Capítulo 2
Cuando Marisela llegó al apartamento, apretó los puños, sabiendo que no tenía tiempo para cuestionar qué estaba pasando allí dentro.

—¿Dónde está Sebastián?

Apenas terminó de hablar, Sebastián González apareció despreocupado con el gato Milo en brazos. Al verla, sus pupilas se dilataron y su cara hizo un gesto de preocupación.

—Marisela, ¿qué demonios haces aquí?

Su tono era aterrador y lleno de impaciencia, como si yo solo fuera una simple molestia.

—Ya te había dicho que Milo está enfermo y apenas termine de hacerle algo de comer, volveré a casa. ¿Puedes ser comprensible por una vez en tu vida?

Marisela lo miró sin querer perder más tiempo en discusiones innecesarias. —Agarró su brazo con firmeza y le dijo furiosa:

—Ven conmigo, tu mamá está teniendo un ataque al corazón, te necesita.

Pero Sebastián se soltó de golpe, de una manera bastante brusca.

—¿De qué estás hablando? Conozco la salud de mi madre mejor que nadie. Está perfectamente bien. Hoy mismo la revisé y todo estaba bajo control. No uses ese chantaje para asustarme.

Era cierto que él siempre había estado al tanto de la salud de su madre, pero eso no significaba que no pudiera ocurrir en algún momento un imprevisto. Como cardiólogo, debería entenderlo mejor que nadie, pero parecía estar cegado por quien sabe qué hechizo. Marisela intentó mantener la calma, a pesar de la profunda rabia que la consumía.

—Sebastián, no estoy bromeando con eso. Tu madre está en el hospital esperando que la operes. Si no vas ahora, te arrepentirás por el resto de tu vida.

Sebastián vaciló un momento, visiblemente confundido. Fue entonces cuando Valeria intervino, con una expresión llena de falsa preocupación.

—Marisela, sé que estás celosa porque Basti está aquí conmigo, pero inventar que tu suegra tiene un ataque al corazón eso es demasiado, ¿no crees?

—Entre Basti y yo no hay nada más que la profunda preocupación por Milo. Solo vino a ayudarme con él. No te enfades, ¿sí? No hay que armar un show.

Al escuchar las palabras de Valeria, Sebastián automáticamente asumió que Marisela estaba actuando por celos. Ya conocía su faceta impulsiva, en múltiples ocasiones lo había acusado de estarla engañando, esto solo sería otra de sus grandes inseguridades.

—Valeria tiene razón —dijo, furioso. —¿Sabes lo peligroso que es decir esas cosas? Solo me queda mi madre, y si buscas preocuparme mejor muérete, pero no te metas con mi mamá.

Marisela sintió cómo la ira y la impotencia la ahogaban. Estaba deshecha, no podía comprender como el hombre que tanto amaba estaba justo frente a ella deseándole la muerte.

—¡La que está en la sala de emergencias es tu madre, ni siquiera es la mía! ¿Por qué no hace nada?

Pero no había tiempo para enojarse; su suegra estaba esperando con desespero la operación que solo él podía realizar.

—Si no me crees, llama a Javier. Él te lo dirá.

Sebastián apresurado sacó su teléfono y estaba a punto de llamar cuando Valeria, con su actitud aparentemente gentil, le dijo:

—Basti, no hace falta que llames. Ve con Marisela. Yo me encargo de Milo.

Extendió los brazos con cariño para recibir al gato, pero Sebastián esquivó su mano mientras acariciaba con dulzura la cabeza de Milo.

—No, no voy. Mejor oy a quedarme aquí cuidando a Milo. La comida aún no está lista y no voy a dejar que Marisela se salga con la suya.

Ver cómo Sebastián daba prioridad a un simple gato mientras su madre luchaba por su vida hizo que la rabia de Marisela estallara.

—¿De verdad, Sebastián? ¿Prefieres quedarte aquí cocinando para un simple gato en lugar de ir al hospital a salvar a tu madre? ¡Eres un verdadero inútil!

Antes de que Sebastián pudiera responder, —Valeria habló con suavidad:

—Marisela, sé que estás enfadada porque malinterpretaste nuestra la situación, pero ir por ahí diciendo mentiras tan graves como esta, ¿no te sientes culpable?

Sebastián frunció el ceño, molesto.

—Marisela, ¿qué te pasa? Mi madre siempre ha sido buena contigo, ¿y tú la usas para engañarme y hacer que vuelva a casa? Eres una miserable ingrata. No me extraña que tus propios padres te abandonaran.

Las palabras de Sebastián perforaron el corazón de Marisela como filosas cuchillas. Sus padres la habían abandonado al nacer, dejándola al cuidado de su tío. Ese abandono había sido una herida profunda durante toda su vida, y ahora Sebastián había decidido echarle sal encima.

Marisela bajó instintiva la mirada y comenzó a llorar —Con la voz quebrada, le suplicó:

—Sebastián, te lo ruego. Está al borde de la muerte. Ven conmigo al hospital, por favor.

Valeria sujetó la mano de Marisela, fingiendo ser amable.

—No te preocupes, Marisela. Basti terminará de cocinar para Milo y luego irá contigo. No necesitas preocuparte tanto.

La furia consumió por completo a Marisela. Si no fuera por Valeria, Sebastián ya estaría en el hospital salvando a su madre. Con un movimiento brusco, apartó la mano de Valeria de su cuerpo.

—Esto es un asunto de familia, tú no tienes nada que decir al respecto.

Aunque no la había empujado con fuerza, Valeria hizo un gesto de dolor.

Sebastián corrió a apartarlas y consolarla.

—¿Estás bien, Valeria? ¿Te hiciste daño?

Ella sacudió la cabeza con cierta delicadeza.

—Estoy bien —respondió con una débil sonrisa. Sebastián se volvió hacia Marisela con furia en los ojos.

—¡Ya basta, Marisela! Te he aguantado demasiado. No sigas causando problemas. ¡Lagarte!

Con esas crueles palabras, la empujó hacia atrás y cerró la puerta de golpe.

Marisela, temblando de rabia y desesperación, comenzó a golpear una y otra vez la puerta.

—¡Sebastián, abre la puerta! ¡Te lo suplico, ven conmigo al hospital! ¡Mamá te está esperando!

Pero, por más que golpeara y llorara, Sebastián no volvió a responder.

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