Antony esperaba en uno de los largos y desolados pasillos de la universidad. La lluvia torrencial caía con furia, creando un ruido constante y ensordecedor contra las ventanas. Sus pensamientos estaban llenos de preocupación por la familia Montenegro y el reciente accidente de Valeria. Cada minuto que pasaba parecía estirarse eternamente mientras esperaba que Valentina saliera de clase.Finalmente, vio a Valentina aparecer al final del pasillo, su cabello mojado por la lluvia, y sus ojos llenos de curiosidad y una leve expectativa. Antony se acercó a ella con rapidez, con el rostro serio y la voz baja pero firme.—Valentina, debemos irnos. La lluvia está muy fuerte y no quiero que te quedes aquí sola —dijo, extendiendo una mano para guiarla hacia la salida.Valentina tomó su mano, sintiendo una conexión eléctrica que siempre había estado allí pero que hoy parecía más intensa. Mientras caminaban hacia el auto, su mente estaba llena de pensamientos y sentimientos encontrados. ¿Sería es
Valeria, aún algo pálida y con un brazo enyesado, llegó a su casa acompañada de Ava y Sebastián. La casa, habitualmente acogedora y cálida, se sentía ahora como un refugio necesario tras el tumulto del accidente. La lluvia seguía golpeando las ventanas con fuerza, como si el mundo exterior quisiera recordarles la fragilidad de la vida.Al abrir la puerta, Valentina, su hermana, la esperaba con ansias. Sin decir una palabra, corrió hacia Valeria y la envolvió en un abrazo cálido y apretado. Valeria, sorprendida por la intensidad del abrazo, sintió una mezcla de alivio y emoción.—¿Por qué no viniste al hospital? —le preguntó Valeria con un tono suave, aunque había un toque de reproche en su voz.—Prefería verte en casa, donde estás más cómoda y segura —respondió Valentina, tratando de sonreír, pero sus ojos reflejaban la preocupación que sentía.Ava y Sebastián observaban desde el umbral, intercambiando miradas de alivio y preocupación. Después de unos momentos, Valeria, aún apoyada en
En el interior del auto de Antony, la atmósfera estaba cargada de deseo y conflicto. La lluvia torrencial golpeaba el techo del coche, creando un sonido rítmico que solo acentuaba la intensidad del momento. Valentina y Antony se encontraban en un lugar apartado, lejos de las miradas indiscretas. Sus labios se habían encontrado en un beso apasionado, y el calor entre ellos aumentaba con cada segundo.Antony finalmente se separó, con la respiración entrecortada y los ojos llenos de una mezcla de arrepentimiento y deseo. Su voz, aunque suave, llevaba una firmeza que Valentina no pudo ignorar.—Esto está mal, Valentina —dijo Antony, pasando una mano temblorosa por su cabello desordenado—. No puedo hacerle esto a tus padres, a Ava y Sebastián. Ellos nunca aceptarían una relación entre nosotros.Valentina, con los ojos brillantes por la emoción y la frustración, negó con la cabeza y se acercó a él nuevamente, sus manos buscando consuelo en las de Antony.—Pero si mantenemos nuestra relación
La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas de la elegante sala de desayuno de la mansión Montenegro. La mesa estaba adornada con una variedad de platillos exquisitos: frutas frescas, panes recién horneados, y una selección de jugos. Por primera vez en semanas, la familia Montenegro se reunía para desayunar junta. Sebastián, Ava, y sus hijos, Valentina y Bastián, se sentaban alrededor de la mesa, intentando disfrutar de un momento de paz en medio de la tormenta de problemas que habían enfrentado.Ava sonreía mientras miraba a su familia. Ver a Sebastián relajado, charlando con Bastián, le llenaba de alegría. Valentina reía suavemente por algún comentario divertido de su hermano. Por un instante, todo parecía perfecto, como si los problemas que los habían atormentado estuvieran muy lejos.De pronto, el sonido simultáneo de notificaciones de mensajes de texto interrumpió la tranquilidad. Los cinco tomaron sus teléfonos casi al unísono, sus rostros reflejando curiosidad y l
Valeria se encontraba de pie frente a la casa, su corazón latía con fuerza mientras contemplaba la fachada silenciosa y desierta. La dirección la había conseguido de manera sigilosa, recurriendo a contactos en la universidad de Alexandre, pero aún así, una inquietud insidiosa se aferraba a su pecho. La duda la carcomía: ¿Sería esta la casa de Marie? ¿Estaría Alexandre dentro?El aire estaba impregnado de humedad, y el cielo nublado prometía una tormenta inminente. Valeria se arrebujó en su chaqueta, mirando con desconfianza la casa ante ella. Era una estructura imponente, de aspecto antiguo, con ventanas de vidrio oscuro que apenas dejaban entrever lo que había dentro. La fachada, aunque majestuosa, tenía un aire lúgubre que solo aumentaba su incertidumbre.Mientras Valeria evaluaba sus opciones, una figura emergió del interior de la casa. Una mujer, de aspecto elegante y rostro inescrutable, salió por la puerta principal y se dirigió hacia un coche estacionado en la entrada. Valeria
Sebastián se encontraba en su oficina, un espacio amplio y bien iluminado, pero que en ese momento se sentía asfixiante, casi opresivo. Los documentos se apilaban sobre su escritorio de caoba, un recordatorio constante del peso de las responsabilidades que cargaba sobre sus hombros. La presión del trabajo se sumaba a la tensión que le provocaba la situación con Marie, cuyos juegos retorcidos parecían haber enredado cada aspecto de su vida. Suspiró profundamente, sintiendo el cansancio en cada fibra de su ser.El sonido suave de la puerta al abrirse lo sacó de sus pensamientos. Era Marta, su asistente, una mujer joven y eficiente, que había sido su mano derecha durante los últimos meses. Llevaba consigo una carpeta repleta de documentos que necesitaban su firma. Con una sonrisa profesional, Marta se acercó al escritorio y colocó los papeles frente a Sebastián.—Aquí están los documentos que necesita firmar, señor Montenegro —dijo Marta, con su habitual tono respetuoso.Sebastián asin
Ava estaba inmersa en su trabajo, su mente concentrada en el delicado balance de colores y texturas que desplegaba sobre la mesa de su estudio de diseño. Las luces cálidas del espacio iluminaban los bocetos y muestras de tela que estaban esparcidas por toda la superficie, creando un ambiente acogedor y creativo. A pesar de la calma aparente que envolvía la habitación, un leve suspiro escapó de sus labios. Los últimos meses habían sido una tormenta implacable, y aunque había encontrado refugio en su arte, su corazón aún estaba inquieto.De pronto, el sonido de la puerta al abrirse la sacó de sus pensamientos. Sebastián entró con pasos seguros, su figura imponente llenando la habitación. Sus ojos se encontraron y, por un momento, el tiempo pareció detenerse. Habían estado juntos en cada batalla, apoyándose mutuamente en silencio, pero la distancia física entre ellos se había vuelto palpable.—Hola, mi amor —dijo Sebastián con una voz suave, cargada de ternura, mientras se acercaba a el
Sebastián se encontraba de pie en la sala principal de la mansión Montenegro, la tensión era palpable en el aire. Su mirada severa recorría la habitación, observando a los familiares que ya se encontraban reunidos. Las manos le temblaban ligeramente, no por miedo, sino por la creciente impaciencia que lo carcomía. Sabía que cada minuto contaba, que el peligro estaba acechando, y que no podía permitirse demoras.Su madre, Jazmín, estaba sentada en uno de los sofás, con la espalda recta y las manos entrelazadas en su regazo. La expresión en su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y serenidad, como si intentara mantenerse firme por el bien de su hijo y su familia. A su lado, los suegros de Sebastián, Nancy y Pablo, intercambiaban miradas de incertidumbre. Nancy no dejaba de frotarse las manos, un gesto nervioso que delataba su ansiedad. Pablo, por su parte, trataba de mantener una fachada de calma, pero su ceño fruncido indicaba que estaba al tanto de la gravedad de la situación.