Reina Uzcátegui.El reloj marcaba las ocho de la noche, pero la opulenta sala de estar de mi casa permanecía iluminada como si fuera mediodía. La luz cálida de las arañas de cristal se reflejaba en los muebles lujosamente tapizados y en las cortinas de terciopelo. Me paseaba lentamente, los tacones resonando en el piso de mármol, mientras el peso de mis pensamientos me mantenía inquieta. Había algo en el aire, una tensión latente que no podía ignorar.Mi mente estaba atrapada entre la preocupación y la frustración, principalmente por Gabriel. Desde que firmó esos malditos papeles, mi hijo se había convertido en una sombra de sí mismo; temía que se perdiera en el camino.Creí que podía tener un poco más de control sobre él con la partida de Emma, pero no era así, Gabriel no era de quienes confrontaba de frente, o que se negara a cumplir mis sugerencias a través de discusiones. Él era pasivo, me hacía creer que me escuchaba que estaba de acuerdo conmigo, pero al final terminaba haciend
Emma Marín.El aire del aeropuerto me golpeó con una mezcla de frialdad artificial y promesas de algo nuevo. Había algo extraño en la forma en que las luces blancas del techo hacían que todo pareciera más brillante de lo que realmente era, como si intentaran compensar la opacidad de mis pensamientos. Con la maleta tirando de un lado y mi mochila clavándose en el otro, me sentía como una tortuga moderna cargando mi vida a cuestas, al lado de mi madre.—Bienvenida a lo desconocido —, murmuro, mientras miro los carteles con direcciones en un idioma que apenas entiendo.La ansiedad y la emoción se estrellan como olas en mi pecho. Estoy aquí por un nuevo comienzo, pero también porque no tengo idea de cómo seguir adelante. Y eso, supongo, es lo que lo hace tan emocionante y aterrador al mismo tiempo. El bullicio del aeropuerto no ayuda a calmar mis nervios. Los anuncios constantes y el sonido de las ruedas de las maletas sobre el suelo pulido crean una cacofonía que me obliga a concentrarm
Gabriel Uzcátegui.Me paseo por el salón con el teléfono apretado en la mano como si fuera un detonador. Me siento como una bomba a punto de estallar. No he parado de caminar en círculos, y el ruido de mis propios pasos sobre el suelo de madera ya me está volviendo loco.—Por Dios, Gabriel, si sigues así, vas a hacer un cráter en el piso —murmuro, dirigiéndome a mí mismo. Y es que el día anterior, me habían preguntado si seguía interesado en adoptar a Sandra, porque iban a emitir una decisión provisional, para que pudiera irse conmigo, y que el día siguiente me llamarían a primera hora para confirmarme toda la información si estaba de acuerdo.Sin embargo, El teléfono sigue silencioso, maldito aparato. Lo miro de reojo, como si fuera una criatura caprichosa que no piensa darme lo que necesito. El orfanato dijo que llamarían “a primera hora”, pero al parecer mi definición de “primera hora” y la suya no coinciden.—Seguro que se retractaron —murmuro—. "Miren a este pobre tipo, ahora qu
Gabriel Uzcátegui. Cuando llegamos a casa, su entusiasmo estalla como fuegos artificiales. Apenas abro la puerta, Sandra sale disparada como un cohete, recorriendo cada rincón como si estuviera en una misión de reconocimiento.—¡Guau! ¡Papá, es grande! —grita desde la sala mientras yo dejo las llaves sobre la mesa y recojo su pequeño bolso.La observo con una sonrisa que no puedo controlar. Es como un torbellino, tocando todo con sus pequeñas manos, explorando cada detalle como si fuera el tesoro más preciado. Su risa llena el espacio, y por primera vez en mucho tiempo, la casa no parece un lugar tan vacío.—¿Esta es mi casa? —pregunta, deteniéndose frente a una estantería llena de libros.—Sí, cariño. Es tu casa. —Las palabras salen de mi boca con una mezcla de ternura y firmeza. Quiero que lo entienda, que lo sienta como una promesa. Aquí estará a salvo.—¿Y dónde voy a dormir? —me pregunta con una mezcla de impaciencia y emoción.—Ven, te lo muestro. —Extiendo mi mano y ella la to
Emma Marín.Aunque los días se sucedieron uno tras otro, para mí la vida seguía como paralizada, sentía como si el tiempo se hubiera detenido, y el dolor y la tristeza se alojaban en lo más profundo de mi interior. Allí estaba sentada frente a una hoja de cálculo que parecía extenderse hasta el infinito, no es precisamente la idea que tengo de una mañana productiva. Miro fijamente la pantalla del ordenador, intentando hacer que los números tengan sentido, pero mi mente parece haberse ido de vacaciones sin avisar. Mis dedos flotan sobre el teclado, inseguros, mientras parpadeo rápidamente, intentando despejar la niebla que de pronto se ha instalado en mi cabeza.Y entonces llega la sensación. Primero, un leve mareo, como si la habitación empezara a balancearse de manera imperceptible. Luego, un remolino más intenso que hace que mi visión se nuble momentáneamente. Instintivamente, me agarro al borde del escritorio, buscando algo que me ancle a la realidad. Mi corazón late con fuerza,
Emma Marín.Mi mano se posa instintivamente sobre mi abdomen, mientras termino de arrojar en el inodoro todo lo que comí, al mismo tiempo que una sensación desagradable se enrosca en mi interior, creciendo con cada segundo."Vamos, Emma. ¡Cálmate!," pienso, mientras intento mantener la compostura.Respiro hondo y me lavo las manos, dejando que el agua fría me devuelva algo de claridad. Una idea se forma en mi mente, absurda y ridícula al principio, pero gana fuerza con cada segundo que pasa. Me enjuago la boca y me echo agua en el rostro, mientras me miro al espejo, pero el mareo regresa, esta vez acompañado de un sudor frío que me cubre la frente. Trago saliva y obligo a mi cuerpo a permanecer quieto, aunque todo dentro de mí parece moverse a su propio ritmo desquiciado.La palidez de mi rostro no ha mejorado, y aunque intento convencerme de que estoy exagerando, hay algo en mis ojos, en la forma en que evito mi propio reflejo que me dice que esto no es simplemente un día malo.—Emm
Emma Marín.Me levanto de la bañera, mi mente comienza a girar con pensamientos sobre citas médicas, vitaminas prenatales y todas las cosas que necesitaré hacer en los próximos meses. Pero primero, necesito estar segura. Me cuesta creer que después de tanto esperar el milagro en mi vida, este se hiciera justo cuando no lo esperaba.Saco mi teléfono y comienzo a buscar ginecólogos para pedir citas, hasta que consigo uno y lo marco con dedos temblorosos. Mientras espero que contesten, mi corazón late con fuerza en mi pecho.“Consultorio de la Dra. Esperanza Duarte, ¿en qué puedo ayudarle?”, responde una voz amable al otro lado de la línea.—Hola, soy Emma Marín. Necesito una cita urgente con la doctora, por favor —digo, tratando de mantener la calma en mi voz.—Por supuesto, Sra. Marín. Déjeme revisar la agenda... —Hay una pausa que parece eterna—. Tenemos una cancelación para mañana a las diez de la mañana. ¿Le viene bien?—Sí, perfecto. Gracias —respondo, sintiendo una mezcla de alivi
Gabriel Uzcátegui.Me desperté sobresaltado. Al principio, mi mente no lograba procesar lo que estaba pasando. Pensé que tal vez algo había caído o que estaba soñando, pero el sonido era tan real, tan cercano... como un golpeteo en la oscuridad de la madrugada. Estaba a medio camino entre el sueño y la vigilia, y mi cuerpo estaba tan pesado que ni siquiera me di cuenta de que la cabeza me daba vueltas. Solo escuchaba ese ruido, un suave golpeteo constante, que me hizo abrir los ojos de golpe.Me incorporé rápidamente, pero algo me detuvo. Una pequeña mano, suave, tibia, me tocó la cara. Casi como si la niña estuviera diciendo: “Despierta, papá, es hora de comenzar el día”.Mi visión estaba borrosa, y por un segundo, no supe ni dónde estaba. ¿Qué demonios? Parpadeé, pero la confusión me envolvía. Todo me pareció tan ajeno, como si de alguna manera todo hubiera cambiado sin que yo me enterara.Fue entonces cuando vi esos ojos enormes mirándome fijamente. Mis ojos intentaron enfocar, y a