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Capítulo 4: Los fetiches de Alexander.

El viaje en el lujoso auto de Alexander fue algo incómodo, en especial porque el ambiente parecía haberse vuelto demasiado tensó y extraño.

Esto sorprendió a Selena por completo, ya que creía que el millonario tomaría la iniciativa luego de su veloz propuesta.

Aquella era la primera vez que la hermosa chica iría a la casa de uno de sus clientes, ya que por lo general, los hombres solían preferir los encuentros casuales en el burdel, los asientos traseros de los autos o incluso en cualquier callejón olvidado por el mundo.

Pero aquella no sería una noche como las demás, de esto se dió cuenta Selena al observar el rostro tensó y algo nervioso del atractivo hombre a su lado.

—Tienes un auto muy lindo. Debe haberte costado una fortuna—dijo ella observando el lujoso tapizado del asiento.

En realidad, le importaba muy poco el vehículo, lo único que quería era un poco de conversación, algo que sofocara el silencio que parecía imponerse en todo el lugar.

Alexander elevó una ceja dorada, mientras lanzaba una mirada lasciva en su dirección.

—Si, es lindo. Fue un obsequio de cumpleaños, así que no se el valor real—soltó el con tranquilidad, mientras volvía su rostro hacia el frente.

Selena mordisqueo su labio inferior algo nerviosa, intentando de obtener el valor que necesitaba antes de enfrentar a Alexander, porque estaba claro que algo le ocurría.

—¿Te arrepientes de haberme contratado está no?—comenzó a decir ella en un tono bajo, mientras observaba su rostro con detenimiento—. Entiendo que no me encuentres tan atractiva como en las sombras.

Al oír aquellas palabras, el millonario clavó los frenos del auto de forma abrupta, haciendo que sus cuerpos se sacudieran levemente por el feroz movimiento.

Era un milagro que ambos llevarán el cinturón de seguridad puesto, de lo contrario habrían salido volando por el parabrisas.

—¿Me lo dices de verdad?—escupió el centrando su mirada en ella—. Eres la mujer más atractiva que ví en mi vida, no me arrepiento de nada.

—¿Entonces cuál es el problema?—insistió Selena sin apartar su mirada del hermoso rostro de Alexander.

Él separó levemente sus labios antes de volver a cerrarlo; repitió aquel gesto un par de veces, igual que un pez fuera del agua luchando por oxígeno.

Pero él estaba luchando por hallar las palabras correctas.

—El problema, está en que me aterra la idea de que me rechaces—comenzó a decir el algo nervioso—. Verás, lo que te propondré está noche no es algo convencional.

Selena sonrió de forma burlona, mientras por su mente pasaban los recuerdos de sus anteriores encuentros, dónde muchos de esos hombres le habían pedido complacer sus fetiches más extraños.

Para ella, ya nada le parecía fuera de lo ordinario, puesto que sus estándares para hacer el amor, habían logrado pasar límites inimaginables.

—Lo dudo, Alexander—ronroneo ella—. Mis estándares en la cama son muy altos.

El millonario esbozó una media sonrisa, mientras volvía a avanzar en el vehículo.

—Ya lo veremos, señorita.

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Alexander estaba jodidamente perdido.

Había cometido un estúpido y absurdo error, y pronto conocería las consecuencias de sus actos.

¿Cómo demonios se le había ocurrido engendrar un heredero con una prostituta?

Aquel pensamiento daba vueltas en su mente una y otra, y otra vez, volviendolo casi loco.

Sin embargo debía admitir una cosa.

Selena era fuerte y valiente, cualidades que necesitaba la mujer que engendrará a su futuro hijo.

Eso y el hecho de que estaba en problemas, lo cual sin lugar a dudas lo dejaba en una posición muy beneficiosa.

Aún así, no podía evitar sentirse increíblemente mal por aprovecharse de ella de aquella manera.

Al menos hasta que descubriera sus verdaderas intenciones; entonces ella lo dejaría y él volvería a estar desesperadamente perdido.

Cuando finalmente llegó al estacionamiento del edificio donde vivía, sintió como las pulsaciones cardíacas comenzaban a acelerarse, mientras su respiración se volvía irregular.

Solo logró abrir la puerta del vehículo y deslizarse fuera de este, antes de que todo su cuerpo comenzará a temblar por los nervios.

—Es la primera vez que contratas a alguien para que te dé placer ¿No es así?—preguntó Selena en un tono increíblemente bajo, casi confidencial, siendo que estaban solos en el lugar.

Alexander recostó su espalda contra la puerta del vehículo, mientras elevaba su mirada color esmeralda hacia ella.

De alguna forma, la hermosa mujer de cabello cobrizo y mirada gris había llegado hasta él en menos de dos respiraciones, o al menos eso es lo que creyó Alexander, a quien el tiempo le parecía pasar demasiado rápido.

—¿Es tan evidente?—respondió el chico de cabello color sol, mientras mordisqueaba su labio inferior.

—Lamento decirte que sí, guapetón—respondió ella extendiendo la mano hacia él. Una invitación silenciosa—. Prometo ir a tu ritmo y no presionarte.

Alexander bufó una risa, mientras pensaba en la posible reacción que ella tendría cuando él le propusiera ser la madre de su hijo.

Pronto verían quien iba al ritmo de quién.

Sin embargo, aquellas palabras se clavaron en el alma del millonario, después de todo, era la primera vez que alguien prestaba verdadera atención a sus sentimientos y emociones.

Por este motivo, él tomó la mano que Selena le ofrecía, y sin soltarla ni un segundo, la llevó hasta el ascensor.

Para su suerte, este también estaba completamente vacío, por lo que subieron al último piso del lugar en pocos segundos.

Cuando las puertas plateadas del elevador se abrieron, revelaron un espectacular departamento, cuyas ventanas revelaban la ciudad, dando la sensación de que estaban por encima del cielo.

—En verdad eres rico—ronroneó ella con una sonrisa coqueta, mientras avanzaba por el lugar, admirando cada fino detalle.

—Si, asquerosamente rico—respondió él con una risa bailando en su tono.

Para él, era extraño poder hablar con tanta soltura y libertad con una persona; más si se tenía en cuenta que la acababa de conocer.

Selena se volvió hacia él, con una sonrisa sensual retratada en su hermoso rostro, mientras se aproximaba a él con pasos seductores.

Cuando llegó hasta él, simplemente se deslizó hacia adelante y permitió que sus labios rozaran tenuemente sus labios con los de el millonario.

Aquello dejó paralizado, petrificado, al hermoso hombre, cuya mirada verde esmeralda se había oscurecido, volviéndose casi depredadora mientras la observaba con detenimiento. Siguiendo cada uno de sus movimientos.

—Dígame, señor Murth. ¿Cuál es su deseo?—susurró ella en tono coqueto, mientras acariciaba su pecho con las manos, escalando suavemente para envolver sus manos en su cuello, tirando de él hacia ella, acortando la poca distancia que les separaba.

Con el último aliento que aún le quedaba en los pulmones, Alexander dijo:

—Deseo que tengas a mi hijo—.

Luego, la poca fuerza que tenía para mantener su autocontrol, desapareció, liberando todos sus deseos carnales.

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