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Ava llegó al hospital con el corazón en un puño, cada paso resonando en los fríos pasillos como un eco de su ansiedad. El edificio, con sus luces fluorescentes y su ambiente aséptico, solo intensificaba su preocupación. Apenas había aparcado el auto cuando recibió la llamada de Sebastián.

Su hija Valeria había sufrido un accidente, y ahora se encontraba en el hospital. El miedo y la angustia la habían acompañado durante todo el trayecto, pero ahora, al acercarse a la sala de espera donde Sebastián la esperaba, esos sentimientos se transformaban en una mezcla de esperanza y temor.

Sebastián estaba sentado en una de las sillas, su postura tensa y su rostro surcado por las preocupaciones. Cuando vio a Ava, se levantó rápidamente y la abrazó con fuerza.

—El médico dijo que está estable —dijo Sebastián con voz temblorosa—. Tiene un brazo fracturado, pero está fuera de peligro.

Ava asintió, tratando de calmarse. Juntos, siguieron al médico que los condujo por el laberinto de pasillos hasta
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