CAPÍTULO 44

La silueta de Sebastián llenó la entrada de la habitación del hospital de Ava, un marcado contraste con las paredes blancas estériles. En el momento en que su mirada se encontró con la de ella, una calidez se extendió por el frío espacio y los labios de Ava se curvaron en una frágil sonrisa, un saludo silencioso al hombre que se había convertido en su ancla en un mar de agitación.

—Hola —murmuró, cruzando la habitación con algunas zancadas decididas. Su voz era suave, como el susurro del viento entre las hojas de otoño, pero tenía la fuerza de un roble antiguo.

Su sonrisa vaciló cuando una sola lágrima traicionó sus miedos y se deslizó por su pálida mejilla. Sebastian extendió la mano, su pulgar gentilmente mientras limpiaba la tristeza de su piel. —Todo va a estar bien, Ava. —le aseguró, sus ojos sosteniéndolos con inquebrantable certeza. —Saldremos de esto juntos.

El corazón de Ava dio un vuelco: un pájaro enjaulado que anhela la seguridad de su nido. Ella respiró entrecortadamente,
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