Capitulo Cuatro:

—¿Helena? ¿Qué Hele...? —Alejandro reconoce al instante la voz de la mujer que hace solo minutos lo había insultado en su propia oficina. —¡Eres tú! ¿Qué haces con el teléfono de mi abuela? ¡¿Qué le has hecho?! —La furia y la preocupación lo consumen. Tony, al ver la reacción de su hermano, le arrebata el teléfono y toma el control de la conversación.

—Hola, Hele, soy Tony. Dime, ¿qué ha pasado? —pregunta con seriedad, consciente de que Helena y su abuela no se conocen.

—Tony, gracias a Dios que contestaste. Alejandro no me dejó explicarle. Tu abuela, Lucía, se descompensó mientras iba hacia la empresa. Afortunadamente, yo estaba cerca y pude ayudarla a tiempo. Está fuera de peligro, pero vamos camino al hospital. Está muy nerviosa y necesita verlos —explica Helena, con la voz aún temblorosa.

—Mi querida Hele —Tony exclama, emocionado hasta las lágrimas—. Los Montenegro te estaremos eternamente agradecidos. Te quiero, Hele.

Minutos después, los hermanos Montenegro llegan al hospital. Al acercarse a la habitación, encuentran a su abuela, ya recuperada, riendo con Helena.

—¡Abuela! —grita Alejandro, desesperado, mientras corre hacia Lucía. Por un momento, Helena percibe lágrimas en sus ojos; es evidente cuánto adoran a su abuela.

—Hola, mi niño, ya no te preocupes, estoy bien —le dice Lucía, mientras Alejandro se arroja a sus brazos como un niño pequeño.

—Nos asustaste mucho, abuela. ¿Cómo quieres que no me preocupe?

—Gracias a Dios solo fue un susto —agrega Luciano, también visiblemente afectado.

—Tienen que agradecerle a esta muchachita que actuó rápido; de lo contrario, no estaría aquí para contarlo —comenta Lucía con una sonrisa.

—Abuela, tú y tu sentido del humor —bromea Tony, mientras se acerca a Helena para abrazarla con cariño y gratitud—. Ella es mi mejor amiga, abuela. Helena es una persona increíble.

—Ya, Tony, deja de adularme. Sabes que no me gusta —responde Helena, un poco incómoda. En ese momento, siente las miradas penetrantes de Alejandro y Luciano, lo que la pone aún más nerviosa.

—Tony, estoy segura de que Helena es maravillosa. ¿Y saben qué? Como muestra de agradecimiento por lo que hizo por mí, quiero que trabaje en Ediciones Montenegro.

—¿Qué dices, abuela? —Alejandro, aún impactado por lo que había ocurrido antes, pregunta con incredulidad—. No voy a aceptar a esta “señorita” en la empresa, mucho menos en mi equipo. Está vetada de por vida, abuela. Tiene la entrada prohibida.

—Alejandro —exclama Lucía, sorprendida por la dureza de su nieto—, ¿qué sucede con Helena? ¿Ya la conoces?

—Sí, abuela. Helena se presentó hoy para el puesto de editor en jefe —responde Tony.

—Abuela, esta mujer se aprovechó de su amistad con Tony para llegar hasta mí, y eso es jugar sucio. Además, me dijo... me dijo... —Alejandro intenta contener su indignación.

—¡Te dije que eres un amargado y un déspota, y no me arrepiento de haberlo dicho! —interviene Helena, nuevamente enfurecida con ese hombre que la saca de quicio.

—¿Lo ves, abuela? ¡Estoy seguro de que te reconoció en la calle y te ayudó solo para obtener algo a cambio! Esta gente sin escrúpulos actúa así —sentencia Alejandro, justo antes de recibir una bofetada de Helena, quien no soporta más la situación.

—¡No te lo voy a permitir! ¡No me importa que seas Alejandro Montenegro, no tienes derecho a juzgarme sin conocerme! —responde Helena, con la voz rota por la furia y las lágrimas.

—¡Tú también me juzgaste sin conocerme! ¡Estamos a la par! —se defiende Alejandro.

—¿Sabes qué? Tienes razón, lo hice, y no creo haberme equivocado viendo cómo tratas a la gente. Señora Lucía, me alegro de que esté mejor. La dejo con su familia; yo me voy de aquí —dice Helena, incapaz de soportar más la presencia de Alejandro. Sale rápidamente de la habitación, dejando a todos en un silencio atónito.

—Tony, ve tras ella —le ordena Lucía con firmeza. Sin dudarlo, Tony sigue a su amiga, la alcanza y la envuelve en un abrazo cálido.

—Ya, mi querida Hele, no llores más —le susurra Tony, guiándola hasta un banco fuera del hospital para que se siente.

—No lo soporto, Tony, no soporto a tu hermano. Nunca me había pasado esto con nadie.

—Nadie ha enfrentado a Alejandro como tú lo haces. Por eso reacciona así, pero estoy seguro de que, en el fondo, te agradece lo que hiciste. Los tres amamos a la abuela, pero para Alejandro, ella lo es todo.

—No quiero volver a ver a tu hermano nunca más —declara Helena, con la rabia aún latente.

—Tienes que calmarte, Hele. Recuerda que Ediciones Montenegro quiere trabajar con Butterfly —le recuerda Tony, confiando en que su amiga recobrará la calma.

—No trabajaré con Ediciones Montenegro ni con tu hermano.

—Ya lo hablaremos en su momento. ¿Quieres que te lleve a casa para descansar? Tengo el auto aquí cerca.

—No, Tony, gracias —responde Helena mientras lo abraza con todo el cariño que siente por él, consciente de lo importante que es en su vida—. Necesito tomar un poco de aire.

—¿Estás segura? —insiste Tony, preocupado por su amiga.

—Sí. Ahora que lo pienso... eres tan diferente a tus hermanos. Luciano es un idiota... ¿viste cómo me miraba? Parecía que le daba asco, solo porque soy fea.

—No lo eres, Helena. Deja de decir tonterías.

—Y Alejandro... no encuentro palabras para describirlo.

—¿Sabes lo que pienso? —pregunta Tony, con una sonrisa traviesa.

—¿Qué? —Helena lo mira intrigada.

—Que eres la mujer perfecta para Alejandro. Ambos son explosivos y tienen un corazón enorme; te aseguro que se complementarían.

—Ahora el que dice tonterías eres tú, Tony —responde Helena, sorprendida por las palabras de su amigo—. ¿La mujer perfecta para tu hermano? Ese hombre, en lugar de corazón, tiene un bloque de hielo.

—No lo juzgues tan rápidamente solo porque han tenido roces. Alejandro no es lo que crees; daría la vida por todos nosotros.

—Obvio, es tu hermano, por eso lo defiendes.

—Y soy su favorito —bromea Tony, provocando una risa en Helena—. Relájate, amiga. Ve a casa y mañana hablamos. Hoy ha sido un día demasiado intenso.

—Gracias, Tony. Sabes que te adoro.

—Y tú eres la hermanita que nunca tuve.

—Ay no, no lo digas ni en broma. Imagíname siendo hermana de esos Montenegro —los dos comienzan a reír.

—¿Segura que no quieres que te lleve a casa? —insiste Tony.

—No, amigo, gracias por preocuparte. Estaré bien —Helena se despide de Tony con un beso en la mejilla y se levanta para marcharse.

—Gracias, Hele, por salvarle la vida a mi abuela. Te estaré eternamente agradecido.

Después de despedirse de Helena, Tony regresa a la habitación de su abuela. Alejandro y Luciano siguen allí. Al entrar, Alejandro se levanta de la silla y se acerca a la ventana, todavía enfurecido.

—Todo es tu culpa, Tony. La abuela está molesta conmigo por culpa de tu “querida” Helena.

—Alejandro, estoy molesta contigo por tu comportamiento. Esa joven me salvó la vida, y en lugar de agradecerle, la humillaste.

—Ya te dije lo que pienso de ella, abuela.

—No quisiste escucharme antes, Alejandro, pero ahora lo harás —dice Tony, mostrando una determinación inusitada para defender a su amiga—. Yo fui el culpable de lo que sucedió. Helena no quería que la ayudara a entrar en la empresa; si lo hubiera querido, lo habría hecho mucho antes. Sabía que ella era perfecta para ese puesto porque conozco su talento, pero también sabía que, por culpa de Luciano y sus prejuicios, no pasaría de la entrevista.

—Ey, ¿cómo te atreves? —protesta Luciano, enfurecido.

—¿Acaso no es cierto? ¿No crees que Helena es fea? Ella misma se dio cuenta por cómo la miras —su hermano se queda en silencio.

—Yo no dije nada sobre su apariencia —se defiende Alejandro.

—Lo sé, pero la trataste como a una oportunista, y te aseguro que ella es mucho más honrada de lo que imaginas. Eso le duele más que cualquier comentario sobre su aspecto físico.

—Aunque no te haya manipulado como dices, sigo sin confiar en ella... Además... me llamó amargado. Puedo perdonarle casi cualquier cosa, pero esto…

—¿Acaso no es verdad? Desde que esa oportunista de Alina te dejó, te has convertido en lo que más detestas.

—¿Qué? —Alejandro lo mira, desconcertado—. ¿Qué le hiciste a mi hermanito Tony?

—Sigo siendo tu hermanito Tony, pero no puedo quedarme callado ante la injusticia que cometiste con Helena.

—¿Te gusta esa chica? —pregunta Alejandro, sorprendido; nunca lo había visto defender a alguien con tanta vehemencia.

—Claro que no. Helena es mi mejor amiga, y la voy a defender, incluso de ti.

—Olvídalo, no voy a seguir discutiendo contigo. Abuela, Luciano y yo tenemos una reunión con el departamento de marketing.

—¿Cuándo se reunirán con la gente de Butterfly? Necesitamos ganarnos a esa mujer —interviene Lucía.

—Hombre, mujer, no sabemos quién es, pero sus novelas son obras de arte, y haré todo lo necesario para que trabaje con Ediciones Montenegro —declara Alejandro. Tony esboza una sonrisa irónica; su hermano es un iluso si piensa que Helena aceptará sin más.

Después de que sus hermanos se van, Tony se acerca a su abuela, quien lo recibe en sus brazos con ternura.

—¿Cómo estás, abuelita?

—Estoy bien, mi niño, no te preocupes. Tu amiga me salvó la vida, Tony, y quiero ayudarla.

—Abuela, Helena es muy orgullosa; no soporta a Alejandro. No creo que quiera trabajar en la empresa.

—Lo sé, hijo. He encontrado a la mujer perfecta para tu hermano —dice Lucía, con una sonrisa traviesa.

—¿Tú también lo crees? No cabe duda de que están hechos el uno para el otro.

—Necesito que me ayudes, Tony —le pide Lucía—. Tengo un plan para darle una lección a tu hermano.

—Dime qué necesitas, abuela. Haré lo que me pidas.

—Dame su número de teléfono; quiero hablar con ella de mujer a mujer.

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