Algo en mí me hizo pensar que en verdad Eduardo estaba tras esto. Busqué a Ana, era la única de las vecinas que se comunicaba con nosotras, caminé hasta su casa dando cada paso con terrible dificultad, habían sido días demasiados cansados y el cuerpo ya empezaba a manifestar los estragos de eso. — Hola, Ana – dije intentando parecer amable, mientras ella se echaba a mis brazos, pero no quería ni el abrazo ni el saludo, solo ver a Lucrecia y por más que observé no la encontré ahí por ningún lado — Disculpa, debo irme rápido, vine a saludarte y a saber si Lucrecia se encuentra aquí — Dije para no perder más tiempo— Pensé que estaba contigo — Mencionó Ana, ella estaba al fondo de la sala y su voz fue como un grito que llegó hasta mis oídos, en forma de queja — ¿Cómo así? – Interrogué dudando, pues en verdad no comprendía y no quería sacar conclusiones por mi desesperación — Entra, Mary — Pidió Ana mirándome asustada — Anda explícame — Supliqué todavía desde la puerta — Es que Luc
Cuando salí del inmenso aeropuerto y me encontré con Luis en la camioneta, una sensación de miedo volvió a mí— Luis, se ha ido a California desde hace dos días — Conté de golpe tras abrir la puerta del vehículo y tirarme al asiendo como la mayor de las derrotadas. Estaba demasiado exhausta con todo. — No es posible, Mary, nadie la vio salir de aquí — Dijo Luis, completamente absorto mientras volteaba a verme — Artimañas de esos viles millonarios – Dije con la voz contrita, pronunciarlo me caló el alma, porque ese vil millonario era Eduardo, a quien tendría que enfrentar de nuevo — Llévame a casa — Supliqué, pero eso le resultó extraño, pues él sabía que ya nada podía encontrar ahí, así que me miró confundido — ¿A casa? Pero si no hay forma de entrar a ella — alegó intentando comprender — dejé mi maleta escondida en un pequeño arbusto — le aclaré en voz baja —¿Y qué piensas hacer? Si no tienes dónde dormir, vete a mi casa — comentó con amabilidad — No, Luis, no — repetí agar
— Buenos días, señorita, soy Mary, la joven que vino hace unos días – Le aclaré a la secretaria que ya me había atendido la otra vez, tras que entré a la empresa de nuevo, el mismo sitio en donde había empezado todo el desastre — Oh, querida Mary, qué bueno verte por aquí de nuevo – Me saludó con su español forzado— Sí, busco a Eduardo – Dije antes de seguir perdiendo más tiempo — Adelante, pasa, no está ocupado — Contestó, sus palabras me dieron aliento y a la vez miedo, llevé conmigo el bolso pues no sabía lo que podía suceder en esa oficina, la idea de ver a Eduardo nuevamente me lastimaba Subí las escaleras, temblando, con un inmenso temor que me calcinaba los huesos y hacía que mis piernas flaquearan, el olor a cigarrillo y a ron se sentía desde afuera. Toqué la puerta tres veces y a eso solo pude escuchar: — Qué quieres, no me interrumpas, has lo que sea y después me lo comunicas, pero ahora no me molestes, encárgate de todo — Dijo, pensando que era su secretaria quien
— Lucrecia debe estar con Páter, le había ordenado que la tuviera en casa mientras nosotros nos casábamos, dado que no le avisé que el contrato no se llevó a cabo, debe tenerla consigo, olvidé decírtelo el día que te marchaste – Dijo finalmente — Eres un imbécil – Le grité correspondiendo a su mirada absorta, pero decirle eso me dolió mucho, porque nunca antes se lo había dicho con tanta sinceridad, esa expresión salió desde el fondo de mi alma, desde el fondo de todo el dolor que sentía. — Lo soy – Afirmó, como si mis ofensas no le lastimaran — Dónde encuentro a Páter – Dije luego de rechinar mis dientes por la molestia que sentía — Puedo llevarte hacia él – Se ofreció con amabilidad y eso me sorprendió más, no era capaz de concebir en mi mente la idea de subirme a su carro y recorrer un camino largo con él, estaba demasiado alcohólico como para manejar — No, no es necesario, solo dame la dirección e iré a buscarlo – Dije confundida— No, es mejor que llegue yo y le pida que la
Sentí que mi sangre hervía y que mi cara se volvía roja como un tomate, por la vergüenza que me causaba que Eduardo hiciera esa petición, lo miré con desprecio porque me molestaba su forma tan hostil de actuar, de no ponerse los pantalones y luchar por mí, sino que contrario a eso solo se dedicaba a hacer cada vez más una tontería diferente. — Eduardo, no más estupideces, deja de comportarte como un chiquillo — gruñí intentando evadir la cercanía que nos comprometía. — Solo bésame — siguió suplicando mientras sus manos presionaban con fuerza el volante y mi mirada estaba fija en la lejanía que se percibía a través del espejo frontal. — ¿Por qué un beso? — Interrogué con la voz contrita — No sé si en verdad los besos sean buenos para las despedidas, yo en cambio pienso que son mejor para las bienvenidas —Agregué sin siquiera verlo, sabía que si lo observaba me quedaría petrificada y viva, y caería en su juego. — Yo nunca seré bienvenido en tu corazón por eso es mejor que me beses
Tras que dije ese No, pasó frente a mí toda mi vida, la sumisión siempre había estado presente, y recordarlo solo me hizo reflexionar en que por muy duro que pareciera, tenía que empezar de cero, a luchar por mi propia cuenta y ya no depender de nadie más, ni permitir que nunca más me hicieran daño.— No nos iremos a España, al menos no hoy — advertí intentando contener mis lágrimas — ¿Y entonces? – preguntó encogiéndose de hombres y dejando caer el bolso, el cual recogí a lo inmediato porque sabía bien que ahí todavía llevaba dinero — Nos quedaremos aquí, trabajaremos aquí, y haremos una nueva vida aquí – afirmé sin comprender la trascendencia de mis palabras y la decisión tan apresurada que estaba tomando Lucrecia me miró impávida — Te has vuelto loca, solo somos unas aldeanas que ni siquiera sabemos inglés, no podríamos vivir en este inmenso país – gruñó molesta intentando convencerme, en verdad tenía razón, pero nada podía impedirme que luchara, quería algo distinto, ser una mu
Cuando iba en el auto no sentí ninguna señal de arrepentimiento, pero sí me sentía muy nerviosa, vi que el reloj marcaba las diez de la noche, era la hora precisa para llegar al club, pues Eduardo casi siempre llegaba a casa a las once, así que lo más seguro es que ya se encontraba ahí, pues recordaba bien la hora en que llegaba con Eduardo.Llegué finalmente, y como en un estado de alucinación, entré a ese sitio lleno de luces, mientras un buen grupo de hombres y mujeres hacían lo mismo, me colé en la enorme fila, el local era amplio, así que se me hizo fácil esconderme en un lugar que me permitiera observar con detenimiento la pista de baile en el tubo, en donde ya varias chicas hacían su debut, semidesnudas, pero con la cara cubierta por un antifaz o una máscara completa, pero sensual, había en el lugar demasiadas personas que se me hizo casi imposible identificar a Eduardo, quise creer que quizá esa noche no había llegado.Esperé en una de las esquinas, intentando ocultarme, temb
Tragué grueso para responder, para entenderme, para saber por qué mi impulso me había llevado a ese lugar, o qué pretendía con hacerlo.— ¿Qué sabes de Eduardo? — pregunté de golpe— Es tu novio, tú deberías saberlo — gruñó ella con indiferencia mientras masticaba chicle con rapidez y la boca abierta— No, nos separamos — dije rápidamente recordando que le había mentido, y que ella no sabía con exactitud quién era yo, realmente. Fabiana puso su boca en o, por el asombro, y dejó de masticar chicle por un momento, en el que guardó silencio y yo dirigí mi mirada hacia otro lugar.—!! QUEÉ!! ¿Qué sucedió? No, no, no me hagas saber que soy la culpable — dijo ella en seguida, y un escalofrío recorrió mi cuerpo, yo tenía frente a mí a la mujer que me había hecho daño sin saberlo, la mujer con la que Eduardo tenía sus encuentros pasionales, y sin embargo estaba ahí, como si nada de eso fuera parte de mi vida, como si no doliera, como si ya no pudiera sentir nada. Me quedé pensando en silencio