Capítulo 4
En un instante, las cenizas se esparcieron por todo el suelo. Mi cuerpo temblaba de rabia. No pude controlarme y me abalancé furiosa sobre el golpeando su pecho con mis puños.

—¡Sebastián González, eres un maldito imbécil! —le grité con rabia.

—¿Cómo pudiste lanzar las cenizas de mamá? ¿No temes que esto te traiga maldición?

Sebastián se quedó aturdido por un momento, por los gritos de la situación y luego reaccionó, gritándome:

—¡Marisela, estás loca! ¿quítate de encima? ¡Eres una maldita loca!

No le hice caso. Por el contrario, me agaché desesperada, intentando recoger las cenizas que estaban mezcladas con mugre y trozos de cerámica, mis manos temblorosas no eran suficientes para hacerlo.

—Mamá... Perdóname. No fui capaz de protegerte.

Sebastián me miraba despectivo como si estuviera viendo a una lunática y soltó una risa de burla.

—Esto ha llegado demasiado lejos —dijo con desprecio. —Vaya, tu actuación es realmente convincente.

Alcé con odio la mirada, con los ojos enrojecidos por la rabia y el dolor.

—¡Sebastián, acabas de destrozar las cenizas de mamá! ¿puedes comprenderlo?

Antes de que pudiera responder, su teléfono sonó. Contestó a toda prisa y su expresión cambió.

—Valeria, no te preocupes, voy para allá ahora mismo.

—Perdí los estribos y le grité:

—¡Sebastián, acaso te iras?

Nunca había sido tan directa en nuestras discusiones, pero esta vez no podía contenerme más. Él se giró hacia mí por un momento, como si intentara justificar su partida.

—El auto de Vale tuvo un accidente, debo ir a ayudarla.

Sin esperar mi respuesta, dio media vuelta y salió corriendo.

Lo vi marcharse, con la imagen de mi suegra en sus últimos momentos grabada en mi mente. La tristeza me invadió por completo, pero al mismo tiempo el rencor hervía en mi pecho. Había dejado morir a su madre por cuidar de un simple gato, y ahora se iba corriendo tras Valeria, dejando atrás las cenizas de la mujer que le dio el ser, lo había criado sola, que le había dado todo. ¿Como era posible que no se hubiera dado cuenta de la clase de hombre que estaba a su lado?

Respiré hondo, calmando mi rabia. Ya no había prisa por decirle que su madre había muerto; en algún momento, lo descubriría cuando regresara al hospital.

Con cuidado, recogí las cenizas del suelo y las coloqué en un frasco limpio. Luego, escogí un lugar tranquilo en el cementerio para darle a mi suegra el descanso que ella se merecía.

De pie junto a su tumba, miré la foto de la mujer que me había tratado como una hija. Al recordar su sonrisa bondadosa y su maravillosa amabilidad, las lágrimas brotaron sin control. Lloré hasta quedarme sin fuerzas, sintiendo el fuerte peso de la pérdida. El viento soplaba fuerte en el Cementerio y los molinillos clavados sobre el suelo giraban sin parar. Sintió entonces como si alguien secara sus lágrimas, como si alguien entendiera realmente su dolor.

Al regresar a casa, el silencio era abrumador. Sebastián no estaba. Entonces, tomé el teléfono y lo llamé; esta vez, su línea estaba activa. Contestó al instante.

—Quiero el divorcio —le dije, directa y sin rodeo alguno.

Él soltó una risa sarcástica al otro lado de la línea.

—¿Otra vez con tus dramas, Marisela? ¿Hasta cuándo piensas seguir con esta tonta farsa?

—¿Farsa? —repetí en voz baja, sintiendo cómo la decepción me envolvía.

Sabía que este matrimonio había llegado a su fin desde hacía muchísimo tiempo. Solo había esperado a que mi suegra tuviera un entierro digno antes de dar este definitivo paso.

Desde que Valeria había regresado, Sebastián me había dejado de lado por completo. Siempre que ella lo necesitaba, él estaba ahí para complacerla. Y a mí solo me trataba de mentirosa y de loca, no iba a soportar más abusos e irrespetos de su parte.

Recordé cómo, el mes pasado, había tenido una apendicitis y lo llamé para que me cuidara. Me prometió que pediría un permiso en el trabajo, pero luego me dijo que tenía demasiadas cirugías pendientes y no podía dejar el hospital. No me enojé por eso, porque comprendía su trabajo y, además, mi suegra estuvo siempre a mi lado cuidándome.

Sin embargo, mientras estaba postrada en la cama del hospital, descubrí en Instagram que Sebastián no había estado trabajando. En realidad, había pedido permiso para cuidar a Valeria, quien solo tenía fiebre. Parecía que siempre había una excusa para mí, ahí lo comprendí todo, siempre es demasiado lejos para aquel que no quiere ir.

En ese preciso momento, supe que había perdido toda esperanza en él. Y que mis sentimientos de odios y reproche superaban cualquier cantidad de amor que me hubiera despertado en el pasado.

Aun así, quise darle una oportunidad por respeto a mi suegra. Pero hoy, después de todo lo que había pasado, entendí tristemente que Sebastián no merecía mi paciencia ni mi amor.

—Sebastián —repetí con firmeza. —Quiero divorciarme.

Él gruñó al otro lado de la línea.

—¿Todo esto porque no he regresado a casa estos días? ¿No te has detenido a pensar en tus propias mentiras? ¿Crees que si no hubieras dicho que mi madre estaba enferma yo me habría quedado fuera?

Tomó aire suficiente y, con tono arrogante, —añadió:

—¿Y ahora qué? ¿Vas a usar el tema divorcio para chantajearme? Te advierto que mi paciencia tiene un límite, Marisela. Si no dejas de comportarte como una verdadera loca, entonces sí que me voy a divorciar de ti. —dijo de manera desafiante.

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