Elaine miró de nuevo aquella información que tenía en las manos, esa mañana había llegado y no le gustó nada de lo que se enteró. Aquel despacho elegante, con estantes de madera, el olor a puros caros, y una literatura enriquecedora, le recordó que tenía que regresar a New York en cuanto pudiera.— ¿Estás lista ya para irnos, querida? —el acento británico de aquel hombre mayor, la sacó de sus pensamientos. Sonrió de manera fingida, y asintió dejando sobre aquel escritorio, los correos impresos de su investigador. Se levantó y se inclinó hacia él.—Muy lista, querido. —luego le guiñó el ojo de manera pícara. —Cuando regresemos, te recompensaré lo de esta mañana.—Me parece perfecto, desapareciste y eso me ha preocupado.—Una reunión con una vieja amiga, no entenderías cuando las mujeres se juntan para tomar el desayuno, el tiempo pasa volando. Ya sabes, los chismes de la monarquía. —los dos soltaron una risita, para luego marcharse a la cena.Durante la cena, Elaine estaba distraída. P
Emma estaba recostada en medio de la cama con las rodillas dobladas y los muslos abiertos, su mirada estaba en el techo y de manera fugaz lo veía si no cerraba los ojos, sus manos se aferraron a la sobrecama, se mordió el labio cuando estaba a punto de llegar a ese punto de placer que la hacía estallar.—No, pares…—la lengua de Max era implacable, no se detuvo hasta que Emma llegó a su propio clímax. Era indescriptible describir como se sentía en ese momento al escucharla llegar, su cuerpo convulsionaba, los gemidos que se escapaban de su boca, y veía como su piel se erizaba, su rostro salió de entre sus piernas, lamiendo los restos de su orgasmo, sonrió cuando Emma levantó su cabeza y estiró su cuello, ya que su vientre no la dejó mirarlo por completo. —Eso ha sido exquisito…—dijo Emma intentando controlar su respiración para poder hablar.—Lo sé, —dijo subiendo por su cuerpo con cuidado de no rozar su vientre, Emma levantó las manos para rodearlo por el cuello y buscar su boca. Se d
El padre de Irina volvió a marcar el número nuevo de su hija, pero este siguió apagado. Ya tenía dos semanas sin saber de ella. Rogó para su interior de que estuviera bien, sana y salva.—Señor, tiene visitas. —anunció la señora del servicio, el hombre arrugó su ceño, intrigado de quién podría ser.— ¿Quién es?—preguntó.—Es el señor Müller. —se tensó al escuchar quién era.—Que pase, y que nadie nos moleste.—Sí, señor. —la mujer se retiró dejándolo a solas en su despacho. Momentos después, la puerta se abrió, pero quien apareció, fue Max.—Max, qué sorpresa verte, —se aclaró la garganta, y se repuso, —Lamento no haber llamado antes para saber acerca de tu salud, he estado muy liado con asuntos de la empresa y de…—Irina. —terminó Max la oración.—Sí, de ella. —se tensó, se imaginó que su visita era para presionar acerca del paradero de Irina, pero él ahora sí no sabía. — ¿Quieres tomar asiento? ¿Algo de tomar?—Max negó.— ¿Dónde tienes a tu hija escondida? ¿Crees que se puede escapa
Irina tiritó del frío una vez que ya estaba vestida con aquella ropa, había deseado por primera vez, estar en una cama acogedora y no en la que llevaba semanas apenas durmiendo. Sus ojeras estaban remarcadas debajo de sus ojos, su cabello que solía ser brilloso, sedoso y largo, estaba opaco, sin vida y lo habían cortado bastante. Lo odió de inmediato y tuvo que odiarlo hasta la fecha. Estaba sentada en la orilla de aquella cama, mientras miró la pared acolchada. Cerró los ojos y dejó que aquellas lágrimas que habían retenido durante bastante tiempo, finalmente salieran. Sus manos se fueron a su vientre y lo acarició, su labio inferior tembló y sus dedos se aferraron a la tela. “Si solo estuvieras aquí” pensó, pero el odio despertó de nuevo. Sus ojos se abrieron y repasó aquel día en el que fue engañada por Horacio. Había caído en su plan de venganza.—Por eso no hay que confiar en la gente…—susurró ante aquel pensamiento y finalmente se hizo un ovillo en aquella cama, tiritó de nuevo
Max esperó en aquel pasillo impaciente. Sus pensamientos lo llevaron al pasado, un pasado en el que él pensó sentir un tipo de felicidad a lado de Irina, ahora que sabía que no lo era, no se acercaba a nada de lo que sentía con Emma. Pasó delante de él un hombre vestido de blanco, lo miró y luego siguió su camino, el olor a productos de limpieza, lo irritó. Incluso, el estómago se le había revuelto por completo. Miró su reloj y solo habían pasado diez minutos desde que Horacio había entrado a ver a Irina. Soltó un bufido y deseó, con toda su alma, irse. Terminar ese capítulo de su vida con Irina y seguir avanzando.Sonrió al recordar aquella habitación donde la pequeña Emily, dormiría. Eda se había encargado de dar los últimos toques y solo faltaba que él armara la cuna. Solo pensar en la familia que estaba haciendo, le provocaba sentimientos de verdadera felicidad, tenía muchos planes y eso, le entusiasmó más.— ¿Max? —este salió de sus pensamientos y vio a Horacio frente a él, se le
Después de un par de semanas, Irina había sido evaluada, y llegaron a la conclusión de que estaba realmente mal. El fingir, había traspasado una delgada línea en su tiempo, comenzó a cruzar historias del pasado con las que nunca había sucedido. Su padre, angustiado por su salud, se dedicó a que ella tuviera la mejor atención dentro del psiquiátrico, una cosa era pagar miles de dólares, y otra, que el personal del lugar, lo hiciera. Mientras que Horacio, no volvió a regresar una vez que todos supieron donde se encontraba Irina, y fue uno de los principales de los que se aseguró que no volviera a lastimar a nadie más.***En el jardín de la casa de Adler Müller, se preparaba una fiesta para la futura miembro de la familia. Emma, estaba llegando a los nueve meses y parecía que fuese a dar a luz en cualquier momento, se veía radiante, había subido un par de kilos y eso la hacía ver más hermosa que antes. Sus pechos habían crecido bastante, su cabello lo había cortado por encima de los homb
Emma sonrió a su reflejo mientras puso crema para hidratar en sus brazos, luego la imagen de las mejillas sonrojadas de Eda al regresar a la mesa con Horacio, con esa mirada de cómplices. Pero no había que cantar victoria, ya que estaba segura de que Max, no lo aprobaría después de todo lo que hizo Horacio, pero ella pensó que todos merecían una oportunidad si de verdad se estaba reivindicando.— ¿Te ha gustado la comida? —preguntó Max, saliendo de la ducha, con una toalla en la cintura y otra en su cuello, con la que se estaba secando el cabello.—Sí, bastante, pero mi vejiga no ayudó mucho—Emma torció sus labios al recordar estarse levantando y él ayudando en llevarla al interior de la casa, luego bajó la mirada en el reflejo del espejo hacia aquella barriga que dejaba su bata al descubierto. Pero no importó después. Se había reído bastante con los amigos de Max. Se levantó con cuidado y caminó hasta la cama, había un banco con un escalón para poder subir a ella, ya que era alta. Ma
Cuando Emma escuchó aquella respuesta de parte de Eda, no volvió a tocar el tema de Horacio. Desayunaron juntas, y durante el camino a la firma de la venta del departamento, Eda sintió que fue bastante brusca con aquella respuesta.—Quiero pedirte disculpas si fui algo brusca al responderte acerca de lo de Horacio. —el auto se detuvo en el semáforo, Emma sonrió y negó.—Tranquila, no pasa nada. —luego desvió la mirada por la ventanilla mientras su mano, acarició lentamente la gran barriga. Se sentía bastante cansada y el dolor de cabeza, apareció. Algo inusual. —Después de la firma, —empezó a decir cuando el semáforo cambió a verde para avanzar. — ¿Podrías llevarme con la doctora? —Eda se alertó.— ¿Por qué? ¿Pasa algo? ¿Te sientes mal? —Emma negó rápidamente, juró que en cualquier momento tomaría su celular y marcaría a Max para informarle. Lo que menos quería era alertarlos por algo que podría no ser nada.—Quisiera hablar con ella, acerca lo del parto, cerciorarme que todo está bie