Los siguientes días en la mansión fueron una nueva prueba a su resistencia. David la trataba con una distancia y una frialdad casi insoportable, imponiéndole, a cada momento, cada vez más reglas y restricciones. El desprecio y la arrogancia que mostraba hacia ella la hacían sentir como una prisionera en aquella mansión.Una noche, durante la cena, a la cual Jenna era bienvenida por el único hecho de que Noah se negaba a comer con David si su madre no estaba presente, después de que el niño se marchara a jugar con sus juguetes, David miró a Jenna con desdén mientras decía:—Por cierto, hay una nueva regla.Jenna, sorprendida, alzó la cabeza hacia él y lo miró con los ojos abiertos de par en par.—¿Qué regla? —preguntó, conteniendo un suspiro.—Desde ahora no tendrás acceso a ninguna parte de la mansión sin mi permiso. Mantente en tu habitación y en la cocina o en las áreas designadas para ti y para Noah —respondió, sin mirarla.—¿Qué? A ver, señor, entiendo que esté enojado conmigo, pe
Una semana después, Jenna se sentía agotada, había sufrido más en ese tiempo que en sus veinticinco años de vida, pero, aun así, había procurado mantenerse firme y mostrarse fuerte ante su hijo. No quería que él percibiera la presión a la que se veía sometida.En ese momento, Jenna se encontraba en la habitación de Noah, limpiando y arreglando sus juguetes, mientras el pequeño jugaba cerca de ella. Su carita estaba iluminada por una radiante sonrisa. Jenna se detuvo por un momento, y lo observó con el corazón latiéndole lleno de ternura, pero también de preocupación.El niño, sintiéndose observado por su madre, giró su cabecita en su dirección y, con los ojitos grandes, curiosos y llenos de inocencia, preguntó:—Mami, ¿qué pasa entre papá y tú? ¿Por qué parecen enojados?Los ojos de Jenna se abrieron levemente, tratando de no mostrarle a su hijo el impacto de su pregunta. No solo acababa de confirmar que sus esfuerzos para que su hijo se mantuviera ajeno a la tensión de la mansión hab
Por un momento, Jenna dudó en responder, pero, consciente de que intentar ocultarse ya no era una opción, se adentró en la sala con la cabeza baja.—Señor… —dijo en un susurro.—Necesito que me acompañes —comenzó a decir David.Jenna alzó la vista y frunció el ceño.—¿A dónde, señor? —preguntó, tratando de mantenerse calmada—. Tengo que cumplir con mi trabajo. La cena…—Olvida la cena y limítate a obedecer —ordenó David, mirándola fijamente con el ceño fruncido—. Ve ahora mismo a cambiarte, ponte lo mejor que tengas. Solo tienes diez minutos. Te esperaré en el coche.Jenna se sintió confundida. ¿Qué diablos estaba sucediendo? Sin embargo, aunque no entendiera, sabía que no tenía otra opción que seguir sus órdenes.Tras asentir rápidamente, se encaminó hacia su habitación, y escogió lo mejor de su guardarropa: una blusa blanca, un pantalón negro y una chaqueta a juego.«Si al menos me hubiera dicho a dónde vamos…», pensó. Sin embargo, eso tendría que servir. Después de todo, no le habí
Jenna, sentada en el asiento del copiloto, miró a David con una expresión de incredulidad. La frialdad con la que había respondido la había golpeado más fuerte que cualquier insulto.«¿Registro Civil?», pensó Jenna con los ojos abiertos de par en par. ¿De qué diablos estaba hablando?Su mente bullía, mientras sentía que la tensión que la envolvía casi podía cortarse con un cuchillo.—¿Qué acaba de decir? —preguntó Jenna, unos segundos más tarde, con un ligero temblor en su voz.David la miró de soslayo, con sus labios apretados en una fina línea.—Lo que escuchaste. Vamos al Registro Civil —repitió, sin volver a mirarla, con la vista fija en la carretera—. Nos casaremos ahora mismo.Jenna sintió un escalofrío recorrerla de pies a cabeza, mientras el pánico se apoderaba de ella. No podía creerlo. ¿Cómo podía pretender que ella se casara con él después de cómo la había tratado, luego de enterarse de que él era el padre del pequeño, de las nuevas reglas que le había impuesto y de su inte
David guardó silencio, inspiró profundamente y cerró los ojos por un momento, intentando calmarse, mientras conducía unos kilómetros más, hasta que por fin se detuvo frente a una imponente construcción.Rápidamente, se bajó del automóvil, dando un portazo, antes de dirigirse, con la ayuda de su bastón hasta la entrada del edificio, en donde un letrero, en lo alto de la fachada, rezaba: McKenzie y Asociados, Bufete de Abogados.«¿Qué diablos está haciendo?», se preguntó Jenna con el ceño fruncido, mientras lo observaba desde su asiento, con el corazón latiéndole a toda prisa. ¿Por qué había conducido hasta un estudio jurídico?Forzando la vista al máximo, Jenna vio cómo David gesticulaba frente a un hombre de aspecto mayor, de semblante serio, vestido con un traje negro de etiqueta, a quien la muchacha reconoció de inmediato como el abogado de David.Luego de unos largos minutos, ambos hombres salieron del edificio y se encaminaron hacia el auto.David abrió la puerta del copiloto y se
Al escuchar esto, David y Jenna se dieron la vuelta hacia la entrada, en donde una pequeña pero imponente figura se recortaba contra la luz del pasillo.—¿Qué te pasa, David? ¿Te has vuelto completamente loco? —gritó Susan, la madre de David, con los ojos brillando de ira.El juez de paz, visiblemente incómodo, dio un paso atrás, mientras David y Jenna intercambiaban una rápida y preocupada mirada. ¿Qué diablos hacía Susan Whitmore allí? ¿Cómo diablos se había enterado de que se casarían en ese momento?David, armándose de paciencia, dio un paso al frente, con la mandíbula sumamente tensa. —Mamá, ¿qué haces aquí? —preguntó con un tono más frío que el que solía utilizar con Jenna.—Evitar que cometas una locura —respondió la mujer, avanzando hacia él con el rostro contorsionado en un gesto de ira—. Pensé que habías tenido un estúpido arrebato al querer divorciarte de Madison, por eso no dije nada, después de todo, tenía la esperanza de que recapacitaras. Pero veo que me equivoqué. Te
Una vez llegaron a la villa, tras salir del Registro Civil, David y Jenna se adentraron en la mansión en silencio, envueltos por una palpable tensión.David, sin siquiera mirar a su ahora esposa, se encaminó directamente a su despacho.Inquieta, Jenna lo observó marcharse y, tras soltar un suspiro cansado, decidió pasar por la cocina, en busca de algo para comer, antes de subir a su dormitorio. ¡Se sentía agotada! ¡Había pasado tanto en tan poco tiempo!En cuanto David se adentró en el estudio, se encaminó hacia el escritorio y se sirvió un generoso vaso de whisky, y luego otro, otro y otro más. El alcohol bajaba por su garganta, quemando su esófago y nublando su mente.Sintiéndose agotado, se mantuvo sentado en su sillón de cuero, esperando que su malestar por fin se apaciguara.Luego de un tiempo, David, con la ayuda de su bastón, se levantó, sin siquiera tambalearse, a pesar de la ebriedad, y salió del despacho, decidido a irse a la cama.Cuando por fin se encontró en el piso super
«Tu padre no está bien. Vamos de camino al hospital».Tras leer aquel mensaje, David no pudo evitar maldecir.Preocupado, se vistió de manera mecánica, tomó las llaves del coche y se dirigió al garaje de la mansión.Cuando sacó el automóvil de la villa, la noche era fría e, inevitablemente, los cristales del coche se empañaron por su respiración, por lo que se vio obligado a encender la calefacción.Tras solo cinco minutos de conducción, aparcó en el estacionamiento del hospital, se bajó tan rápido como sus piernas se lo permitieron y se encaminó hacia la sala de espera, en la que se encontró con Susan con el rostro contorsionado en una expresión de preocupación.—¿Cómo está papá? —preguntó David en un susurro cargado de ansiedad.—No lo sé, aún lo están atendiendo —contestó Susan con la voz ronca y las lágrimas rodando por sus mejillas.Tras este breve intercambio de palabras, y sin saber qué más decir, David se sentó en una de las sillas azules de la sala de espera y se dispuso a es