Max obtuvo ayuda del secretario Min y de dos hombres de seguridad para ayudarlo a subir a la segunda planta, una vez recostado, la enfermera empezó de nuevo a curar la herida que estaba sangrando bastante. Se le habían abierto los puntos y el área, la tenía inflamada.—Le dije que era muy descuidado de su parte salir en estas condiciones, ¿ahora ve por qué le dije? Pero no, no hace caso a las indicaciones de la enfermera, lo único que va a ocasionar es que tarde su mejoría. —el ama de llaves lo regañó, al mismo tiempo, preocupada por el semblante que tenía su jefe.—Lo sé, lo sé, era muy importante que fuese a como diera lugar, —una sonrisa apareció en sus labios, ahora Emma sabía que tenía un padre. Después de todo lo que había pasado en su infancia, le era recompensado con felicidad. El secretario Min se había quedado hasta que habían limpiado la herida, y Max se había quedado dormido con los sedantes para el dolor. Al llegar a la primera planta para retirarse, apareció Emma.—Secre
Irina cerró la puerta de aquella habitación de un portazo, lanzó su bolso a la cama, se pasó ambas manos por el rostro y las retiró con frustración.—Tengo que marcharme...—caminó de un lado a otro, su nuevo celular comenzó a sonar repetidamente por varios minutos, al darse cuenta de quién era, contestó.—¿Qué es lo que has averiguado?—preguntó rápidamente.—Siguen buscándote, y Adler se acaba de marchar dejando una fuerte amenaza: Te entregas o él mismo buscará hacer justicia por mano propia. —Se hizo un breve silencio—Adler es de palabra, y no tengo los medios que él tiene como para yo esconderte más tiempo, temo que haga algo...—Adler no me hará nada, no es de esos hombres que usan la violencia. —Se dejó caer en la orilla de la cama. —Tengo que conseguir más dinero, ¿No puedes vender algo para moverme de este lugar? —Irina preguntó, más frustrada de como llegó.—Deja vender tu auto y...—Irina negó, furiosa, interrumpiendo.—¡Mi auto no! Vende el de mi madre, no lo usa tanto.—Veré
Semanas después…Max se pasó una mano por su frente para limpiar el sudor, tenía un par de horas pintando una pared de aquella habitación extra que habían elegido para el nuevo futuro miembro. Pero no quedaba como él quería. Se sintió frustrado, se había negado a pagar a alguien para hacerlo, Max pensó que no había nada mejor que hacerlo uno mismo, crear recuerdos y momentos únicos. Él presumiría con su hijo o hija, que él mismo había pintado, armado, decorado, aquella hermosa habitación para su llegada.— ¿Necesitas a Eda? —preguntó Emma entrando a la habitación, con aquella sonrisa en sus labios, mientras que su mano descansó en su vientre más abultado. Ya estaba a nada de terminar el segundo trimestre de embarazo, seguían sin querer saber aún el sexo del bebé, solo deseaban que viniese sano. Así que los colores de aquella habitación eran color crema y beige.—No, yo puedo…—Demasiado tarde, hermano. —Eda entró con aquel overol azul con manchas de pintura, una pañoleta cubriendo par
Max estaba en shock al escuchar finalmente que el bebé que venía en camino era una niña, su corazón se agitó con una fiereza, se llevó ambas manos a su rostro para ocultar de las dos mujeres frente a él, aquellas lágrimas de emoción y felicidad. Una parte de él y de Emma, en una pequeña princesa, era algo que le hacía querer gritar a los cuatro vientos lo feliz que era, al separar las manos de su rostro, Emma estaba llorando, buscó con desesperación su mano y luego él la abrazó, para después dejar muchos pequeños besos en el vientre de ella. —Aquí está papá y mamá, esperando por ti, pequeña. —Emma sonrió mientras se limpió las lágrimas, la doctora estaba tan emocionada como ellos, de ver aquel milagro creciendo en el vientre de Emma, un lugar en el que era imposible. La doctora se limpió la orilla de sus ojos, ver a los dos con aquella emoción, era conmovedor. Padres que realmente deseaban un bebé. —Dios mío, ya te quiero ver peleándote con una adolescente rebelde. —soltó Emma riend
Elaine miró de nuevo aquella información que tenía en las manos, esa mañana había llegado y no le gustó nada de lo que se enteró. Aquel despacho elegante, con estantes de madera, el olor a puros caros, y una literatura enriquecedora, le recordó que tenía que regresar a New York en cuanto pudiera.— ¿Estás lista ya para irnos, querida? —el acento británico de aquel hombre mayor, la sacó de sus pensamientos. Sonrió de manera fingida, y asintió dejando sobre aquel escritorio, los correos impresos de su investigador. Se levantó y se inclinó hacia él.—Muy lista, querido. —luego le guiñó el ojo de manera pícara. —Cuando regresemos, te recompensaré lo de esta mañana.—Me parece perfecto, desapareciste y eso me ha preocupado.—Una reunión con una vieja amiga, no entenderías cuando las mujeres se juntan para tomar el desayuno, el tiempo pasa volando. Ya sabes, los chismes de la monarquía. —los dos soltaron una risita, para luego marcharse a la cena.Durante la cena, Elaine estaba distraída. P
Emma estaba recostada en medio de la cama con las rodillas dobladas y los muslos abiertos, su mirada estaba en el techo y de manera fugaz lo veía si no cerraba los ojos, sus manos se aferraron a la sobrecama, se mordió el labio cuando estaba a punto de llegar a ese punto de placer que la hacía estallar.—No, pares…—la lengua de Max era implacable, no se detuvo hasta que Emma llegó a su propio clímax. Era indescriptible describir como se sentía en ese momento al escucharla llegar, su cuerpo convulsionaba, los gemidos que se escapaban de su boca, y veía como su piel se erizaba, su rostro salió de entre sus piernas, lamiendo los restos de su orgasmo, sonrió cuando Emma levantó su cabeza y estiró su cuello, ya que su vientre no la dejó mirarlo por completo. —Eso ha sido exquisito…—dijo Emma intentando controlar su respiración para poder hablar.—Lo sé, —dijo subiendo por su cuerpo con cuidado de no rozar su vientre, Emma levantó las manos para rodearlo por el cuello y buscar su boca. Se d
El padre de Irina volvió a marcar el número nuevo de su hija, pero este siguió apagado. Ya tenía dos semanas sin saber de ella. Rogó para su interior de que estuviera bien, sana y salva.—Señor, tiene visitas. —anunció la señora del servicio, el hombre arrugó su ceño, intrigado de quién podría ser.— ¿Quién es?—preguntó.—Es el señor Müller. —se tensó al escuchar quién era.—Que pase, y que nadie nos moleste.—Sí, señor. —la mujer se retiró dejándolo a solas en su despacho. Momentos después, la puerta se abrió, pero quien apareció, fue Max.—Max, qué sorpresa verte, —se aclaró la garganta, y se repuso, —Lamento no haber llamado antes para saber acerca de tu salud, he estado muy liado con asuntos de la empresa y de…—Irina. —terminó Max la oración.—Sí, de ella. —se tensó, se imaginó que su visita era para presionar acerca del paradero de Irina, pero él ahora sí no sabía. — ¿Quieres tomar asiento? ¿Algo de tomar?—Max negó.— ¿Dónde tienes a tu hija escondida? ¿Crees que se puede escapa
Irina tiritó del frío una vez que ya estaba vestida con aquella ropa, había deseado por primera vez, estar en una cama acogedora y no en la que llevaba semanas apenas durmiendo. Sus ojeras estaban remarcadas debajo de sus ojos, su cabello que solía ser brilloso, sedoso y largo, estaba opaco, sin vida y lo habían cortado bastante. Lo odió de inmediato y tuvo que odiarlo hasta la fecha. Estaba sentada en la orilla de aquella cama, mientras miró la pared acolchada. Cerró los ojos y dejó que aquellas lágrimas que habían retenido durante bastante tiempo, finalmente salieran. Sus manos se fueron a su vientre y lo acarició, su labio inferior tembló y sus dedos se aferraron a la tela. “Si solo estuvieras aquí” pensó, pero el odio despertó de nuevo. Sus ojos se abrieron y repasó aquel día en el que fue engañada por Horacio. Había caído en su plan de venganza.—Por eso no hay que confiar en la gente…—susurró ante aquel pensamiento y finalmente se hizo un ovillo en aquella cama, tiritó de nuevo