Cuando Jenna salió del hospital, se dirigió a la mansión, tan rápido como le fue posible. El aire fresco y el sol del mediodía, no lograron disipar la preocupación que se había instalado en su pecho. Los últimos días habían sido una completa locura; una montaña rusa de emociones que la tenían al borde.Al llegar a la villa, Jenna se encontró con un hombre sumamente alto, de cabello oscuro como la noche y de ojos grises y penetrantes, que aguardaba en la entrada.—Buenos días —saludó el hombre, con voz grave y firme, mientras le tendía la mano—. Mi nombre es Víctor Cole. Imagino que el señor Whitmore le dijo que vendría. Usted debe ser Jenna Miller, ¿verdad?—Hola, señor Cole —respondió la joven, con un asentimiento, mientras estrechaba su mano—. En efecto, soy Jenna. Gracias por venir.—Es un placer, señora. Es necesario que revisemos la mansión, cuanto antes, en busca de cualquier cosa que pueda esclarecer lo sucedido.Jenna sonrió y asintió, antes de que ambos se adentraran en la ma
Al escuchar las palabras de David, Jenna sintió que todo su mundo se desmoronaba. ¿A qué se refería con aquella pregunta? ¿Cómo que quién era?Preguntándose esto, tragó saliva, sintiendo que el estómago se le estrujaba en un puño, y, con voz temblorosa, contestó:—Disculpe, señor, pero no lo entiendo. ¿De qué habla? ¿A qué se refiere? Claramente, soy Jenna Miller…David apretó los puños, mientras la miraba con una mezcla de furia y confusión. Por mucho que había pensado, desde que el médico le había dado aquella noticia, no había logrado recordar quién diablos era aquella mujer y cómo diablos tenía un hijo con ella.—En serio, Jenna, ¿crees que soy estúpido? —repuso con el ceño fruncido y una voz helada, como un témpano de hielo—. Dime la verdad. ¿Quién diablos eres?Jenna retrocedió, de manera instintiva, mientras su mente trabajaba a toda velocidad. Algo le decía que él sabía algo, pero ¿qué y cuánto sabía?—¿Qué es lo que quiere que le cuente? —preguntó, en un intento de ganar tiem
A la mañana siguiente, cuando el sol apenas empezaba a asomar en el horizonte, el pequeño Noah recibió, por fin, el alta médica. Si bien aún tenía que recibir ciertos cuidados, ya se había recuperado lo suficiente como para poder regresar con su madre.Por su parte, David aún esperaba los resultados de los análisis del medicamento y las pruebas que le habían hecho con relación a la mejora de su condición física.La habitación se encontraba cargada de una extraña y agridulce sensación, y, Noah, ajeno a la tensión de los dos adultos, se encontraba feliz de por fin salir del hospital.—David, por favor, recupérate rápido —le pidió el pequeño con una sonrisa inocente—. Recuerda que me prometiste que me comprarías el avión y que jugarías conmigo.David, quien permanecía en su cama, miró al niño, sin poder creer que fuera su hijo, y su rostro endurecido se suavizó con una sonrisa.—Tranquilo, pequeño, ya verás que cuando menos lo esperemos estaré de regreso en la mansión —dijo con calma—. Y
Dos semanas más tarde.Después de quince días, tras los últimos e impactantes descubrimientos sobre Madison, el medicamento y su paternidad, David fue dado de alta del hospital; y en el transcurso de estas dos semanas Jenna había acudido por insistencia de Noah. Al fin y al cabo, su hijo tenía derecho a pasar tiempo con su padre, aun cuando cada visita le resultaba una difícil prueba de resistencia emocional.El día en que fue dado de alta, David llegó a la mansión, caminando con la ayuda de un bastón.Al verlo, Jenna se apresuró a ayudarlo. Y, aunque él aceptó su ayuda, lo hizo con renuencia y con la desconfianza grabada en sus azules y penetrantes ojos.—No necesito de tu compasión —gruñó, mientras ella lo sostenía.—No es así, señor. Solo quiero ayudarlo —respondió ella, con suavidad, sintiendo cómo el corazón se le estrujaba en el pecho.David soltó una risa irónica, antes de apartar la mirada de ella.—Y yo tengo que creerte —bufó.Una vez en el interior de la mansión, Margaret y
Los siguientes días en la mansión fueron una nueva prueba a su resistencia. David la trataba con una distancia y una frialdad casi insoportable, imponiéndole, a cada momento, cada vez más reglas y restricciones. El desprecio y la arrogancia que mostraba hacia ella la hacían sentir como una prisionera en aquella mansión.Una noche, durante la cena, a la cual Jenna era bienvenida por el único hecho de que Noah se negaba a comer con David si su madre no estaba presente, después de que el niño se marchara a jugar con sus juguetes, David miró a Jenna con desdén mientras decía:—Por cierto, hay una nueva regla.Jenna, sorprendida, alzó la cabeza hacia él y lo miró con los ojos abiertos de par en par.—¿Qué regla? —preguntó, conteniendo un suspiro.—Desde ahora no tendrás acceso a ninguna parte de la mansión sin mi permiso. Mantente en tu habitación y en la cocina o en las áreas designadas para ti y para Noah —respondió, sin mirarla.—¿Qué? A ver, señor, entiendo que esté enojado conmigo, pe
Una semana después, Jenna se sentía agotada, había sufrido más en ese tiempo que en sus veinticinco años de vida, pero, aun así, había procurado mantenerse firme y mostrarse fuerte ante su hijo. No quería que él percibiera la presión a la que se veía sometida.En ese momento, Jenna se encontraba en la habitación de Noah, limpiando y arreglando sus juguetes, mientras el pequeño jugaba cerca de ella. Su carita estaba iluminada por una radiante sonrisa. Jenna se detuvo por un momento, y lo observó con el corazón latiéndole lleno de ternura, pero también de preocupación.El niño, sintiéndose observado por su madre, giró su cabecita en su dirección y, con los ojitos grandes, curiosos y llenos de inocencia, preguntó:—Mami, ¿qué pasa entre papá y tú? ¿Por qué parecen enojados?Los ojos de Jenna se abrieron levemente, tratando de no mostrarle a su hijo el impacto de su pregunta. No solo acababa de confirmar que sus esfuerzos para que su hijo se mantuviera ajeno a la tensión de la mansión hab
Por un momento, Jenna dudó en responder, pero, consciente de que intentar ocultarse ya no era una opción, se adentró en la sala con la cabeza baja.—Señor… —dijo en un susurro.—Necesito que me acompañes —comenzó a decir David.Jenna alzó la vista y frunció el ceño.—¿A dónde, señor? —preguntó, tratando de mantenerse calmada—. Tengo que cumplir con mi trabajo. La cena…—Olvida la cena y limítate a obedecer —ordenó David, mirándola fijamente con el ceño fruncido—. Ve ahora mismo a cambiarte, ponte lo mejor que tengas. Solo tienes diez minutos. Te esperaré en el coche.Jenna se sintió confundida. ¿Qué diablos estaba sucediendo? Sin embargo, aunque no entendiera, sabía que no tenía otra opción que seguir sus órdenes.Tras asentir rápidamente, se encaminó hacia su habitación, y escogió lo mejor de su guardarropa: una blusa blanca, un pantalón negro y una chaqueta a juego.«Si al menos me hubiera dicho a dónde vamos…», pensó. Sin embargo, eso tendría que servir. Después de todo, no le habí
Jenna, sentada en el asiento del copiloto, miró a David con una expresión de incredulidad. La frialdad con la que había respondido la había golpeado más fuerte que cualquier insulto.«¿Registro Civil?», pensó Jenna con los ojos abiertos de par en par. ¿De qué diablos estaba hablando?Su mente bullía, mientras sentía que la tensión que la envolvía casi podía cortarse con un cuchillo.—¿Qué acaba de decir? —preguntó Jenna, unos segundos más tarde, con un ligero temblor en su voz.David la miró de soslayo, con sus labios apretados en una fina línea.—Lo que escuchaste. Vamos al Registro Civil —repitió, sin volver a mirarla, con la vista fija en la carretera—. Nos casaremos ahora mismo.Jenna sintió un escalofrío recorrerla de pies a cabeza, mientras el pánico se apoderaba de ella. No podía creerlo. ¿Cómo podía pretender que ella se casara con él después de cómo la había tratado, luego de enterarse de que él era el padre del pequeño, de las nuevas reglas que le había impuesto y de su inte