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Capítulo 2: Lujuria, pasión y muerte.

Selena observó el retrato que le ofrecía el espejo con algo de congojo y desprecio, no hacia su aspecto puntualmente.

No, la mujer de cabello castaño cobrizo y penetrante mirada gris era consciente de su atractivo físico y las posibilidades que este le otorgaba a la hora de desempeñar su trabajo.

Lo que a ella realmente le producia asco y repudio hacia su propia persona era lo que sabía que iba a hacer esa misma noche.

Selena era una prostituta perteneciente a la casa de las serpientes desde que tenía apenas quince años, por lo que estaba acostumbrada a dar placer a hombres desagradables.

Sin embargo, el cliente de aquella noche era alguien a quien despreciaba tanto que sus propias entrañas se revolvían ante el solo pensamiento de su rostro.

Maleck Errawen, mejor conocido como "El pulpo".

Entre las chicas que trabajaban en la casa de las serpientes, aquel apodo era bien conocido y temido.

Cruel y despreciable, aquel hombre se exitaba causando dolor y temor a las mujeres, con quiénes tenía sexo de forma brutal y rara vez pagaba, ya que tenía fuertes vínculos fraternales con el dueño de la casa de placeres.

Esto último solo hacía que el trabajo de aquella fuera aún peor.

Selena llevaba trabajando desde que tenía quince años para pagar su libertad, y aún debía mucho a su dueño, el propietario de la casa de las serpientes.

Hasta que la hermosa mujer no devolviera cada centavo que ellos habían puesto como precio por su propia vida, ella no sería libre.

"Una noche, Selena, solo será una noche" se dijo a sí misma mientras deslizaba una barra labial color carmín sobre sus carnosos labios.

Pero ella sabía muy bien que aquellas palabras no eran más que un vago intento por buscar consuelo en palabras vacías, con suerte si aquella noche no terminaba en el hospital o en la morgue.

La última chica que había tenido la desgracia de pasar una noche con Maleck pasó un mes completo en el hospital, y al volver a la casa de las serpientes se le cobró por todos esos días que no trabajó.

—Ten cuidado, Selena—susurro una de las chicas sentada en la cama.

La hermosa mujer de cabello castaño volteó para observar el rostro de su amiga, Irina.

Aquellos castaños ojos, semejantes a los de un cordero, observaban a Selena con miedo y preocupación.

Desde que habían llegado a aquel apestoso lugar ellas habían sido compañeras de cuarto, logrando forjar así una profunda amistad.

Ambas se habían apoyado mutuamente las primeras semanas de trabajo, cuando sus pesadillas habían dado comienzo, y desde entonces no habían hecho más que alentarse a seguir hacia adelante, con el claro objetivo de ganar su libertad.

—No te preocupes cariño, sabes muy bien que puedo defenderme—ronroneo Selena obsequiando un guiño de ojos a la rubia sentada en la cama.

—Eso es lo que me aterra, sabes muy bien que eso solo servirá para maximizar su placer—susurro Irina con la voz rota.

Ambas guardaron silencio durante largos segundos, observándose mutuamente vestidas en sus ceñidos vestidos que no daban lugar a la imaginación.

Selena abrió los labios, intentando decir alguna palabra que infundiera algún tipo de consuelo en el corazón de su amiga.

Sin embargo, en ese mismo instante un conocido golpeteo resonó en la puerta de metal detrás de ella.

—Un minuto y a la calle—graznó aquella conocida voz de mujer que era capaz de poner a temblar a una montaña.

Ellas no respondieron, permanecieron en silencio un par de segundos esperando que la mujer se alejara de su entrada.

—Nos vemos mañana en la mañana, Irina—susurro la hermosa chica de mirada gris inclinándose hacia adelante para rodear el cuerpo de su amiga con ambos brazos—Cuidate.

—Tu también cuídate, Selena—respondió la mujer de cabello dorado y mirada de cordero, mientras las lágrimas empañaban sus ojos.

Una punzante punzada de dolor atravesó su pecho y hundió su corazón en un mar de desesperación.

Tenía que salir de allí ya mismo, de lo contrario se derrumbaría ante Irina y nada bueno saldría de eso.

—Adiós—dijo la mujer de cabello castaño apartándose de su amiga para salir de la habitación con pasos veloces, suplicando a cualquier deidad que aquellas no fueran las últimas palabras que le diría a Irina.

Cuando su cuerpo atravesó la entrada del cuarto, le permitió a sus piernas temblar, mientras soltaba un profundo suspiro desesperanzado, al fin y al cabo en los pasillos de aquella destartalada casa estaba sola.

—¿Aún sigues aquí?—escupió una aguda voz femenina que puso su piel de gallina—. El señor Maleck estará en el punto de encuentro en cinco minutos, más vale que no llegues tarde.

Lentamente, Selena volteó, solo para encontrar el desagradable y aterrador rostro de la madama Lester, observándola como si pudiera deshacerse de ella en cualquier segundo si lo deseaba.

—Lo lamento madama, me retrase intentando arreglarme para la ocasión especial—mintió la chica de mirada gris, mientras intentaba hacer que sus manos no temblaran de miedo.

—Ya veremos cuanto dura tu belleza está noche—ronroneo la mujer antes de escupir una risa gorgorosa—. Ve mariposa, ve con la araña.

Selena tragó duro, mientras sentía el latir de su corazón incrementarse en el centro de su pecho.

Haciendo acopio de todas sus fuerzas, ella se dió la vuelta, intentando sostener una sonrisa en sus labios a modo de despedida de aquella cruel mujer, antes de alejarse de ella con pasos veloces.

Pero Lester tenía razón, ella debía apresurarse si no quería llegar tarde y hacer enfadar a Maleck.

Al menos no más de lo que ya estaría.

Ignorando el mar de hombres que comenzaba a ingresar al lugar como un enjambre de abejas a un panal, Selena salió de la casa de las serpientes, intentando prepararse mentalmente para lo que ocurriría en un par de minutos.

A diferencia de otros hombres, Maleck Errawen no solo tenía otros gustos y apetitos sexuales, él también disfrutaba de "jugar" con sus acompañantes.

Decidía lugares puntuales para sus encuentros, a los cuales solía llegar de forma repentina y tomaba a las mujeres de forma feroz y abrupta, en otras ocasiones disfrutaba darles una buena golpiza antes de tomarlas.

"Por favor que está noche pase rápido" pensó Selena mientras avanzaba por las calles de la ciudad, apartándose de la zona donde las prostitutas trabajaban de forma habitual.

Conforme los minutos pasaban, ella se dió cuenta de que las calles perdían luminosidad, siendo devoradas por el reino de las sombras.

Rápidamente ella comprendió que aquella noche no volvería a la casa de las serpientes.

Maleck la había citado en un lugar apartado y remoto, lejos de la vista de cualquier persona que pudiera llegar a interferir en su "juego".

Selena quería escapar, irse muy lejos de allí, pero sabía que si les fallaba a la casa de las serpientes su destino sería aún peor que el de morir ante un hombre como Errawen.

Intentando mantener una famélica llama de esperanza ardiendo en su corazón, la chica de cabello cobrizo apresuro sus pasos y llegó al punto de encuentro unos minutos antes de la hora acordada.

"Solo será una noche, resiste, eres fuerte y valiente" se dijo a sí misma mientras buscaba con la mirada cualquier silueta que se asemejara a la de un hombre moverse en su dirección.

—¿Ansiosa por nuestra cita?—ronroneó la rasposa voz de un hombre en su oído, deslizando un penetrante aroma a alcohol hacia ella.

Dando un sobresaltó ante la sorpresa, Selena se volteo a toda velocidad, encontrando el rostro cubierto por una espesa barba de Maleck Errawen.

—Si, es que tenía frío y vine rápido para entrar en calor—mintió ella, obligándose a sí misma a sonreírle a aquel hombre.

El hombre de aspecto fornido y varios años mayor que ella se aproximó unos pasos, acortando la distancia que separaban sus cuerpos para deslizar así, un dedo por el borde de su rostro, como si apreciará algo que estaba a punto de desaparecer.

—Tranquila pequeña, yo te daré todo el calor que necesites—respondió él, fingiendo galantería, mientras deslizaba una de sus pesadas manos dentro de el bolsillo de su abrigo.

Selena respiró profundamente, mientras aguardaba con pavor lo que sacaría de aquel bolsillo.

Ella sabía que aquella noche entraría al mismísimo infierno, aún así, no estaba preparada para ver lo que él extrajo.

Un encendedor. Un pequeño y plateado chispero reposaba en sus manos plácidamente.

Lentamente, y con el creciente temor apoderándose de su ser, ella entornó sus ojos hacia el otro bolsillo, confirmando así la peor de sus sospechas.

Un bulto se encontraba allí, uno con la forma similar a la de una lata de repelente, altamente inflamable.

Fue entonces, cuando el pánico, el terror y la desesperación estallaron en su ser, enviando a todo su cuerpo fuertes corrientes de adrenalina las cuales se apoderaron de sus sentidos.

Veloz como un rayo, Selena se abalanzó contra Maleck, estampando su menudo cuerpo contra el del hombre.

Aquello fue semejante a chocar contra una pared, sin embargo, al menos logró hacer que el robusto hombre se tambaleara levemente, perdiendo la estabilidad durante varios segundos.

Segundo que ella utilizó para atacarlo con todo lo que pudo.

Sus palmas desnudas golpearon el rostro, el pecho y los brazos del hombre, arrebatandole así el pequeño encendedor plateado.

Pero todo aquello fue inhutil, en un instante, él había logrado recuperar su estabilidad para arremeter contra ella.

Con un simple movimiento, sujetó a Selena con fuerza, dejándola completamente indefensa ante él.

—Así que eres ruda…Selena ¿No es así?—ronroneó el hombre, mientras mantenía el cuerpo de la hermosa mujer inmovilizado bajo su fuerza—. Me gustan las rudas, sobre todo cuando las rompo.

Ella debería haber temblado, llorado e incluso implorando piedad a aquel cruel y despreciable ser.

Pero no lo hizo, muy por el contrario, la adrenalina aún seguía corriendo por sus venas como un frenético veneno invadiendolo todo a su paso.

Es por esto que la hermosa mujer, muy lejos de acobardarse, hizo lo único que estaba en su poder para luchar.

Selena escupió el rostro de Maleck, haciendo que este cerrara sus ojos durante unos segundos y por acto reflejo llevará las manos hacia estos.

Aquello duró tan solo una fracción de segundos, los cuales ella aprovechó para apartarse del hombre lo más que pudo.

Cuando los oscuros ojos de él se abrieron finalmente, la más aterradora de las sonrisas se disparó en sus labios.

—¡Oh sí querida, tú y yo nos vamos a divertir mucho está noche!—dijo él con notable éxtasis, mientras la erección entre sus piernas crecía más y más.

Selena comprendió en aquel instante que el hombre estaba imaginando todas las atrocidades que le haría aquella misma noche, en aquel pútrido y asqueroso lugar.

—No eres un hombre, no uno de verdad—comenzó a sisear ella—. Si no ves a alguien sufrir tu amigo no funciona… eres patético Maleck Errawen, me das pena.

Fue entonces cuando las facciones del hombre ante ella se transformaron, pasando del júbilo a la rabia, una que prometía violencia.

Igual que lo había hecho la primera vez, el se abalanzo hacia ella, pero en esta ocasión fue su garganta lo que tomo con fuerza entre sus manos, impidiendo así que el aire inhundase sus pulmones.

Selena no sintió el golpe de la pared contra su espalda, pero si notó la presión que está ejercía sobre ella, como si estuviera preparada para moler cada uno de sus huesos hasta llegar a sus pulmones y drenarlos del poco aire que aún conservaban.

—¡Déjala idiota!—rugió una potente voz masculina, tan sensual como el susurro de la noche.

Ella no conocía el nombre ni el rostro del portador de aquella voz, pero le agradeció inmensamente porque gracias a eso, Maleck soltó el cuello de Selena, haciendo que el aire volviera a ingresar a su cuerpo.

—¿Quien m****a eres?—escupió el robusto hombre apartándose un paso de ella, dirigiéndose al extraño que acababa de irrumpir.

—Soy Alexander Murth, millonario asquerosamente rico y poderoso—siseó el hombre cuyo rostro Selena no podía observar bien debido al reflejo de las luces de su auto—. Esto es muy simple, tanto que un simio como tú lo comprendería a la perfección. 

»—Si no desapareces de mi vista en cinco minutos, seré tu peor pesadilla—.

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