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🔥❤️Hearts of Fire❤️🔥 [lectores de Valen M. Laborde]
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El millonario, Alexander Murth, deslizó una mano por las doradas fibras de su sedoso cabello, las cuales parecían brillar más conforme los tenues rayos del moribundo sol del atardecer lo besaba.
Soltando un profundo suspiro, hizo su mayor esfuerzo por no cerrar sus profundos ojos color verde en un claro gesto de cansancio.
—Un heredero, eso es todo lo que te pedimos, Alex—advirtió uno de los hombres sentado en el extremo de la mesa de reuniones.
El resto de ancianos temerosos, asintieron en gesto de afirmación ante las palabras que acababa de soltar el mayor de los inversionistas de su compañía.
—¿Lo quieren con papas para llevar?—ronroneo el adinerado CEO, burlándose abiertamente de aquel grupo de hombres.
Sus rostros drenados de humor le dijeron que aquella broma no les cayó para nada bien, lo cual era totalmente lógico teniendo en cuenta su propio historial.
Los ancianos tenían miedo, habían depositado una enorme suma de dinero en su compañía, la cual había dado grandes resultados y prometía seguir llenando sus bolsillos durante un largo tiempo más.
Sin embargo, aquel no era el problema. No, el asunto era el cabecilla de la empresa, Alexander.
Las fiestas extenuantes y el exceso de alcohol, mantenían las noches del atractivo hombre bastante ocupadas, dejándolo varias veces al borde del colapso.
Era por este motivo, que desde hacía varios meses, el grupo de ancianos ante él habían comenzado su propio intento de persuasión con el claro fin de que él les diera un heredero, ya que está sería la única forma de que la compañía de mantuviera a flote sin que las disputas por poder se desataran entre los hombres allí presentes.
—Tienes un mes para asegurar una descendencia—comenzó a decir el poderoso hombre ante él, cuyo rostro se asemejaba al de un pitbull enfadado—, de lo contrario, todos tus privilegios serán retirados y la compañía se disolverá.
Al oír aquellas palabras, el corazón de Alex se saltó un latido, mientras su respiración se volvía levemente irregular, mientras escuchaba con suma atención al anciano.
—En resumen, nos llevaremos nuestro dinero y tú volverás al asqueroso agujero del que saliste.
—¿Cómo se supone que engendre un heredero en menos de un mes?—preguntó el hombre de cabello dorado y mirada esmeralda, mientras sentía como el miedo tomaba posesión de su cuerpo.
Todo, él lo perdería todo.
Los hombres ante él cruzaron miradas entre ellos, antes de estallar en risas, unas que Alexander tardó varios segundos en comprender.
—No me refería al acto en sí—escupió el millonario pasando nuevamente una mano por su dorado cabello—. Me refería a que no tengo pareja.
—Podrías utilizar la fertilización in-vitro y alquilar un vientre—sugirió uno de los hombres, mientras rascaba la punta de su barbilla.
Al oír aquello, las esperanzas de Alexander volvieron a inundar su cuerpo, sin embargo esto sería por un breve tiempo.
—Ni lo pienses, eso lleva mucho tiempo, algo que no tienes—graznó el anciano en el centro de la mesa, segundos antes de que la chicharra anunciara el cese de aquella reunión—. Bueno Alexander Murth, espero que está noche encuentres un milagro.
Luego de soltar aquellas palabras, el anciano se puso de pie riendo, y abandonó la sala seguido por el grupo de hombres.
Solo, en aquella habitación vacía, el millonario echó la cabeza hacia atrás y se permitió unos segundos para observar el techo de la habitación.
Un heredero, eso era lo único que necesitaba.
Mientras contemplaba las lámparas que colgaban de forma armónica del lustroso techo, se maldijo así mismo recordando todas las veces que había mantenido relaciones con mujeres y se había protegido.
"De no haberlo hecho no estaría en este problema… o bien podría tener una enfermedad de transmisión sexual" reflexionó el, incorporándose finalmente de su asiento y tomando la chaqueta del traje oscuro antes de salir del lugar.
Un milagro, eso era lo que él necesitaba en aquel momento.
Conforme salía de la oficina, se tomó su tiempo para observar las demás habitaciones en busca de alguna mujer que podría llevar a su cama con la desesperada esperanza de engendrar un heredero.
Pero como al destino le gusta ser cruel, para el momento en el que Alex finalizó la reunión, todas las mujeres que trabajaban en el edificio ya se habían marchado.
Con pasos abatidos, él llegó a la zona de parking y se deslizó en su Audi oscuro, antes de encender el motor y salir a las calles de la resplandeciente ciudad.
Para el momento en que las ruedas del reluciente vehículo besaron la superficie de la calle asfaltada, el brillante sol que reinaba en el cielo comenzaba a ceder su trono a una pálida luna en cuarto menguante, la cual reclamaba su reino en compañía de un millón de estrellas.
Con su mirada color esmeralda viajando por las calles de la ciudad, Alexander Murth recorrió varios kilómetros, con la única esperanza de encontrar una mujer la cual pudiera llevar a su cama.
Sin embargo, conforme los minutos se transformaban en horas comprendía cada vez más que aquella misión era simplemente imposible.
Cada mujer que él observaba a través de las ventanas de su auto polarizado, le encontraba un defecto, por más que la mujer no lo tuviera, como si en realidad buscará una excusa para no acostarse con ellas.
En realidad, no es que a él le desagradaba la idea de enroscarse bajo las sábanas con alguna de aquellas damas, no, lo que realmente lo aterraba era la idea de un niño.
Ninguna de aquellas mujeres parecía lo suficientemente fuerte, valiente o decidida como para engendrar un hijo sin tener apego emocional hacia el pequeño o incluso hacia él.
Alexander odiaba las relaciones serias, él podría aceptar cargar con la responsabilidad de criar a un niño, pero no estaba dispuesto a aceptar la idea de una pareja oficial.
Era por este motivo que él buscará una mujer capaz de mantener su corazón alejado del suyo.
Así, conforme el tiempo se desvaneció en el olvido, sin darse cuenta ingresó a la zona roja de la ciudad, así nombrada ya que allí se encontraban las compañeras de la noche.
Mujeres dispuestas a tener sexo con cualquier persona a cambio de dinero.
Cuando las mujeres comenzaron a abalanzarse sobre su lujoso auto, él comprendió que aquello había sido una mala idea sin lugar a dudas.
Pisando el acelerador y haciendo maniobras evasivas, logró alejarse de aquella multitud de mujeres, llegando a una zona del barrio completamente vacía.
O casi vacía.
Con la luz blanca de los faroles de su vehículo, el atractivo millonario logró divisar dos figuras en la lejanía, las cuales adquirieron forma y sentido conforme se aproximaba a ellos.
Eran un hombre y una mujer. El, bastante mayor que el millonario parecía notablemente enfadado con la mujer; ella, quien aparentaba tener la misma edad que Alexander, arremetía con afiladas palabras que el millonario no lograba oír.
Palabras que sacaron de sus casillas al robusto hombre ante ella, quien sin titubear, la tomó con fuerza por el cuello, para empujarla con rudeza contra la pared más cercana.
El corazón del hombre de cabello dorado se aceleró, mientras observaba el rostro de aquel hombre enrojecer de rabia y cólera.
Aquel robusto extraño mataría a la mujer allí mismo, en aquel asqueroso barrio si nadie la ayudaba.
Si él no la ayudaba.
Selena observó el retrato que le ofrecía el espejo con algo de congojo y desprecio, no hacia su aspecto puntualmente.No, la mujer de cabello castaño cobrizo y penetrante mirada gris era consciente de su atractivo físico y las posibilidades que este le otorgaba a la hora de desempeñar su trabajo.Lo que a ella realmente le producia asco y repudio hacia su propia persona era lo que sabía que iba a hacer esa misma noche.Selena era una prostituta perteneciente a la casa de las serpientes desde que tenía apenas quince años, por lo que estaba acostumbrada a dar placer a hombres desagradables.Sin embargo, el cliente de aquella noche era alguien a quien despreciaba tanto que sus
Maleck rió, haciendo que el vello del cuerpo de Selena se erizara.—¿Crees que eres el único que tiene amiguitos?—No, estoy seguro que tú también los tienes—comenzó a decir Alexander con simpleza—. Pero dime tú ¿Vale la pena llamarlos para resolver problemas ocasionados por una prostituta?Las palabras atravesaron el aire y se hundieron en la mente de Selena, quien las recibió con total dolor y enojo. Ante el mundo ella no era más que una prostituta, y eso le dolía.Sin embargo, las palabras del millonario no solo afectaron a la hermosa mujer, puesto que la mirada de Maleck se expandió de forma notable, mient
El viaje en el lujoso auto de Alexander fue algo incómodo, en especial porque el ambiente parecía haberse vuelto demasiado tensó y extraño.Esto sorprendió a Selena por completo, ya que creía que el millonario tomaría la iniciativa luego de su veloz propuesta.Aquella era la primera vez que la hermosa chica iría a la casa de uno de sus clientes, ya que por lo general, los hombres solían preferir los encuentros casuales en el burdel, los asientos traseros de los autos o incluso en cualquier callejón olvidado por el mundo.Pero aquella no sería una noche como las demás, de esto se dió cuenta Selena al observar el rostro tensó y algo nervioso del atractivo hombre a su lado.<
Los labios de Alexander Murth se deslizaron por la boca de Selena con una voracidad animal, depredadora y bestial.El hambre, enredado con las ansias y el deseo, se habían apoderado por completo de su alma.Muy lejos había quedado el hombre bueno y caballeroso que rescató a una hermosa dama de un cruel destino.Sin embargo, Selena no podía decir que aquello le disgustara.Los labios del millonario eran precisos y seductores, mientras que su lengua demandante se deslizaba de manera tortuosa al interior de su boca, demostrándole con claridad lo que ocurriría si el llegaba a colocarse entre sus piernas.Aquel pensamiento arrancó un gemido
Selena se quedó rígida, de piedra, ante completa y total sinceridad con la que hablaba el galán millonario ante ella.Aún así, la mera idea de pensar en concebir un hijo con aquel extraño, la aterraba más de lo que jamás quisiera admitir.A lo largo de su joven vida, nunca se le había pasado por la cabeza la idea de tener un hijo.No solo porque era en extremo difícil conseguir una pareja estable con su trabajo, si no que su propia experiencia formando para de una familia era simplemente pésima.Es por esto, que Selena jamás tomó en serio la idea de ser madre.Sin embargo allí estaba, con
Selena de quince años:Los ojos de la hermosa niña de cabellera castaña rojiza y mirada tormentosa, estaba repleta de lágrimas que empañaban su campo de visión, tanto así que amenazaban con nublarse por completo.La desesperación se había apoderado de ella, mientras los nervios y el estrés, revolvían sus intestinos a tal punto que tenía ganas de vomitar.Pero ella no lo haría, no vomitaria, no cuando aún tenía un claro y crucial trabajo que hacer.Quitar la notable mancha de sangre del colchón.Ella no había matado a nadie ni nada
Alexander de ocho años:Jamás había sido el niño perfecto, ni de cerca lograba asemejarse a los conceptos arcaicos con los que se suponía, debía estar relacionado un niño.Alexander amaba el ruido, amaba la música, el ruido de la ciudad en su momento de mayor esplendor y adoraba escuchar a las personas hablar a su alrededor.El caos que acompañaba el ruido, los sonidos, eso es lo que tanto le gustaba al niño de mirada esmeralda y cabello color sol, puesto que eso era lo único que le permitía ahogar la nube brumosa de pensamientos que hostigaban su mente a diario.Pero para su suerte, en el orfanato dónde vivía, le resultaba
Por primera vez en toda su vida, Selena durmió plácidamente toda la noche, sin sentir la más mínima inquietud, o temor en toda la noche.Incluso, sus sueños, fueron agradables y acogedores, como si le permitieran tener aquella agradable victoria, al menos por una noche.Un pequeño alivio a su alma atormentada, permitiéndole respirar algo de paz.Para el momento en que su mirada gris tormenta se abrió ante el mundo, un cálido y gentil rayo de sol se filtraba por la ventana medio abierta del dormitorio, besando la piel desnuda de su brazo.Somnolienta y algo dormida, Selena se sentó en la cama, recostando su espalda contra el cómodo respaldar de esta, mientras tiraba de las sá