Capítulo 4

Alana.

NUEVAMENTE EN ANGKOR.

No sabía qué hacer… estaba en un punto de quiebre, y sobre todo de una intensa tensión en mi cuerpo.

Mi familia iba a castigarme rudamente si asistía a esta invitación, incluso mi grupo de lucha podría excluirme de los proyectos que tanto amaba si se enteraban de mis andanzas.

Todos sabían en Yomal que mi apellido acarreaba una maldición de nunca acabar, porque, aunque fuéramos uno de las familias más pobres, esta generación seguía atormentándonos.

Era lógico que el apellido Bozkurt se había extendido, había unas diez familias más en todo el país que acarreaban con este destino, pero que a la larga solo era eso, un bulto que cargar en los hombros, porque de reinado ya no quedaba nada.

Conocía muy bien la historia, pero también había investigado y mi línea no provenía de aquel rey malo, llamado Omer.

Él no tuvo descendencia alguna, pero su hermano Abdel, era el que había dejado algo de legado, que, con los siglos, se fue deteriorando por la falta de fuerzas.

«¿Por qué no podía entender esto el reino de Angkor?, ¿Por qué este rey no podía sentarse a indagar, y entender que los buenos éramos más?»

—¿Alana? ¿Qué vas a hacer? —Abigail llamó mi atención, mientras el dedo índice me dolió. Ya había comido más de lo que debía de mi uña, pero no podía controlar mis nervios.

—Yo… no sé qué hacer…

—Bien… le diré a Hasán que lo olvide, y no ha pasado nada… de todas formas, la tienes hecha, ¿no?

Alana frunció el ceño, y negó.

—¿De qué estamos hablando ahora?

—Alana… todo el mundo lo sabe aquí en la ciudad… Akim…

—Cállate, Abigail… Nunca he estado a espaldas de Akim… tengo mis propios méritos…

—Si tú lo dices…

—¿Sabes qué? Dile a ese hombre que iré… estaré preparada para la tarde… y ¿sabes otra cosa…? Si me cortan la cabeza, anótalo a tu nombre.

—¡Oye! —escuché la voz de Abigail, pero incluso ella sabía que me enfurecía que sacaran a Akim en estos momentos, odiaba que no me dieran los méritos de mis esfuerzos, y tal vez este era el momento de hacer algo diferente, aunque eso me costara la vida.

***

El sol estaba por ocultarse cuando dejé mi cama con bultos y una manta, y me apresuré en llegar hasta el lugar donde debía quedar con ese hombre.

Hasán ya estaba allí cuando hice acto de presencia, y sin decir una sola palabra, me pasó una capa, indicándome que debíamos caminar hasta esa muralla, que tanto odiaba.

Todos sabían que, al pasar los años, unos túneles ocultos habían sido cavados para pasar mercancía por tráfico, junto con personas que querían olvidarse de su identidad y comenzar una nueva vida.

Nos subimos en auto destartalado con mientras trataba de controlar mis manos temblorosas, esperando que mi cabeza no apareciera en primera plana en la mañana en el periódico de Yomal.

Pasamos por varias revistas de guardias en el camino, y mi identidad falsa, fue vista por algunos generales, que a la larga se hicieron los de vista gorda, pero cuando me di cuenta de que estaba dentro del centro de Angkor y de que estábamos pasando por una alcabala importante, escuché como Hasan, le dijo a un hombre que tenía una compleción ruda:

—Llame a sus hombres… esto es petición de la misma corona…

Nos detuvimos, para ser bajados del auto, al mismo tiempo que Hasan me pidió que no se quitara la capa, entre tanto intentaban mediar, pero de pronto unos cuatro hombres llegaron a su lugar, y le pasaron un dinero en una bolsa a Hasán, que de cierta forma me causó escalofríos.

—Llegas hasta aquí…

¿Qué? ¿Qué iban a hacer conmigo?

—¿De acuerdo? ¿Debo venir por la mañana? —preguntó Hasán sin mirarme.

—No… te avisaremos… —Hasán me pasó una mirada larga esta vez, y luego asintió a los hombres.

—Bien…

—Hasán… —intenté alcanzarlo, pero aquellos hombres, me tomaron del brazo para detenerme.

—Señorita, entré al auto.

Cuando alcé los ojos, pude distinguir a uno de esos hombres. Juraba que estaba con el príncipe aquel día, pero no estaba segura.

De cierta forma esto me dio algo de confianza, y no me resistí por entrar al auto, que a la larga solo estaba allí con ese hombre porque los demás, desaparecieron. 

—No tenga miedo… no le pasará nada… estas cosas deben hacerse por su protección.

Asentí de forma lenta. No había forma de que no estuviera aterrada.

—¿Cuál es su nombre? —el general me miró por largo rato antes de responder.

—Abud… soy la mano derecha del príncipe Farid, es él quien solicita hablar con usted.

De un momento se me subió el corazón a la garganta cuando escuché la mención, y aunque asentí con una mirada seria, sentía un temblor constante en mis entrañas.

—¿Ha…? ¿Ha pasado algo malo? —el hombre negó, pero inmediatamente me quitó la mirada.

—No lo sé en este punto…

Durante todo el recorrido estuvo en silencio, en algunos momentos haciendo llamadas, y la mayoría de veces escribiendo en su teléfono de última generación, por lo que solo decidí mirar por la ventana el fabuloso paisaje de edificios altos, y construcciones innovadoras.

—No me esperes… —Abud dijo al chofer cuando nos bajamos frente a un hotel de lujo—. Vamos…

Me indicó a lo último, y me bajé rápidamente, siguiéndole los pasos, como un perro faldero.

Observé cómo le dieron una tarjeta sin siquiera saludarlo, e inmediatamente nos dirigimos a un ascensor privado.

Esta era la primera vez que me montaba a uno, así que puse las manos atrás del metal, pero no demostré el miedo que sentía en el momento.

Caminamos por un pasillo amplio después de esto, mientras mis ojos solo podían vislumbrar lo nuevo, elegante y lo lujoso del lugar, hasta que nos detuvimos en una puerta amplia totalmente blanca.

El hombre llamado Abud pasó la tarjeta, y esta puerta se abrió.

Entré en pasos lentos, mientras esa puerta se cerró. Fue evidente por la iluminación ver al final del espacio grande, exactamente en la ventana, un hombre con traje a espaldas, pero por su coleta recogida en la nuca, y por su corpulencia, fue muy fácil reconocerlo.

¿Quién no recordaba un hombre como él?

Era el príncipe Farid, y mi cuerpo se congeló cuando se dio la vuelta con una sonrisa.

Me sentí realmente una nada. Además, que tenía los pantalones de jean algo rasgados, y una camiseta que ni siquiera me digné en revisar al salir.

Era todo un desastre, mientras él solo se iluminaba por su presencia deslumbrante y pulcra.

—Señorita, Alana… bienvenida nuevamente a Angkor… —en cuanto mis oídos registraron su voz, supe que diría sí, a todo lo que me pidiera…

Maria Pulido

Chicas, comenzamos con las actualizaciones y las dedicatorias.... Yuju...... :)

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