El restaurante estaba tal como Rosalía lo recordaba, Gabriel fue recibido por el jefe de camareros como el cliente habitual que era, les dieron una mesa junto a la ventada desde donde se podía ver parte de la ciudad. Gabriel miró a su madre y pensó en lo fuerte que era, había pasado por mucho, en dos días se enfrentaría a una operación y en los meses siguientes a un tratamiento agresivo contra el cáncer y aun así le sonreía con dulzura. Por primera vez, Gabriel le devolvió una sonrisa sincera y vio los ojos de Rosalía llenarse de lágrimas no derramadas a pesar de que mantenía su sonrisa. ―¿Qué ocurre mamma[1]? ―preguntó Gabriel preocupado. ―Es por esa sonrisa, hijo mío, no la veía desde que eras un niño. Gabriel extendió la mano y apretó la suya. A su lado Aisha tomó su otra mano por debajo de la mesa en una caricia reconfortante, él se giró hacía ella, se inclinó y le dio un suave beso en los labios. ―Gracias, mi valquiria, por pararme los pies, hacerme escuchar y no dejar que se
En la sala de espera de la clínica Ángelo, Gabriel y Isabella se paseaban nerviosos por todo el lugar. Aisha y Gino los observaban impotentes, en más de una oportunidad habían tratado de calmarlos obteniendo solo monosílabos de ellos. Hacía más de una hora que se habían llevado a Rosalía y aún nadie les daba alguna noticia. El médico les había dicho que a menos que hubiese complicaciones la cirugía de Rosalía no debía dura más de una hora y media. El café que Gino y Aisha habían ido a buscar estaba reposaba frío en una mesa. ―¿Por qué tardarán tanto? ―se preguntó Ángelo. ―Estamos en el tiempo que él médico dijo que tardarían ―razonó Gabriel, sin embargo, le era imposible quedarse tranquilo. ―Yo aún tengo la esperanza de que haya habido un error en la biopsia ―confesó Isabella. ―Es poco probable que eso haya ocurrido, Isa ―dijo Gino, sabiendo que su esposa estaba en la etapa de negación. ―El cáncer de mamá es curable cuando es detectado a tiempo, Isa, tu mamá deberá pasar por el pr
Lía se presentó en la comisaría que llevaba el caso de Cesar Rizzo para poner la denuncia, iba acompañada de Ángelo. El policía que la atendió al saber el motivo por el que estaba allí fue en busca del detective encargado del caso. ―Me dijeron que alguien quería sumar una acusación al caso de Cesar Rizzo ―dijo el detective al entrar en la sala donde esperaban. Estaba acompañado de una mujer joven. ―Ella es la ayudante del fiscal de distrito, trabaja en la acusación del caso, estábamos revisando algunas pruebas y aprovecho que está aquí para que esté al tanto de la nueva acusación ―Hola, mi nombre es Rosalía Lombardi y creo que fui una de las primeras víctimas de Cesar, aunque solo lo confirmé cuando empezaron a salir las acusaciones. ―Tomaré su declaración en este momento. Por favor, cuénteme lo que recuerda de lo sucedido. Es posible que le haga algunas preguntas, después transcribiré esto, usted lo leerá si está de acuerdo lo firma y quedará en el expediente del caso. ―Conmigo a
Una noticia llamó la atención del hombre, más que la noticia le llamó la atención el apellido que escuchó en la televisión: Lombardi, se sacó de encima a la mujer que lo cabalgaba. ―No digas una sola palabra ―ordenó a la chica. La joven bajó la cabeza con sumisión y se mantuvo en silencio. Tomó el control del aparato para darle volumen y se acercó a la pantalla para ver mejor. Se trataba sobre un juicio que le estaban haciendo a un médico en Italia por abuso sexual. El reportero informaba sobre la declaración que ese día había hecho la primera víctima del médico, la mujer se llamaba Rosalía Lombardi y era la esposa de Ángelo Lombardi y madre de Gabriel Lombardi, el esposo de Aisha. La dama bajaba las escaleras del brazo de su hijo, detrás de ellos venía el resto de la familia entre ellos su exesposa. La rabia lo recorrió, tres años habían pasado desde que tuvo que irse de Inglaterra por culpa de Aisha, desde entonces había tenido que estar moviéndose por Asia. En ese momento era el
Un par de días después de la cena de celebración, Aisha, Isabella y Lía se estaban poniendo los abrigos para salir a hacer las últimas compras antes de Navidad, cuando Gabriel las detuvo en la puerta y le pidió que lo esperaran en el salón que tenía algo importantes que decirles. Después fue por su padre y por Gino. Una vez que estuvieron todos reunidos soltó una bomba que nadie se esperaba. ―Alguien nos está vigilando ―dijo Gabriel a su familia después de recibir el reporte de su jefe de seguridad, todos lo miraron con atención y un poco de alarma. ― ¿Han visto la camioneta de la empresa de limpieza que se ha parado a lo largo de la calle todos estos días? Pues es falsa, lo comprobamos con la compañía, además, se ha visto conduciéndola dos hombres con fisonomía del sudeste asiático. Al principio se pensó que eran paparazis, pero no han hecho el intento de acercarse a la casa y no han salido publicadas fotos de nosotros en ningún periódico amarillista. Nuestros hombres los siguieron y
Gabriel se demoró más de lo que esperaba en llegar a casa. Después de que los cuerpos de seguridad aislaran la zona donde fueron atacados, él y la agente fueron revisados por los paramédicos, a ella se la llevaron al hospital para una evaluación más profunda porque el impacto de la bala la dejó adolorida. Tuvo que esperar que levantaran el cadáver de Nimai para poder ir a la comisaría con el detective que tenía el caso asignado. Al llegar le tomaron la declaración a él y a su jefe de seguridad. Cuando iba saliendo la agente que se había hecho pasar por Aisha entró a la comisaría, venía del hospital de hacerse la revisión médica y de haber recibido calmantes para el dolor. ―Pensé que se marcharía a casa a descansar ―le dijo Gabriel. ―Vengo a hacer el informe y después me iré a casa, gracias por su preocupación, señor Lombardi ―No, quien tiene que darle las gracias soy yo. Mi esposa y mis hijos son lo más importante de mi vida y lo que hizo hoy hizo por nuestra familia no tiene precio
Al día siguiente llegaron a Roma Brahma e Indira, Aisha y Gabriel fueron al aeropuerto a recibirlos, un escalofrío recorrió a Gabriel al pisar de nuevo la terminal aérea, pero eso no le impidió acompañar a su aún nerviosa esposa. Indira la estrechó en sus brazos, mientras su abuelo esperaba impaciente su turno. ―¿Estás bien? ―preguntó Indira separándose para mirarla a los ojos. ―Sí, mamá, aún estoy un poco nerviosa, pero al mismo tiempo agradezco que esté muerto, ya no necesitamos vivir con el miedo constante de que él aparezca para hacernos daño. ―Ven, acá, mi niña ―dijo Brahman casi empujando a su hija para poder abrazar a su nieta. El abrazo de oso de su abuelo fue reconfortante y trajo lágrimas a los ojos de Aisha. ―No saben lo feliz que estoy de que estén aquí y la falta que me han hecho todos estos días. ―Cuando me jubile, creo que me mudaré cerca de ti, Aisha. ―Lo dice en broma ―aseguró Indira ―aun piensa que no puedo mantener a raya a mis hermanos. Después de recoger l
Los perritos que Ángelo regaló a sus nietos eran cachorros de mastín italiano conocidos popularmente como cane corso, una raza de perro que puede llegar a pesar los hasta cincuenta kilos y medir entre sesenta y setenta centímetros de alto. ―Es un cachorro para cada uno de mis nietos. La algarabía se apoderó de los niños, cada uno tendría un perrito de compañero. «¡Oh, por Dios! Tres de esos irán a parar a mi casa» pensó Aisha. Su mirada se dirigió a Gabriel como diciendo: haz algo. ―Es grande, Nonno ―dijo Alessandro sin poder sacar al feliz perro de la caja. ―Y se podrán más grandes, solo tienen seis meses ―respondió Ángelo con una sonrisa feliz sacando los pesados perros de la caja. ―Crecerán y serán del tamaño de un poni ―aseguró Gabriel con sarcasmo. ―Mataré a papá ―murmuro Isabella para sí misma Chiara logró sacar el de ella con mucho esfuerzo. ―Nonno, saca también el perrito de Claudio ―pidió Chiara. Los cachorros de los trillizos exploraban el lugar, con los niños detr