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Conoces cada detalle de mí

Ya nada te puedo esconder

Descubres mi alma para ti

Sólo estoy a tu merced

Jeremy subió a su habitación casi a la una de la madrugada. De no ser porque Aidan empezó a bostezar, se habrían quedado hablando largo rato, pero estaba cansado, pues había volado desde Europa la noche anterior para estar aquí hoy temprano, y no había descansado en todo el día.

En silencio, se sacó la ropa y se metió en la cama sintiéndola muy grande y muy fría. A un extremo estaba Jennifer, dormida y de cara hacia el otro lado. Se acercó a ella y la abrazó, sintiendo, inevitablemente, que la frialdad que había traído en su corazón se disipaba lentamente al calor de su cuerpo. Ella despertó, y al sentir las manos de él por su cuerpo, murmuró:

—Hazlo rápido, mi marido está abajo —Jeremy se quedó completamente quieto sobre ella, pero pasados unos segundos, la apretó tan fuerte que ella empezó a protestar entre risas—. Ah, que eres tú. Lo siento—. Lanzó un chillido cuando él se le puso
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