Una Esposa para el Príncipe
Una Esposa para el Príncipe
Por: Maria Pulido
Prólogo

NOTA. Esta historia es la continuación de la saga “Reinos” si usted no ha leído las historias anteriores, le recomiendo hacerlo antes de comenzar con esta, aunque se puede leer por separado como Kader, usted entenderá más la trama si conecta los libros desde el principio. Amor real, Conquista Real, Kader, y este último. Una esposa para el príncipe.

Tiempo actual.

Farid.

EL ALBOROTO.

Leer la historia de mi nación era como sentir una sensación refrescante cada vez que venía a este lugar, donde podía liberar un poco el estrés de mis hombros e ir a los acontecimientos de mis abuelos y muchas generaciones atrás.

Porque, allí se contaba una historia que siempre había marcado mi corazón, a pesar de ser como yo era, y de no creer que actualmente esto pasara de nuevo.

Kalil Sabagh y Saravi Eljal habían sido los reyes más ejemplares que Angkor había tenido nunca. Y eso me enorgullecía sobremanera. Muchas generaciones pasaron después de ellos, sin embargo, la marca que había dejado aquella monarquía se podía respirar aun en estos tiempos actuales.

Después de varios siglos, Angkor todavía sostenía una monarquía de la que actualmente mi padre era el rey, así que el apellido Sabagh se mantenía vigente. Remuel Sabagh, mi padre, estaba llegando al fin de su corona, situación que hacía un tiempo me ponía los nervios de punta.

Sabía que este era mi propósito, entendía que había nacido para ello igual que mis antepasados. Pero, la sensación de inseguridad y miedo hacían mella cada día en mí.

Los reyes pasados, incluso mi padre, fueron ejemplos de gobierno, fueron intachables en todo momento. Pero la palabra —irreprensible— no figuraba en mí si era sincero conmigo mismo. A mis 31 años ya había dado más guerras familiares de las que Angkor tuvo en toda su historia, por lo tanto, más que cualquier persona, yo mismo dudaba de mi forma de gobernar.

Pero eso no se lo demostraba a nadie.

No podía negarlo, era terco, engreído y un poco arrogante. Bastante complejo y muy escéptico a casi todas las cosas.

Así que no tendrían a un rey fácil. No está vez…

Resoplé un poco por el vidrio mientras divisaba el paisaje. Comparado con las pinturas antiguas, Angkor ya no era la misma. Su crecimiento fue acelerado y brusco desde el reinado que las páginas de los libros y la misma red de internet me mostraban, ahora podía ver un país, nuevo y muy desarrollado. Una potencia como ninguna otra. Y yo estaba más que feliz por eso.

—Señor… el auto lo espera —me informó el general que me acompañaría a mi primera reunión.

Mi padre me había enviado a la reunión que se solían hacer cada mes. 

Akram. 

Así se llamaba la unión de naciones que ahora se había hecho obligatoria en todos los territorios para mantener la paz, las alianzas y la resolución de muchos problemas que llegaban a diario de las fronteras.

Así que esta era mi primera presentación, y muy esperada. Muchos buitres y personas interesadas querían llegar a mí para seguir manteniendo sus riquezas. No lo decía por engreído, aunque podía presumir. La situación era que Angkor estaba en la cima de las naciones más ricas y poderosas que existían dentro de esta comunidad.

—Que le vaya muy bien, señor —agregó un mayordomo abriendo mi puerta mientras me acerqué al auto.

Asentí hacia él y luego el general ingresó conmigo en el asiento trasero.

Toqueteé la puerta con mis dedos a la vez que pensaba en el discurso que debía dar, tal como mi padre lo había indicado.

—¿Nervioso? —preguntó Abud, a mi lado, él más que nadie sabía que podía preguntarme cualquier cosa, no tenía otra mano derecha más leal. Y lo sabía.

No lo observé, pero respondí de inmediato.

—Para nada. Voy por satisfacer a mi padre, a mi parecer esas reuniones son una pérdida de tiempo…

—Angkor estuvo a salvo gracias a esas alianzas, mi señor.

—Conozco la historia —le corté. Tenía confianza con Abud, pero eso no impedía que fuese un poco pedante con él.

—Eso me alegra y me alivia a la vez, no quisiera correr peligro en su reinado —dijo en tono de burla, entonces asomé una sonrisa sarcástica en su dirección.

Llegamos en el transcurso de veinte minutos. Angkor contaba con un edificio diseñado para esta reunión, muy cómodo y acondicionado para que varios huéspedes se quedaran cerca.

Cuando llegamos al recinto, fui recibido de una forma apabullante por la prensa. Muchos se arremolinaron a mi lugar mientras Abud y otros del personal de seguridad trataban de separar un poco la distancia que debían tener para conmigo. A pesar de que muchos hombres y reporteros hicieron preguntas hacia mí, no contesté a ninguna de ellas.

Estaba harto de las revistas, la cotillera y todos los artículos que sacaban de mi persona.

Me pasaron al salón de reuniones de inmediato, guardé mi móvil en el traje y procedí a sentarme. Muchos habían llegado, así que no esperaría para comenzar esta reunión.

Las presentaciones comenzaron por parte de mi general, y uno a uno fui dando la mano, repitiendo mi nombre infinidad de veces. Felicitaciones, agradecimientos y saludos a mi familia fueron parte de las palabras que recibí, y cuando pensé que esto no acabaría, un hombre anunció que iniciaríamos la reunión.

Respiré aliviado.

—Bienvenidos, sean todos, pónganse cómodos porque esta será una reunión larga.

Por supuesto, mi aliento salió después de la última palabra dicha.

La situación comenzó, muchos colocaron sobre la mesa algunos problemas sobre los materiales que salieron defectuosos. Ellos habían sido donados para algunos puentes que conectaban varias fronteras, me había enterado de ello hace algunos días.

Uno a uno hablaba sobre sus diferencias, muy pocos daban aportes, y varios solo daban quejas sobre su situación actual. Miré a mi oficial que estaba a mi lado y él me envió una sonrisa sabiendo lo que pensaba de todo esto.

Estaba a punto de intervenir, si seguíamos bajo este paso llegaría la noche y no terminaríamos nunca. Sin embargo, un portazo más una voz bastante forzada llegó a mis oídos y al de todos los presentes procediendo a un silencio que dominó el momento.

—¡Tienen que dejarme entrar! ¡Es suficiente!

Me levanté de golpe, pero no podía ver de quién se trataba la interrupción. Así como yo, todos en la mesa extensa se levantaron para saber qué sucedía.

—¡Mi nación ya no lo soporta más, son años… generaciones de hambre y miseria!, no pueden seguir con esta crueldad, ¡no pueden!

Los sonidos de asombro se esparcieron hasta llegar a mí. Así que giré hacia el general y él se adelantó para tranquilizar a los presentes. Después de todos estábamos en mi nación y la seguridad de todos y de lo que estaba sucediendo era mi responsabilidad.

—Por favor, tomen asiento —iba diciendo Abud caminando, mientras yo seguía de pie.

—¡No! ¡No me iré! ¡No, hasta que me escuchen!

—¡Debe salir ahora, señorita! —escuché como la voz de Abud se intensificó.

—Abud… —intervine con el ceño fruncido, porque escuchaba a una mujer, y algo me dijo que debía intervenir. Después de todo, debía ser diplomático.

Entonces, cuando todos decidieron sentarse, pude ver que al final estaba la dueña de la voz que había irrumpido con la reunión.

Allí estaba una chica, una chica joven, vestida de forma muy sencilla, y muy pelirroja. Pero no fue hasta que esa mirada rabiosa, cargada de adrenalina y agitada, se posicionó en mí, hasta el punto en que mi cuerpo reaccionó como una bomba, pidiéndome a gritos que frenara esta situación o me arrepentiría para toda la vida…

—¿Quién es usted? —mis palabras fueron duras, con toda la intensión de amedrentarla—. ¿Cuál es su nombre?

—Mi nombre no es importante —ella desafió—. Pero mi país Yomal, si lo es, y sufre mucho…

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