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Capítulo 3: La propuesta.

Maleck rió, haciendo que el vello del cuerpo de Selena se erizara.

—¿Crees que eres el único que tiene amiguitos?

—No, estoy seguro que tú también los tienes—comenzó a decir Alexander con simpleza—. Pero dime tú ¿Vale la pena llamarlos para resolver problemas ocasionados por una prostituta?

Las palabras atravesaron el aire y se hundieron en la mente de Selena, quien las recibió con total dolor y enojo. Ante el mundo ella no era más que una prostituta, y eso le dolía.

Sin embargo, las palabras del millonario no solo afectaron a la hermosa mujer, puesto que la mirada de Maleck se expandió de forma notable, mientras separaba ligeramente sus labios.

—¿Quien m****a eres?—graznó furioso el robusto hombre, sabiendo que el millonario tenía razón.

—¿Acaso estás sordo o no eres capaz de retener un jodido nombre por más de cinco minutos?—ronroneo Alexander avanzando otro paso hacia él—. Mi nombre es Alexander Murth, y ya debes irte de aquí.

Maleck observó al hombre ante él durante varios segundos antes de volver la cabeza hacia Selena con una expresión tan aterradora como la mismísima muerte.

—Esto no se acaba acá, Selena—ronroneo él aterrador hombre antes de dar media vuelta y alejarse del lugar con pasos veloces.

Aquello era una promesa, su futuro ahora sería mucho peor que el morir bajo las manos de aquel vil hombre, ahora él se tomaría su tiempo.

—Selena, es un lindo nombre—comenzó a decir Alexander avanzando hacia ella mientras extendía una mano en su dirección para ayudarla a incorporarse.

De la impresión, ella había caído al suelo con gran fuerza pero ni siquiera lo había notado hasta ese momento.

Por un segundo sopeso la idea de tomar aquella fuerte y amplia mano, pero luego las palabras que él había escupido volaron hacia ella nuevamente.

—¿Demasiado lindo para una p**a?—escupió con dolor Selena, mientras se ayudaba a sí misma a incorporarse de su lugar en el frío suelo.

Los labios de Alexander se apretaron en una fina y delgada línea.

—Lo dije para apartarlo de tí, no pediré perdón por salvarte la vida—comenzó a decir él con arrogancia—. Pero si espero que me des las gracias.

Aquellas palabras estallaron en la mente de Selena, acabando con la poca paciencia que aún conservaba.

—¿Las gracias? Está bien, Alexander Murth, gracias por empeorar la situación, por decir que no valgo la jodida pena, y por asegurarme una muerte muchísimo peor que la que me aguardaba está noche—escupió ella con dolor e ira—. ¿Sabes qué? Jodete, tu y todo tu asqueroso dinero.

Los labios de Alexander se separaron de forma notable mientras observaba con asombro y admiración la fortaleza que cargaba en cada fibra de su cuerpo aquella menuda mujer.

—Lo lamento, jamás pensé que ocurriría esto—se disculpó él, sorprendiendose a sí mismo ante aquellas palabras. Él no sé disculpaba, jamás.

—Tranquilo, te creo, es raro encontrar a un hombre en tu posición que utilice sus neuronas para pensar—ronroneo Selena con rabia y rencor—. Bueno, Alexander Murth, millonario asquerosamente rico y poderoso, me despido, iré a ver si puedo retomar lo que estaba ocurriendo.

—¡Pero él te va a matar!—dijo con desesperación Alexander viendo cómo comenzaba a alejarse—. Ven conmigo, pasa la noche en mi casa y te pagaré el doble que él.

—¿Acaso no lo entiendes? Él no paga, sus amigos son muy poderosos y peligrosos—respondió Selena agotada.

Alexander la observó durante varios minutos, mientras las ruedas en su cerebro giraban sin parar buscando una solución a aquello, puesto que de algún modo, él se negaba a la idea de dejar ir a Selena así como si nada.

—Ven conmigo, hablaré con tu jefe y le explicaré que te encontré en la calle y no me pude resistir—comenzó a decir Alexander con cuidado—. Les demostraré que soy mejor inversión que ellos; a cambio quiero una cosa de tí.

Selena lo observó a los ojos y sonrió con tristeza, allí estaba la verdad, nadie hacía nada por simple abnegación menos aún un hombre en la posición de él.

—¿Qué quieres a cambio?—soltó ella cruzando los brazos sobre su pecho.

—Quiero que pases la noche conmigo—dijo él sin rodeos y sin prisa.

Aquella propuesta no sorprendió a la hermosa mujer, puesto que estaba acostumbrada a recibir ese tipo de propuestas a diario.

Sin embargo, el tono y la forma en que lo dijo Alexander fue diferente, casi como si propusiera algo más, algo extrañamente íntimo y personal.

Fue por este último pensamiento que sus mejillas se sonrojaron mientras ella respondía:

—Está bien, lo haré.

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