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Jandé está desesperada y camina de un lado a otro dentro de la oficina de presidencia, en donde la joven practicante la observa confundida. Ella ha escuchado la manera en que ellos dos se han tratado hace unas horas, sin embargo, para su sorpresa, hace unos minutos fue todo distinto.

―Oye, compañera, puedo preguntarte una cosita que me está carcomiendo. —habla la practicante, tratando de resolver sus dudas lo más pronto posible.

―¿Qué quieres? Espera, antes de que lo preguntes, quiero hacerte saber que no eres santo de mi devoción y que no cualquier inquietud te responderé. —Jandé fue muy clara al manifestar su posición.

―¿Usted y el jefe son amantes? —pregunta con descaro.

Jandé sonríe y se muere de ganas por decirle que ella es la esposa y que no permitirá que una loca le coquetee en sus narices.

―¡Pero qué dices, muchachita! —exclama, mostrándose ofendida—. Deja de imaginarte estupideces en esa cabeza hueca que tienes, jamás sería la amante de un hombre.

Le gritó y de inmediato se
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