Emma sonrió a su reflejo mientras puso crema para hidratar en sus brazos, luego la imagen de las mejillas sonrojadas de Eda al regresar a la mesa con Horacio, con esa mirada de cómplices. Pero no había que cantar victoria, ya que estaba segura de que Max, no lo aprobaría después de todo lo que hizo Horacio, pero ella pensó que todos merecían una oportunidad si de verdad se estaba reivindicando.— ¿Te ha gustado la comida? —preguntó Max, saliendo de la ducha, con una toalla en la cintura y otra en su cuello, con la que se estaba secando el cabello.—Sí, bastante, pero mi vejiga no ayudó mucho—Emma torció sus labios al recordar estarse levantando y él ayudando en llevarla al interior de la casa, luego bajó la mirada en el reflejo del espejo hacia aquella barriga que dejaba su bata al descubierto. Pero no importó después. Se había reído bastante con los amigos de Max. Se levantó con cuidado y caminó hasta la cama, había un banco con un escalón para poder subir a ella, ya que era alta. Ma
Cuando Emma escuchó aquella respuesta de parte de Eda, no volvió a tocar el tema de Horacio. Desayunaron juntas, y durante el camino a la firma de la venta del departamento, Eda sintió que fue bastante brusca con aquella respuesta.—Quiero pedirte disculpas si fui algo brusca al responderte acerca de lo de Horacio. —el auto se detuvo en el semáforo, Emma sonrió y negó.—Tranquila, no pasa nada. —luego desvió la mirada por la ventanilla mientras su mano, acarició lentamente la gran barriga. Se sentía bastante cansada y el dolor de cabeza, apareció. Algo inusual. —Después de la firma, —empezó a decir cuando el semáforo cambió a verde para avanzar. — ¿Podrías llevarme con la doctora? —Eda se alertó.— ¿Por qué? ¿Pasa algo? ¿Te sientes mal? —Emma negó rápidamente, juró que en cualquier momento tomaría su celular y marcaría a Max para informarle. Lo que menos quería era alertarlos por algo que podría no ser nada.—Quisiera hablar con ella, acerca lo del parto, cerciorarme que todo está bie
Jamie estaba sentado en aquella mesa del rincón de una cafetería que quedaba frente al hospital donde Emma estaba internada. Desde su lugar podía mirar a la gente, entrar y salir por la puerta principal. Había dado con información de Emma y estaba dispuesto a lograr su cometido. Bajó la mirada a la taza de café que apenas pudo comprar, y pensó en que, pronto, todos sus problemas económicos llegarían a su fin. Qué su madre podría dejar de presionarle por cumplir lo que habían planeado entre los dos. Querían venganza. Querían que Emma sufriera lo que ellos dos estaban sufriendo desde que ella había cancelado su compromiso hace meses. Y lo poco que habían conseguido vender de sus pertenencias, les daba para comer una vez en el día. Su mano se aferró a aquel lápiz desgastado. Presionó con fuerza sobre la servilleta e hizo un garabato sin dejar de mirar el trazo.—Jamie, ¿No? —escuchó una voz femenina decir su nombre, levantó su mirada y se encontró con una mujer hermosa, elegante, rubia,
El hombre corpulento y que tenía cara de pocos amigos, colgó la llamada de su celular. Observó detenidamente a Jamie sonriendo de oreja a oreja mientras azotaba la puerta de la camioneta con placas falsas. El edificio en donde él había entrado, lució deplorable. La zona era una de las más peligrosas de la ciudad. Donde los vagos y ladrones, vivían. El hombre, llamado Leonard, soltó un largo suspiro. Ahora, tenía que esperar a que la policía llegase. Después de casi media hora, dos patrullas llegaron al lugar, bloqueando la camioneta. Leonard sonrió, quería ver la escena que su jefa, Elaine, previno. Y así fue, minutos después. Uno de los hombres armados, salió escoltando a Jamie, y los otros dos de la segunda patrulla, catearon la camioneta, entonces encontraron lo que lo incriminaría.— ¡Eso no es mío! —gritó Jamie intentando soltarse, pero el policía, ejerció fuerza para controlarlo. — ¡Eso no es mío! ¡No es mi camioneta! ¡No son mías esas cosas! —los hombres que habían encontrado l
Adler estaba terminando de ajustar su abrigo para salir de la casa y dirigirse al hospital, al cruzar el pasillo, su empleada doméstica, se acercó.—Señor Müller, ha llegado un señor que dice que necesita hablar con usted. —Adler alzó sus cejas con sorpresa.— ¿Te ha dicho cuál es el asunto? Tengo que marcharme ahora al hospital.—Dice que es importante. —él soltó un suspiro.—Hazlo pasar a la sala. —ella asintió y él llamó a Jack que llegaría tarde al hospital, pero que se adelantara. Al terminar, se dirigió a la sala. Cuando llegó, estaba una figura de un hombre dando la espalda hacia él. —Buenos días, ¿En qué puedo ayudarlo? Tengo que salir. —el hombre se dio la vuelta y no dijo nada por el momento, solo hubo un poco de silencio, entonces Adler, supo quién era. — ¿Cómo es que después de tantos años te atreves a pararte en mi casa? —el hombre se quedó callado por un breve momento antes de decir algo.—Hola, Adler.— ¿Qué quieres? ¿Ahora qué es lo que quieres llevarte de aquí? —Adler
Emma se aferró a la mano de Max mientras en la misma camilla iba siendo trasladada a quirófano, tenía miedo, mucho miedo de que no saliera algo bien.—Todavía no es tiempo, no aun no es tiempo, —dijo Emma entre sollozos, el dolor en cada contracción, aumentó más y más. Y Max, con impotencia de no poder aliviar su dolor, de poder evitarlo, pero Emma había decidido hacerlo sin medicamentos.— ¿Estás segura que no quieres algo para el dolor?—un último intento, pero Emma no contestó, la vena de su sien, resaltó, era la primera vez que él lo había notado.Una enfermera detuvo a Max cuando Emma cruzó en la camilla aquellas puertas que la llevaría al quirófano.—Acompáñeme, señor Müller. —Max no quitó la mirada por dónde Emma había desaparecido. Luego siguió a la enfermera, le dijo lo que tenía que hacer para poder entrar al quirófano y acompañar a Emma, se puso el gorro azul, la bata, y el cubre bocas, al escuchar las indicaciones, finalmente, entró:— ¡Me duele! —Gritó— ¡DIOS MÍO!—gritó Em
Max estaba sentado en uno de los sillones de la sala mientras tenía a la pequeña Emily en brazos, ella acaba de dormirse por fin. Había estado llorando por un buen rato, pensó que podría tener hambre pero lo que quería era estar en brazos. Una sonrisa apareció en sus labios, era una pequeña extensión de él y de Emma, momentos después, un suspiro llegó a él.— ¿Está dormida?—preguntó Emma bajando las escaleras de la segunda planta, Max asintió y miró embelesado en su dirección. Se veía hermosa en aquellos jeans ajustados, se notó como su cuerpo había cambiado, tenía más caderas, y sus pechos, más grandes, pero esos eran por la leche, se remangó hasta los codos la camisa holgada de vestir, disimulaba los kilos extras que había ganado en el embarazo y aunque, nunca fue fiel al gimnasio, pensó detenidamente en empezar una rutina.Mientras avanzaba hacia ellos, se levantó una coleta en lo alto de su cabeza, dejando a la vista su largo cuello, y la curva de sus hombros. Max pasó saliva con
Los sentimientos estaban a flor de piel, pero Emma hacía lo posible por ser la mejor versión de ella misma. Terminó de cambiar el pañal de la pequeña, y sonrió al verla tranquila. Recordó las palabras de Elaine de hace días atrás en aquel restaurante. Era algo raro de ver en su madre, ella intentando ser maternal. O quizás siempre lo fue pero nunca lo demostró.— ¿Quién es la princesa de mamá? —comenzó a hacerle cariños a Emily. — ¿Quién es princesa de mamá? —y la llenó de pequeños besos.— ¿Señora? —llamó el ama de llaves, Emma se enderezó y miró hacia la puerta.—Dime, —dijo tomando el resto de las cosas de la bebé que había sacado para ponerlas de regreso en el cajón.—Le ha llegado un paquete, —luego se lo entregó. Emma le dio las gracias y miró el remitente. Pero no había nada, solo el nombre de ella. Regresó a la cuna y Emily estaba empezando a hacer pucheros de querer llorar.—No, señorita, no puede imponerse a estar solo en brazos. No, señorita, —Emily empezó a llorar, Emma so