaba el taxi que Kal le había solicitado. Debía volar a la casa de Amaranta o su fachada de estar con ella se caería por completo.
Para su fortuna, todo salió de maravilla y ella fingió tambalearse por la ebriedad cuando llegó a la casa.
—¿Qué diablos pasa contigo, Rosie? Hoy es jueves, ¿ni siquiera pudiste esperar al fin de semana para embriagarte?
Rubén la increpó tan pronto como llegó, había días en los que al hombre no le importaba lo que hiciera su esposa, y otros, como ese, en los que lo exasperaba su extrema irresponsabilidad.
—Estaba triste, muy triste porque mi esposo ya no me ama. —Rosanna lloriqueó haciendo pucheros.
—No empieces de nuevo con eso, sabes que te amo con todo mi ser.
—Si me amaras como dices, me dejarías ir en el crucero con Amaranta, solo serán dos semanas, las dos solas, bronceándonos y probando cocteles.
—Sabes bien que no puedo dejarte ir sola, es peligroso, y ahora mismo tengo demasiado trabajo. Te prometo que en diciembre haremos un viaje largo, podríamos ir al caribe donde no haga frío.
Rubén la atrapo en sus brazos y besó el puchero que tenía en los labios, cuando la veía de esa manera le recordaba a la dulce Rosie con la que se había casado, esa a la que extrañaba tanto.
—No es igual, yo quiero ir con mi amiga, un viaje de chicas.
—Lo siento. Eso no va a suceder.
—Envidio tanto a Mara, ella sí puede ir donde quiera y cuando quiera.
—Amaranta es una mujer soltera, tú estás casada y tienes una hija, deberías recordarlo de vez en cuando. —dijo Rubén entre dientes ya bastante molesto con su esposa.
—Aish, ya empezaste con tus reclamos. ¿Qué sigue? Culparme por dejar morir a nuestro hijo.
—Rosie, no…
—¡No digas nada! Siempre es lo mismo contigo, recordándome todo el tiempo que soy un fracaso de esposa y de madre, que no pude darte lo que querías y que por eso no soportas ni verme. ¡Ya no me amas! ¡Admítelo!
—¡Basta! Deja de gritar, es de madrugada y puedes despertar a la niña.
—La niña. La niña. La niña. Ella es lo único que te importa. ¿Y yo qué? Lo que yo siento ¿qué? Lo que yo necesito ¿qué?
—Tú eres una mujer adulta y puedes cuidarte a ti misma, tú hija es una niña pequeña que debería importarte más.
—Violeta no necesita mi amor porque tú la amas por los dos. Solo tienes ojos para ella y te olvidaste de que yo existo.
—¿Te das cuenta de lo que dices? Estás celosa de tu propia hija, por Dios.
—¡Claro que lo estoy! Tenerla fue el peor error que cometí en mi vida porque te perdí a ti.
—No te permito que digas eso de nuestra hija, estás ebria, no sabes ni lo que dices. Mejor vete a dormir.
Rubén le dio la espalda dispuesto a marcharse a cualquier otro lugar de la casa para evitar continuar con esa estúpida confrontación, pero Rossana no le dio tregua y disparó su veneno con la intención de matar.
—¿No has oído que los borrachos no mienten, mi amor? Tal vez el alcohol me da el valor de decirte la verdad.
—¿Cuál verdad? —preguntó con calma acercándose de nuevo a ella.
—¡Qué me arrepiento de haber dado a luz a Violeta! ¡Ojalá nunca hubiera nacido! ¡No sabes cuánto desearía que esa m*****a mocosa no existiera!
Rubén no alcanzó a controlarse, la rabia que hirvió en su interior tomó posesión de su cuerpo y, antes de que pudiera darse cuenta, ya le había dado una bofetada a su esposa. Se quedó con los ojos abiertos de par en par y la mano levantada en el aire sin poder creerse que él hubiera cometido ese acto tan vil.
No era la primera discusión que tenían, pero él jamás había tenido ese impulso, nunca pensó que sería capaz de lastimar a su amada esposa de esa manera.
Rosanna también quedó paralizada, era cierto que estaba buscando la forma de enfurecer a Rubén porque así él se iría a dormir a otro cuarto y la ignoraría al día siguiente, dándole el espacio que necesitaba para marcharse, pero nunca se esperó que la golpeara, su perfecto esposo no parecía ser ese tipo de hombre.
Ni siquiera le enojó el golpe, le iba a servir de maravilla, aunque dolía como el infierno, el sabor metálico no tardó en aparecer, claro, era lógico que esa mano tan grande iba a romperle la boca.
Rosanna no se atrevió a ver a Rubén a la cara, el otro parecía que no estaba ni respirando y ella solo tocó su mejilla con la mano temblorosa, sintiendo la piel caliente y el ardor característico de las palmadas. Dejó que un hilo de sangre bajara por su barbilla y escuchó a Rubén jadear sorprendido al verla.—Amor… Yo… Yo no quería… Perdóname, por favor.—No me toques.La chica se encogió y retrocedió dos pasos levantando los brazos para cubrir su rostro en un gesto de defensa que le rompió el corazón a Rubén, él estaba demasiado acostumbrado a que la gente le tuviera miedo, pero no su preciosa esposa, ella no debería sentir eso jamás.—Lo lamento, de verdad, no sé qué me pasó… Yo…—No digas nada. Solo vete.—No, Rosie, déjame verte, voy a traerte hielo para que no se te inflame. Mi amor, perdóname, por favor, te juro que no sé qué me pasó, yo perdí el control.—¿Quieres saber qué pasó? Acabas de demostrarme que no solo no me amas, sino que tampoco me respetas. Nunca pensé que pudiera
Rubén sabía que había sido una excelente idea invertir tanto dinero en ese sistema, eso le garantizaba saber exactamente dónde estaba su esposa cuando hacía cosas como esta.Se tranquilizó y continuó con el trabajo pendiente, revisando periódicamente el mapa y comparándolo con los informes de Rolando. Al parecer, Rosanna iba rumbo a la casa de sus padres.Allí permaneció por varias horas y Rolando le informó, sobre las cinco de la tarde, que ya iban de regreso a la casa, así que Rubén también se preparó para salir de su oficina, debía llegar a casa con muchas rosas rojas y tratar de pedir perdón. No obstante, justo cuando iba a dejar la oficina, recibió una nueva llamada.—Señor, ¿Puede ver a la señora Rosanna en el rastreador?—¿Otra vez la perdieron?—Lo siento, señor, iba muy rápido y nos detuvo el semáforo.—No sé para qué les pago tanto dinero si yo debo hacer el trabajo.Rubén respondió con buen humor, él mejor que nadie sabía lo escurridiza que podía ser su Rosie cuando se lo p
—Rubén, tienes que dormir. —Sergio llegó a su lado para intentar convencerlo una vez más.—No tengo sueño. —Rubén le dio una calada a su cigarro y lanzó el humo con los ojos cerrados y la cara hacia arriba. Estaba muy cansado, pero no podía conciliar el sueño sin pensar en su esposa.—Llevas tres días en vela, claro que tienes sueño. Esto no es tu culpa, si Rosanna no hubiera estado haciendo una de sus pataletas nuestros chicos no hubieran permitido que nadie se le acercara.—Deja de culparla, podría estar muerta para este punto, ni siquiera han pedido rescate.—Hasta que no encontremos su cadáver, ella está viva, ¿entiendes?—Sergio, déjame en paz, no estoy de humor para lidiar contigo.—Pues qué mal, porque, a menos de que me dispares, no hay manera en la que me aleje de ti en este momento.—Eres un maldito dolor de cabeza.—Soy todo lo que quieras, pero no estas bien, Violeta está preocupada porque te vio gritando a los chicos y se asustó. Ve a verla, pero antes tienes que bañarte
El dinero no era problema, las condiciones de la entrega tampoco, así que el rescate se alistó según la solicitud y la maleta llevaba diminutos rastreadores en los ganchos de las correas, no podrían encontrarlos en ese lugar.También había en algunas de las cintas que sujetaban los fajos de billetes, ellos tenían la esperanza de poder localizar la guarida de los delincuentes y rescatar a Rosanna. Rubén estaba dispuesto a seguir las instrucciones, aunque tenía a su gente de encubierto cubriendo todas las posibilidades.La entrega del dinero se pactó cuando se completaban doce días de secuestro y Rubén ya estaba desesperado en ese punto. Tanto que había aceptado la ayuda de Alexander Molina, un conocido empresario naviero radicado en Dusan, quien movía los hilos en el sur del país.Los negocios no podían detenerse mientras Rubén sufría una tragedia personal, los compradores y vendedores no esperaban, el negocio debía mantenerse a pesar de todo.La tensión que había surgido entre las dos
El incesante ruido del celular despertó a Rubén que se encontraba profundamente dormido, ni siquiera abrió los ojos y tanteo con las manos hasta encontrar el aparato y contestar, apenas amanecía y él ya estaba dispuesto a matar a quien lo hubiera despertado después de lo mucho que le costó dormirse.—¿Señor Salazar?—¿Quién es? —gruñó y su voz sonó más ronca de lo normal.—Soy Azucena, señor Salazar. Lamento molestarlo, pero usted me dijo que le avisara cuando su esposa despertara, sin importar la hora.Eso fue suficiente para despabilarse, Rubén se sentó de golpe en la cama con la noticia. Habían pasado tres semanas desde que Rosanna fue rescatada e internada en el hospital, para ese punto, sus lesiones más graves habían mejorado y ya solo le quedaban leves evidencias de los moretones más grandes.Una semana atrás se había retirado la sedación, pero ella continuaba sin reaccionar. Algo normal, habían dicho los médicos, solo debían esperar.—Voy para allá.Dicho esto, Rubén colgó la l
El cuerpo de la chica se estremeció visiblemente con las dos últimas palabras, Rubén estaba seguro de haberlas pronunciado con calma, casi con dulzura, pero ese cuerpo pequeñito se sacudió como si él le hubiera dado un golpe y parecía que ahora le costaba respirar. La agitación fue tal que el aparato que media sus palpitaciones empezó a pitar y Azucena entró en la habitación.—¿Qué sucedió?Azucena vio a su paciente con los ojos desorbitados, hiperventilando y apretando las sábanas con tanta fuerza que sus nudillos se blanqueaban, también se mordió el labio de tal manera que se hizo sangrar. Ella estaba teniendo un ataque de pánico.—No lo sé, ella estaba bien y de repente se puso así.—¿Qué le dijo antes de que se alterara?—Que no llorara.Rubén y la doctora compartieron una mirada conocedora. El alto había torturado a suficientes personas a lo largo de su vida como para saber de traumas, uno de sus chicos tenía por costumbre poner una canción popular en bucle durante todo el proces
—Princesa, ven, quiero hablar contigo de algo. —Rubén sentó a su hijita en su regazo para esa conversación complicada.—Dime, papi.—¿Recuerdas que te dije que mamá estaba en el hospital?—Sí, porque se puso enferma.—Exacto. Resulta que tu mamá ya se siente mucho mejor y quiere verte.—¿A mí? ¿Por qué? Yo no hice nada malo. —La niña se alteró y sus ojos abiertos con miedo le recordaron tanto a los de Rosie esa mañana que le dolió el corazón, ella también tenía sus traumas.—Lo sé, florecita, ella no te va a regañar, de eso quiero hablarte. Resulta que la enfermedad de tu madre hizo que perdiera la memoria, ella olvidó todo lo que sabía y debemos cuidarla mucho hasta que pueda recordar.—¿Olvidó todo?—Sí.—¿Cómo en la novela que mira Héctor en la cocina?—Sí, así como en la novela. Rosie no recuerda quiénes somos y no sabemos cuándo pueda recuperar esas memorias; pero esta mañana que fui a verla le enseñé tus fotos y dijo que eras muy hermosa y quería verte.—Pero ella dice que yo no
Los malos recuerdos lo hicieron sentir mal, pero la escena tan hermosa de su familia compartiendo un momento amoroso lo hizo sonreír. Decidió que él también quería un poco de amor y las abrazó a las dos encerrándolas en sus fuertes brazos. Así era como debían estar, protegidas bajo su amparo, donde él supiera que estaban a salvo. Rubén siempre iba a cargar con la culpa del sufrimiento que Rosie tuvo que soportar, pero, en ese preciso instante, le estaba agradeciendo a la vida por darle una segunda oportunidad a su familia. Ellos se iban a encargar de moldear a esa Rosie para que fuera la madre y la esposa que se merecían.—Rosanna, ¿te sientes bien? —Inquirió Azucena preocupada por la presión que podrían estar ejerciendo sobre el frágil cuerpo de su paciente.—Sí… —la respuesta era afirmativa pero sonó como un quejido y la doctora supo que ella no admitiría que necesitaba espacio.—Trata de calmarte, por favor, respira despacio, debe estarte doliendo el torso por el esfuerzo.Ante es