Unas semanas después, y tras meditarlo concienzudamente, Débora se decidió a visitar Castroville, una pequeña ciudad de unos dos mil quinientos habitantes que era el núcleo urbano más cercano al rancho y del que dependían la mayoría de los servicios. El local en el que estaba retenida se encontraba ubicado a las afueras de la ciudad, en la carretera de Hondo a unos dos kilómetros de distancia del centro, pasada la pequeña zona industrial compuesta por un par de talleres de reparación, una gasolinera y un concesionario de venta de coches. Compartía explanada con un local de música country que hacía las veces de hamburguesería. Supuso que si no se paraba en esa zona no tendría ningún problema, así que después de dar sus clases le pidió a Martín que los llevase directamente al centro del pequeño pueblo. La pequeña urbe no difería en mucho de todos los pequeños núcleos urbanos de la zona. Una ciudad plana, por donde atravesaba la carretera se habían ubicado la mayoría de los comercio
Débora no pudo evitar sonrojarse ante esta apreciación, miró alrededor por si alguien las había escuchado e intentó cambiar de tema, preguntó por las demás compañeras…Monna le comentó que las otras chicas estaban bien, y que se pondrían muy contentas cuando les contara la suerte que había tenido. Cosa que no era del todo cierto, quizá alguna sí, pero la mayoría en lugar de alegarse envidiarían la suerte de su excompañera, pero Monna se acordaba perfectamente de la buena fe de la muchacha que incluso rayaba la inocencia, desde luego no era una muchacha apta para subsistir en ese inframundo de la prostitución donde el instinto de supervivencia pasaba por encima de las lealtades y decidió ponerla a prueba. ¿Qué había hecho esa boba para merecer tanta buena suerte? A lo mejor lograba sacarle algo, inventó rápidamente una historia para engañarla.-Que fortuna tuviste – repitió – ojalá me hubiera pasado a mí, verdaderamente necesito un golpe de suerte…Tal como preveía Monna, Débora mordi
¡La ranchera! ¡Su ranchera! La ranchera que había puesto a disposición de su esposa se encontraba estacionada en la explanada, Martín esperaba tranquilamente apoyado en el capó. ¡Maldita sea! Bueno quizá habían ido a comer una hamburguesa al local de country. ¡Imposible! Cerraba los lunes, y era lunes Aparcó al lado, saltó del coche, ni se molestó en cerrar la puerta y abordó directamente a Martín, lo reprendió con dureza por haber permitido que su mujer y su hijo entraran en ese local. El atorado empleado intentaba disculparse, estaba cumpliendo las órdenes que le había dado, ni más ni menos: le había pedido que le informara de los movimientos de su esposa, no que los evitara. Pero sus palabras de excusa no conseguían que Daniel se calmara, en su estado no atendía razones, ni siquiera escuchaba. Y mucho más se excitó cuando Martín buscando otra excusa para calmar a su patrón puso más leña al fuego con sus explicaciones ya que se le ocurrió mencionar que había oído rumores que la es
Juárez tampoco se dio cuenta por estar totalmente pendiente de manosear a la muchacha. Con un solo vistazo Daniel advirtió lo que pasaba, ante todo pensó en la seguridad de su hijo por lo que ordenó a su empleado que lo cogiera y salieran inmediatamente a la calle. Con el niño a salvo fuera del local se dirigió hacía donde estaba Juárez que seguía forcejeando con Débora. Lo levantó de la mesa y lo golpeó fuertemente. Rodaron por encima del mobiliario y tras un intercambio de golpes lo tumbó. Al ver a su rival en el suelo exclamó:-Que sea la última vez que te cruzas en mi camino o te cierro esta pocilga y te mando lejos. ¿Entendiste? – Ordenó sin poder evitar una mirada de furia que pasaba del cuerpo de Juárez a la cara asustada de Débora. Salió a la calle arrastrando a la muchacha por el brazo, se dirigió al coche, Martín ya había colocado al niño en su asiento y se veía tranquilo, le ordenó a su hombre que los llevara a casa y que no los dejara salir más. Y se fue sin decir nad
Daniel no quería hablar con Débora, no quería verla. No quería escuchar sus excusas y volver a creer en ella. Estaba demasiado dolido y sobre todo por haber entrado en un burdel con su hijo.-Llevó a David al Menfis ¡Mi hijo de tres años entró en un burdel! ¿Te das cuenta Mike?Mike iba a responder bromeando que al parecer el niño seguía los pasos de su padre. Menos mal que su sexto sentido le advirtió que mejor se la guardaba para él, no era el momento y acertó pues Daniel no se lo hubiera tomado nada bien. En lugar de eso pregunto más sobre lo sucedido-¿David contempló la pelea?-No…, por suerte no, le pedí a Martín que lo llevara fuera, pero si vio como Juárez intentaba… intentaba con Débora. ¡Dios! Estaba parado cerca de la puerta inmóvil llorando… Inútiles fueron las inteligentes palabras de Mike instándolo a que buscase una explicación y hablase con su esposa, no creía que la joven hubiera ido allí expresamente para verse con Juárez. Debía haber algún otro motivo, y sin diálo
Escuchó entrar a Lisbeth por la puerta del vestíbulo, habló con ella el primer día a su llegada, y luego desde de la nefasta cena con los Montrail prácticamente no se habían visto. Lisbeth entraba y salía de la casa sin decir adonde iba. Seguramente con los vecinos, o al menos era eso lo que esperaba. No eran santo de su devoción, pero prefería que su hermana estuviese con ellos a que anduviese sola por ahí, sin saber adonde ir. Le urgía hablar seriamente con ella, descubrir lo que pensaba hacer. Lamentablemente no había tenido oportunidad, lo había dejado pasar atareado con la administración del rancho, los pozos de petróleo, su hijo y Débora. ¡Débora!, ¿Qué no tenía suficiente trabajo antes de enredarse con una esposa? Lisbeth era su hermana, sangre de su sangre. Su madre le había pedido que la encauzara de nuevo y él lejos de hacer nada positivo la estaba descuidando por ocuparse de una embaucadora que no le daba más que problemas. Se sentía culpable por ello. Lo malo es que
Caía la noche y aún seguía encerrado en el despacho, José entró para preguntarle si quería cenar puesto que no había indicado nada al respecto. Comer era lo último que le apetecía en ese momento, la conversación con su hermana había aumentado su malestar, sólo tenía ganas de retorcer el cuello a esas dos jóvenes estúpidas que no paraban de darle problemas, lo que daría por chasquear los dedos y que desaparecieran de su vida. Suspiró antes de responder al fiel empleado que no tenía culpa de nada y esperaba pacientemente su respuesta, le rogó que le trajera algo para picar al despacho, antes de dejarlo ir para cumplir su encargo se interesó por su hijo y por su mujer. De su hijo supo que estaba ya en su cuarto preparado para costarse, que se había pasado la tarde con Remedios y Dora en la cocina, de su mujer que no había salido de la habitación ni tampoco había pedido nada. Ordenó que le subieran la cena a la habitación y se asegurasen que comía, tampoco se trataba de matarla de ham
Ahora sí que se levantó de un salto, un invisible resorte removió todo su ser, le dolieron mucho sus palabras tan ofensivas como inapropiadas. Si lo que quería era hacerle daño, lo estaba consiguiendo, ella quería acercársele, echarse en sus brazos para pedir perdón y explicarle, pero al ver su expresión dura no encontró fuerza suficiente para moverse de donde estaba, únicamente se defendió como buenamente pudo: -¿Cómo puedes pensar eso de mí? – Cerró los ojos con fuerza, no, no iba a llorar y mucho menos delante de él… Escondió la cabeza para que no viera su dolor.-¿Y que quieres que piense pues? ¿Qué te gustaría volver al lugar en donde te encontré…?La estaba ofendiendo y mucho, no sabía si se daba cuenta, seguramente lo hacía adrede. No, no era así, Daniel no se daba cuenta del daño que hacían sus palabras pues él mismo ni siquiera sabía lo que hacía. Lo cierto es que, por un motivo u otro, no cesaba en sus acusaciones y esas duras palabras iban mermando el débil ánimo de Débo