Irina tiritó del frío una vez que ya estaba vestida con aquella ropa, había deseado por primera vez, estar en una cama acogedora y no en la que llevaba semanas apenas durmiendo. Sus ojeras estaban remarcadas debajo de sus ojos, su cabello que solía ser brilloso, sedoso y largo, estaba opaco, sin vida y lo habían cortado bastante. Lo odió de inmediato y tuvo que odiarlo hasta la fecha. Estaba sentada en la orilla de aquella cama, mientras miró la pared acolchada. Cerró los ojos y dejó que aquellas lágrimas que habían retenido durante bastante tiempo, finalmente salieran. Sus manos se fueron a su vientre y lo acarició, su labio inferior tembló y sus dedos se aferraron a la tela. “Si solo estuvieras aquí” pensó, pero el odio despertó de nuevo. Sus ojos se abrieron y repasó aquel día en el que fue engañada por Horacio. Había caído en su plan de venganza.—Por eso no hay que confiar en la gente…—susurró ante aquel pensamiento y finalmente se hizo un ovillo en aquella cama, tiritó de nuevo
Max esperó en aquel pasillo impaciente. Sus pensamientos lo llevaron al pasado, un pasado en el que él pensó sentir un tipo de felicidad a lado de Irina, ahora que sabía que no lo era, no se acercaba a nada de lo que sentía con Emma. Pasó delante de él un hombre vestido de blanco, lo miró y luego siguió su camino, el olor a productos de limpieza, lo irritó. Incluso, el estómago se le había revuelto por completo. Miró su reloj y solo habían pasado diez minutos desde que Horacio había entrado a ver a Irina. Soltó un bufido y deseó, con toda su alma, irse. Terminar ese capítulo de su vida con Irina y seguir avanzando.Sonrió al recordar aquella habitación donde la pequeña Emily, dormiría. Eda se había encargado de dar los últimos toques y solo faltaba que él armara la cuna. Solo pensar en la familia que estaba haciendo, le provocaba sentimientos de verdadera felicidad, tenía muchos planes y eso, le entusiasmó más.— ¿Max? —este salió de sus pensamientos y vio a Horacio frente a él, se le
Después de un par de semanas, Irina había sido evaluada, y llegaron a la conclusión de que estaba realmente mal. El fingir, había traspasado una delgada línea en su tiempo, comenzó a cruzar historias del pasado con las que nunca había sucedido. Su padre, angustiado por su salud, se dedicó a que ella tuviera la mejor atención dentro del psiquiátrico, una cosa era pagar miles de dólares, y otra, que el personal del lugar, lo hiciera. Mientras que Horacio, no volvió a regresar una vez que todos supieron donde se encontraba Irina, y fue uno de los principales de los que se aseguró que no volviera a lastimar a nadie más.***En el jardín de la casa de Adler Müller, se preparaba una fiesta para la futura miembro de la familia. Emma, estaba llegando a los nueve meses y parecía que fuese a dar a luz en cualquier momento, se veía radiante, había subido un par de kilos y eso la hacía ver más hermosa que antes. Sus pechos habían crecido bastante, su cabello lo había cortado por encima de los homb
Emma sonrió a su reflejo mientras puso crema para hidratar en sus brazos, luego la imagen de las mejillas sonrojadas de Eda al regresar a la mesa con Horacio, con esa mirada de cómplices. Pero no había que cantar victoria, ya que estaba segura de que Max, no lo aprobaría después de todo lo que hizo Horacio, pero ella pensó que todos merecían una oportunidad si de verdad se estaba reivindicando.— ¿Te ha gustado la comida? —preguntó Max, saliendo de la ducha, con una toalla en la cintura y otra en su cuello, con la que se estaba secando el cabello.—Sí, bastante, pero mi vejiga no ayudó mucho—Emma torció sus labios al recordar estarse levantando y él ayudando en llevarla al interior de la casa, luego bajó la mirada en el reflejo del espejo hacia aquella barriga que dejaba su bata al descubierto. Pero no importó después. Se había reído bastante con los amigos de Max. Se levantó con cuidado y caminó hasta la cama, había un banco con un escalón para poder subir a ella, ya que era alta. Ma
Cuando Emma escuchó aquella respuesta de parte de Eda, no volvió a tocar el tema de Horacio. Desayunaron juntas, y durante el camino a la firma de la venta del departamento, Eda sintió que fue bastante brusca con aquella respuesta.—Quiero pedirte disculpas si fui algo brusca al responderte acerca de lo de Horacio. —el auto se detuvo en el semáforo, Emma sonrió y negó.—Tranquila, no pasa nada. —luego desvió la mirada por la ventanilla mientras su mano, acarició lentamente la gran barriga. Se sentía bastante cansada y el dolor de cabeza, apareció. Algo inusual. —Después de la firma, —empezó a decir cuando el semáforo cambió a verde para avanzar. — ¿Podrías llevarme con la doctora? —Eda se alertó.— ¿Por qué? ¿Pasa algo? ¿Te sientes mal? —Emma negó rápidamente, juró que en cualquier momento tomaría su celular y marcaría a Max para informarle. Lo que menos quería era alertarlos por algo que podría no ser nada.—Quisiera hablar con ella, acerca lo del parto, cerciorarme que todo está bie
Jamie estaba sentado en aquella mesa del rincón de una cafetería que quedaba frente al hospital donde Emma estaba internada. Desde su lugar podía mirar a la gente, entrar y salir por la puerta principal. Había dado con información de Emma y estaba dispuesto a lograr su cometido. Bajó la mirada a la taza de café que apenas pudo comprar, y pensó en que, pronto, todos sus problemas económicos llegarían a su fin. Qué su madre podría dejar de presionarle por cumplir lo que habían planeado entre los dos. Querían venganza. Querían que Emma sufriera lo que ellos dos estaban sufriendo desde que ella había cancelado su compromiso hace meses. Y lo poco que habían conseguido vender de sus pertenencias, les daba para comer una vez en el día. Su mano se aferró a aquel lápiz desgastado. Presionó con fuerza sobre la servilleta e hizo un garabato sin dejar de mirar el trazo.—Jamie, ¿No? —escuchó una voz femenina decir su nombre, levantó su mirada y se encontró con una mujer hermosa, elegante, rubia,
El hombre corpulento y que tenía cara de pocos amigos, colgó la llamada de su celular. Observó detenidamente a Jamie sonriendo de oreja a oreja mientras azotaba la puerta de la camioneta con placas falsas. El edificio en donde él había entrado, lució deplorable. La zona era una de las más peligrosas de la ciudad. Donde los vagos y ladrones, vivían. El hombre, llamado Leonard, soltó un largo suspiro. Ahora, tenía que esperar a que la policía llegase. Después de casi media hora, dos patrullas llegaron al lugar, bloqueando la camioneta. Leonard sonrió, quería ver la escena que su jefa, Elaine, previno. Y así fue, minutos después. Uno de los hombres armados, salió escoltando a Jamie, y los otros dos de la segunda patrulla, catearon la camioneta, entonces encontraron lo que lo incriminaría.— ¡Eso no es mío! —gritó Jamie intentando soltarse, pero el policía, ejerció fuerza para controlarlo. — ¡Eso no es mío! ¡No es mi camioneta! ¡No son mías esas cosas! —los hombres que habían encontrado l
Adler estaba terminando de ajustar su abrigo para salir de la casa y dirigirse al hospital, al cruzar el pasillo, su empleada doméstica, se acercó.—Señor Müller, ha llegado un señor que dice que necesita hablar con usted. —Adler alzó sus cejas con sorpresa.— ¿Te ha dicho cuál es el asunto? Tengo que marcharme ahora al hospital.—Dice que es importante. —él soltó un suspiro.—Hazlo pasar a la sala. —ella asintió y él llamó a Jack que llegaría tarde al hospital, pero que se adelantara. Al terminar, se dirigió a la sala. Cuando llegó, estaba una figura de un hombre dando la espalda hacia él. —Buenos días, ¿En qué puedo ayudarlo? Tengo que salir. —el hombre se dio la vuelta y no dijo nada por el momento, solo hubo un poco de silencio, entonces Adler, supo quién era. — ¿Cómo es que después de tantos años te atreves a pararte en mi casa? —el hombre se quedó callado por un breve momento antes de decir algo.—Hola, Adler.— ¿Qué quieres? ¿Ahora qué es lo que quieres llevarte de aquí? —Adler