La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas de la elegante sala de desayuno de la mansión Montenegro. La mesa estaba adornada con una variedad de platillos exquisitos: frutas frescas, panes recién horneados, y una selección de jugos. Por primera vez en semanas, la familia Montenegro se reunía para desayunar junta. Sebastián, Ava, y sus hijos, Valentina y Bastián, se sentaban alrededor de la mesa, intentando disfrutar de un momento de paz en medio de la tormenta de problemas que habían enfrentado.Ava sonreía mientras miraba a su familia. Ver a Sebastián relajado, charlando con Bastián, le llenaba de alegría. Valentina reía suavemente por algún comentario divertido de su hermano. Por un instante, todo parecía perfecto, como si los problemas que los habían atormentado estuvieran muy lejos.De pronto, el sonido simultáneo de notificaciones de mensajes de texto interrumpió la tranquilidad. Los cinco tomaron sus teléfonos casi al unísono, sus rostros reflejando curiosidad y l
Valeria se encontraba de pie frente a la casa, su corazón latía con fuerza mientras contemplaba la fachada silenciosa y desierta. La dirección la había conseguido de manera sigilosa, recurriendo a contactos en la universidad de Alexandre, pero aún así, una inquietud insidiosa se aferraba a su pecho. La duda la carcomía: ¿Sería esta la casa de Marie? ¿Estaría Alexandre dentro?El aire estaba impregnado de humedad, y el cielo nublado prometía una tormenta inminente. Valeria se arrebujó en su chaqueta, mirando con desconfianza la casa ante ella. Era una estructura imponente, de aspecto antiguo, con ventanas de vidrio oscuro que apenas dejaban entrever lo que había dentro. La fachada, aunque majestuosa, tenía un aire lúgubre que solo aumentaba su incertidumbre.Mientras Valeria evaluaba sus opciones, una figura emergió del interior de la casa. Una mujer, de aspecto elegante y rostro inescrutable, salió por la puerta principal y se dirigió hacia un coche estacionado en la entrada. Valeria
Sebastián se encontraba en su oficina, un espacio amplio y bien iluminado, pero que en ese momento se sentía asfixiante, casi opresivo. Los documentos se apilaban sobre su escritorio de caoba, un recordatorio constante del peso de las responsabilidades que cargaba sobre sus hombros. La presión del trabajo se sumaba a la tensión que le provocaba la situación con Marie, cuyos juegos retorcidos parecían haber enredado cada aspecto de su vida. Suspiró profundamente, sintiendo el cansancio en cada fibra de su ser.El sonido suave de la puerta al abrirse lo sacó de sus pensamientos. Era Marta, su asistente, una mujer joven y eficiente, que había sido su mano derecha durante los últimos meses. Llevaba consigo una carpeta repleta de documentos que necesitaban su firma. Con una sonrisa profesional, Marta se acercó al escritorio y colocó los papeles frente a Sebastián.—Aquí están los documentos que necesita firmar, señor Montenegro —dijo Marta, con su habitual tono respetuoso.Sebastián asin
Ava estaba inmersa en su trabajo, su mente concentrada en el delicado balance de colores y texturas que desplegaba sobre la mesa de su estudio de diseño. Las luces cálidas del espacio iluminaban los bocetos y muestras de tela que estaban esparcidas por toda la superficie, creando un ambiente acogedor y creativo. A pesar de la calma aparente que envolvía la habitación, un leve suspiro escapó de sus labios. Los últimos meses habían sido una tormenta implacable, y aunque había encontrado refugio en su arte, su corazón aún estaba inquieto.De pronto, el sonido de la puerta al abrirse la sacó de sus pensamientos. Sebastián entró con pasos seguros, su figura imponente llenando la habitación. Sus ojos se encontraron y, por un momento, el tiempo pareció detenerse. Habían estado juntos en cada batalla, apoyándose mutuamente en silencio, pero la distancia física entre ellos se había vuelto palpable.—Hola, mi amor —dijo Sebastián con una voz suave, cargada de ternura, mientras se acercaba a el
Sebastián se encontraba de pie en la sala principal de la mansión Montenegro, la tensión era palpable en el aire. Su mirada severa recorría la habitación, observando a los familiares que ya se encontraban reunidos. Las manos le temblaban ligeramente, no por miedo, sino por la creciente impaciencia que lo carcomía. Sabía que cada minuto contaba, que el peligro estaba acechando, y que no podía permitirse demoras.Su madre, Jazmín, estaba sentada en uno de los sofás, con la espalda recta y las manos entrelazadas en su regazo. La expresión en su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y serenidad, como si intentara mantenerse firme por el bien de su hijo y su familia. A su lado, los suegros de Sebastián, Nancy y Pablo, intercambiaban miradas de incertidumbre. Nancy no dejaba de frotarse las manos, un gesto nervioso que delataba su ansiedad. Pablo, por su parte, trataba de mantener una fachada de calma, pero su ceño fruncido indicaba que estaba al tanto de la gravedad de la situación.
Ángela sintió una mezcla de angustia y determinación mientras escribía el mensaje a Bastián. La verdad sobre Marie, y su engaño, debía salir a la luz. No podía permitir que Bastián siguiera siendo manipulado por ella. Con dedos temblorosos, pulsó el botón de envío y observó cómo el mensaje desaparecía en el éter digital. No tardó en recibir la respuesta de Bastián, invitándola a su apartamento para hablar.Tomó un taxi con la mente agitada, su corazón golpeando contra su pecho. La lluvia caía a cántaros, y las luces de la ciudad se difuminaban a través de la ventana del vehículo. Cada minuto que pasaba se sentía como una eternidad, pero finalmente el taxi se detuvo frente al edificio de apartamentos de Bastián.Ángela se bajó del taxi, su abrigo empapado por la lluvia, y se apresuró hacia la entrada del edificio. Tras el ascensor y un breve trayecto por el pasillo, llegó a la puerta del apartamento de Bastián. Golpeó con nerviosismo, y pronto escuchó el sonido del seguro abriéndose.C
Las manos de Sebastián temblaron al leer el mensaje de Marie. Su corazón se aceleró al ver la fotografía adjunta, donde Bastián y Valentina aparecían atados y visiblemente heridos. La desesperación lo invadió como un torrente incontenible. Arrojó el teléfono contra la pared, el dispositivo rebotando con un sonido sordo antes de caer al suelo. La violencia de su gesto atrajo de inmediato la atención de todos en la sala. Ava, alarmada, se apresuró a acercarse a él, con el rostro lleno de preocupación.—¡Sebastián, ¿qué te pasa?! —preguntó con voz temblorosa, casi temiendo la respuesta.Pero Sebastián no pudo contenerse más. Su voz salió cargada de angustia y furia. —¡Marie tiene a Bastián y Valentina! —gritó, sintiendo que el mundo se desmoronaba a su alrededor.El pánico se extendió como un incendio incontrolable. Antony se puso de pie de un salto, la palidez dominando su rostro. —¿Y Ángela? —preguntó, con la urgencia vibrando en su voz—. Ella iba hacia el apartamento de Bastián…La r
En la penumbra de la bodega abandonada, el aire se sentía pesado, cargado con la humedad y el polvo de años de abandono. Las paredes desconchadas y los techos bajos solo aumentaban la sensación de opresión que envolvía a los tres jóvenes cautivos. Un débil rayo de luz se filtraba a través de una ventana rota en lo alto, apenas iluminando las sombras que los rodeaban.Bastián, con el rostro pálido y el brazo ensangrentado, se esforzaba por mantenerse erguido. El dolor punzante del disparo en su brazo lo debilitaba, pero trataba de disimularlo lo mejor que podía. Sabía que no podían permitirse mostrar debilidad en un momento tan crítico. Aun así, Angela, a su lado, no pudo evitar mirarlo con preocupación, notando la rigidez en su mandíbula y la forma en que sus dedos temblaban ligeramente.—¿Estás bien, Bastián? —preguntó Angela en voz baja, su tono cargado de temor.Él asintió, tratando de esbozar una sonrisa tranquilizadora que apenas alcanzó a sus labios. —Es solo un rasguño —respond