Por un momento, Jenna dudó en responder, pero, consciente de que intentar ocultarse ya no era una opción, se adentró en la sala con la cabeza baja.—Señor… —dijo en un susurro.—Necesito que me acompañes —comenzó a decir David.Jenna alzó la vista y frunció el ceño.—¿A dónde, señor? —preguntó, tratando de mantenerse calmada—. Tengo que cumplir con mi trabajo. La cena…—Olvida la cena y limítate a obedecer —ordenó David, mirándola fijamente con el ceño fruncido—. Ve ahora mismo a cambiarte, ponte lo mejor que tengas. Solo tienes diez minutos. Te esperaré en el coche.Jenna se sintió confundida. ¿Qué diablos estaba sucediendo? Sin embargo, aunque no entendiera, sabía que no tenía otra opción que seguir sus órdenes.Tras asentir rápidamente, se encaminó hacia su habitación, y escogió lo mejor de su guardarropa: una blusa blanca, un pantalón negro y una chaqueta a juego.«Si al menos me hubiera dicho a dónde vamos…», pensó. Sin embargo, eso tendría que servir. Después de todo, no le habí
Jenna, sentada en el asiento del copiloto, miró a David con una expresión de incredulidad. La frialdad con la que había respondido la había golpeado más fuerte que cualquier insulto.«¿Registro Civil?», pensó Jenna con los ojos abiertos de par en par. ¿De qué diablos estaba hablando?Su mente bullía, mientras sentía que la tensión que la envolvía casi podía cortarse con un cuchillo.—¿Qué acaba de decir? —preguntó Jenna, unos segundos más tarde, con un ligero temblor en su voz.David la miró de soslayo, con sus labios apretados en una fina línea.—Lo que escuchaste. Vamos al Registro Civil —repitió, sin volver a mirarla, con la vista fija en la carretera—. Nos casaremos ahora mismo.Jenna sintió un escalofrío recorrerla de pies a cabeza, mientras el pánico se apoderaba de ella. No podía creerlo. ¿Cómo podía pretender que ella se casara con él después de cómo la había tratado, luego de enterarse de que él era el padre del pequeño, de las nuevas reglas que le había impuesto y de su inte
David guardó silencio, inspiró profundamente y cerró los ojos por un momento, intentando calmarse, mientras conducía unos kilómetros más, hasta que por fin se detuvo frente a una imponente construcción.Rápidamente, se bajó del automóvil, dando un portazo, antes de dirigirse, con la ayuda de su bastón hasta la entrada del edificio, en donde un letrero, en lo alto de la fachada, rezaba: McKenzie y Asociados, Bufete de Abogados.«¿Qué diablos está haciendo?», se preguntó Jenna con el ceño fruncido, mientras lo observaba desde su asiento, con el corazón latiéndole a toda prisa. ¿Por qué había conducido hasta un estudio jurídico?Forzando la vista al máximo, Jenna vio cómo David gesticulaba frente a un hombre de aspecto mayor, de semblante serio, vestido con un traje negro de etiqueta, a quien la muchacha reconoció de inmediato como el abogado de David.Luego de unos largos minutos, ambos hombres salieron del edificio y se encaminaron hacia el auto.David abrió la puerta del copiloto y se
Al escuchar esto, David y Jenna se dieron la vuelta hacia la entrada, en donde una pequeña pero imponente figura se recortaba contra la luz del pasillo.—¿Qué te pasa, David? ¿Te has vuelto completamente loco? —gritó Susan, la madre de David, con los ojos brillando de ira.El juez de paz, visiblemente incómodo, dio un paso atrás, mientras David y Jenna intercambiaban una rápida y preocupada mirada. ¿Qué diablos hacía Susan Whitmore allí? ¿Cómo diablos se había enterado de que se casarían en ese momento?David, armándose de paciencia, dio un paso al frente, con la mandíbula sumamente tensa. —Mamá, ¿qué haces aquí? —preguntó con un tono más frío que el que solía utilizar con Jenna.—Evitar que cometas una locura —respondió la mujer, avanzando hacia él con el rostro contorsionado en un gesto de ira—. Pensé que habías tenido un estúpido arrebato al querer divorciarte de Madison, por eso no dije nada, después de todo, tenía la esperanza de que recapacitaras. Pero veo que me equivoqué. Te
Una vez llegaron a la villa, tras salir del Registro Civil, David y Jenna se adentraron en la mansión en silencio, envueltos por una palpable tensión.David, sin siquiera mirar a su ahora esposa, se encaminó directamente a su despacho.Inquieta, Jenna lo observó marcharse y, tras soltar un suspiro cansado, decidió pasar por la cocina, en busca de algo para comer, antes de subir a su dormitorio. ¡Se sentía agotada! ¡Había pasado tanto en tan poco tiempo!En cuanto David se adentró en el estudio, se encaminó hacia el escritorio y se sirvió un generoso vaso de whisky, y luego otro, otro y otro más. El alcohol bajaba por su garganta, quemando su esófago y nublando su mente.Sintiéndose agotado, se mantuvo sentado en su sillón de cuero, esperando que su malestar por fin se apaciguara.Luego de un tiempo, David, con la ayuda de su bastón, se levantó, sin siquiera tambalearse, a pesar de la ebriedad, y salió del despacho, decidido a irse a la cama.Cuando por fin se encontró en el piso super
«Tu padre no está bien. Vamos de camino al hospital».Tras leer aquel mensaje, David no pudo evitar maldecir.Preocupado, se vistió de manera mecánica, tomó las llaves del coche y se dirigió al garaje de la mansión.Cuando sacó el automóvil de la villa, la noche era fría e, inevitablemente, los cristales del coche se empañaron por su respiración, por lo que se vio obligado a encender la calefacción.Tras solo cinco minutos de conducción, aparcó en el estacionamiento del hospital, se bajó tan rápido como sus piernas se lo permitieron y se encaminó hacia la sala de espera, en la que se encontró con Susan con el rostro contorsionado en una expresión de preocupación.—¿Cómo está papá? —preguntó David en un susurro cargado de ansiedad.—No lo sé, aún lo están atendiendo —contestó Susan con la voz ronca y las lágrimas rodando por sus mejillas.Tras este breve intercambio de palabras, y sin saber qué más decir, David se sentó en una de las sillas azules de la sala de espera y se dispuso a es
Siete días más tarde. Una semana después de la llegada de Ronald y Susan a la mansión, temprano por la mañana, Jenna se encontraba trasteando en la cocina, preparando el desayuno, con la misma destreza y atención de siempre.A pesar de la tensión que sentía a su alrededor, Jenna se había esforzado en mantener una actitud atenta y amable para con sus ahora suegros; pese a que sabía que esto sería especialmente difícil con Susan, quien se había encargado de demostrarle, una y otra vez, que ella no era de su agrado.Desde que se habían trasladado a la mansión, Susan, siempre con una sonrisa que no llegaba a sus ojos y con los brazos cruzados sobre su pecho, observaba con mirada crítica cada uno de sus movimientos.Y esa mañana no fue la excepción.Mientras David y Ronald se preparaban para bajar a desayunar, Susan aprovecho su oportunidad a solas con Jenna para menospreciarla y humillarla una vez más.—¿No se supone que eras chef? —preguntó Susan con veneno en la voz, examinando el desa
—David, cariño, Amanda está aquí, ¿no piensas venir a saludarla? —preguntó Susan a voz de grito, desde la sala con la voz cargada de emoción.David frunció el ceño e inspiró con fuerza, con una expresión de molestia en su rostro, antes de girarse y salir de la cocina, seguido de Ronald.Ante aquello, Jenna no pudo evitar sentir que se le estrujaba el corazón; algo le decía que aquella visita no auguraba nada bueno, y, por un momento, pensó que lo mejor era esconderse.Sin embargo, la curiosidad la obligó a salir, con la intención de ver qué pasaba.Cuando se adentró en la sala de estar, vio cómo Amanda se acercaba a David, de una manera demasiado sugerente, mientras, con una sonrisa radiante, digna de un comercial de dentífrico, exclamaba:—¡David! ¡Qué bueno verte después de tanto tiempo! Los años han hecho un gran trabajo contigo. Estás mucho más guapo de lo que recordaba.Diciendo esto, se acercó aún más a él y posó sus manos en el pecho del hombre, acariciándolo con suavidad y de