Es bueno tener una amiga que se preocupe por ti. Giana me lo ha confirmado al dejarme dormir en su departamento en el sofá de la sala hasta que consiga un sitio que alquilar. Tendría que hacer maromas con mi presupuesto y esperar mi nuevo salario al final de mes para tener una suma decente. No es que sea mala en mis finanzas, es que he ido pagando algunas deudas de mi madre y mi salario no era uno muy grande.
Tenía un sitio donde quedarme que no fuese un hotel por las siguientes noches. Eso es tranquilizador. Yo estaba muy, muy tranquila con respecto a mi vida y a mi lugar en el universo. De eso me convenzo en el ascensor de mi trabajo. Respiro hondo y aprieto como si me fueran a robar mi maletín.
—¿Estás pensando otra vez el desconocido de anoche? — pregunta divertida Giana.
—No. Estoy pensando en que hoy será un buen día — hablo con optimismo. Ese que sentía, muy, muy dentro.
—No es que quiera arruinar tu positivismo, pero ¿no sentiste como raro el ambiente en recepción? — dice preocupada.
—¿Qué tenía de extraña la recepción? ¿Lo dices porque estaba sola?
—También por este ascensor. Es hora de entrada, deberíamos estar agrupados como en un matadero con nuestros colegas de oficio.
Reviso la hora en el reloj en mi muñeca, eran las 8:58 AM, nuestra hora de entrada eran las 9:00 AM. Íbamos bien de tiempo, desestimo las preocupaciones de Giana.
—Estás siendo paranoica. Este día será uno tranquilo y pacífico. Sobre todo, pacifico, lo presiento. Y tengo buena intuición, eh.
Sé que mi amiga no se fía en lo de mi intuición por el modo que frunce su ceño, aunque no me responde. Igual, llegamos a mi piso y estoy más que preparada para despedirme de ella con una gran sonrisa optimista, pero en lo que las puertas se abren. Mi sonrisa se cae.
No hay paz en mi piso. Hay caos.
Un caos absoluto. Los teléfonos en los escritorios no paran de sonar, la mitad de mis compañeros están en sus celulares negociando con aspecto tenso, la otra mitad de mis compañeros están yendo de un lado a otro agitados.
—¿Qué está ocurriendo aquí? — digo al aire.
—¿Cómo no puedes saber qué está ocurriendo? ¿En cuál nube estás montada, por Dios? — regaña Maite con un montón de carpetas en sus brazos.
A Maite yo no le agrado, es una de las tantas personas a las que no le agrado en esta empresa. Es irónico, a mí ella sí me agradaba y me parecía divertida, hasta que la escuché hablando mal de mí a mis espaldas.
—En la misma nube que yo, porque tampoco sé qué está pasando aquí — revela Giana poniéndose a mi lado y apreciando el alboroto matutino.
—Podría tener compasión contigo Giana, porque los de marketing están saltando por las ventanas, pero más compasión tengo contigo, Marianne — Maite me pasa el montón de carpetas, casi se me caen de lo pesadas que están — Tú formarás parte de la reunión con los directivos.
—¿Para qué me quieren en una reunión de directivos? ¿Ordenar las carpetas y servir café? — cuestiono confundida.
Nunca me habían dejado participar en una de esas reuniones, a lo mucho arreglar las sillas y servir café o repartir botellas de agua.
—Eres la agente que vendió el edificio Ortega, el que estaba en ruinas y nadie pudo conseguirle comprador. ¿Recuerdas, niña? ¿Qué por él te ascendieron hace como dos días? — me informa odiosamente Maite.
Lo recuerdo como me lo dice. Ciertamente había logrado una hazaña en esta empresa. Vender lo invendible, fue una tarea ardua de meses y de investigación de mercado. Pero lo conseguí. Mi pecho se llena de orgullo y enderezo mi espalda. Ahora me llamaban para una junta de directivos.
—Sí, esa fui yo — digo ilusionada.
—Lo fuiste — me toca el hombro Giana dándome una linda sonrisa que correspondo.
—Sí, sí, bésense más tarde. Tenemos trabajo, muévanse — nos regaña Maite para después irse.
—¿Qué le pasa? — me quejo viéndola irse.
—Es una amargada. No dejes que te moleste — Giana se vuelve a meter en el ascensor — Deséame suerte a mí, trataré de no saltar por la ventana como me acaba de advertir nuestra BFF.
Ambas reímos y nos separamos. A mí me toca ir a la sala de juntas con las carpetas negras, en lo que entro el ambiente está igual de tenso que afuera. Aquí los presentes están reunidos de a par o tríos discutiendo en voz baja. Hay solo unos tres accionistas sentados charlando por celular.
Doy los Buenos días y comienzo a arreglar las carpetas, una por asiento, las alineo a la perfección. Durante mi asignación, me percato de que mi padre todavía no ha llegado. Lo cual es raro, suele llegar antes de tiempo a casi todo. Menos mis cumpleaños, a esos ni siquiera llega.
—Gracias, Mari, eres tan amable como siempre — me agradece el señor Dominic.
Él es uno de los accionistas más antiguos de la empresa, también es amigo de mi padre. Es uno de los accionistas sentados, y me temo que luce preocupado, y nervioso. Era un abuelo gentil y muy educado conmigo.
—¿Se encuentra bien? ¿Quisiera que le trajese algo de tomar? ¿Alguna pastilla? — indago inclinada hacia él.
—Ningún té o pastilla me preparará para lo que se viene — bromea, aunque en el fondo leo sus ansias.
—¿Qué es lo que se viene? — pregunto nuevamente. Nadie me lo había dicho.
—¿No te has enterado todavía? — dice sorprendido — Seguramente tu padre lo mantuvo oculto para no alarmarte. Se preocupa mucho por ti, todavía cree que eres una niñita.
Tengo que fingir que lo que comenta este señor es cierto, cuando no lo es. Sergio no se preocupa por mí. Juraría que, si me muero el día de mañana, le daría lo mismo. Sin embargo, las apariencias, esas había que cuidarlas. Dominic deja ir la sonrisa tenue que tenía, para revelar la verdad.
—Tu padre ha decidido vender la mayoría de sus acciones a un inversionista externo, no a Andrew.
Una fuerte impresión me embarga con semejante noticia, no concibo tal revelación. Que los chismes de pasillo fuesen reales. Me cuesta asimilarla incluso cuando veo al mismísimo Andrew entrando en la sala con un humor de perros. Su mirada furiosa se dirige a mí, yo la esquivo y decido sentarme al lado del señor Dominic.
Aun así, para que mis nervios aumenten, Andrew se sienta a mi otro lado. No me saluda, tampoco lo saludo a él. Abro la carpeta que yo misma acomodé en mi frente para leer su contenido. De los nervios no leo en realidad nada.
¿Si papá no le vendió a Andrew, a quién rayos le pudo vender la mayoría de sus acciones? La pregunta resuena en mi cabeza sin poder pensar en algo más.
—Espero que estés contenta. Tu padre ha faltado a su palabra y me ha desechado — comenta por lo bajo Andrew.
—Sus palabras son un poco desatinadas licenciado Wells. Si hablamos de la acción de desechar, usted es un experto en esa materia. No sé de qué se sorprende — recito con mi voz de profesional.
—¿Ahora me hablarás de usted? — se burla.
—No veo la necesidad de tutearlo tampoco, después de todo, será mi futuro cuñado y desearía mantener el contacto mínimo con su persona.
Andrew se nota bastante molesto con mi actitud. Aunque se contiene por el sitio en el que estamos.
—Tu ropa interior todavía está guardada al lado de la mía en el armario. Deja de hablarme así, y dime a dónde fuiste anoche — me exige saber.
En un vuelco absurdo de eventos, tengo que verlo para burlarme de él. En mí nacen unas ganas divinas de decirle que me entregué a otro hombre y que disfruté entre sus brazos. Que lo dejé entrar en mi cuerpo y me hizo conocer el placer que él nunca será capaz. A Andrew no le sirvió la espera, ni los regalos, ni el esfuerzo por enamorarme. “Su recompensa” se la di a alguien más. Solo le sonrío deliciosamente y vuelvo a ver la carpeta que no estoy leyendo.
—¿Qué es esa sonrisa? ¿Qué te causa tanta gracia? — pide saber impaciente.
—Esta mañana avisé a la Señora Sofía de mi nueva dirección, para que empaque y envié mis pertenencias a la brevedad posible — comunicó de la llamada que tuve con su empleada de limpieza.
—¿Ah sí? He cambiado de opinión. No te enviaré nada — responde como el ardido más grande de la historia — Si le llegase a pasar algo a tus cosas, sería a causa de tu mala suerte.
—Llega a dañar mis pertenencias y ten por seguro que tiraré por el inodoro el anillo de compromiso de tu familia — le amenazo de una sola vez.
Él se asusta, pero todavía continúa molesto. Iniciamos un duelo de miradas resentidas que tiene que acabarse en lo que mi padre entra en la sala de juntas. Con ello, el resto se sienta. Él se ubica a la cabeza de la mesa, y el único asiento libre que queda es uno a su derecha.
—Belmonte Raíces ha sido y sigue siendo el proyecto principal de mi vida. Mi más grande sueño, el reflejo de interminables noches sin dormir, y esfuerzos más allá de lo comprensible por quienes no comparten mi misma misión — da su discurso Sergio — Reconozco que el cambio genera desconcierto y miedo, soy el ejemplo de ello, pero creo que es necesario avanzar hacia el futuro en las manos adecuadas.
Eso de “en las manos adecuadas” a Andrew le sienta particularmente mal. Podré estar exagerando, pero es que siento que su temperatura corporal ha aumentado mucho. Está que arde de la rabia contenida. Había perdido el gran tesoro por el que tanto lucho, y por el que se llevó a la cama a las dos hijas del dueño. Había fracasado el muy imbécil.
Saber que Andrew ya no sería el accionista mayoritario de esta empresa, hace que una nueva esperanza nazca en mí. Si Andrew no será el mandamás, eso quiere decir, que no tendré que buscar otro trabajo, que podría quedarme aquí continuando mi camino. Incluso, si el comprador es un inversor externo sin prejuicios hacia mí podré ganarme mi lugar a sus ojos trabajando duro.
—Por ello, he tomado la decisión de dejar la mayoría de mis acciones en las manos de nuestro pase al futuro. Luciano, acércate a nosotros, por favor — invita mi padre señalando con su mano al hombre que había entrado en la oficina sin que nadie se percatase.
Él se pone al lado de mi padre. Su sonrisa, porte, y ese nombre resuenan en mi mente. Mi pulso disminuye, y mi temperatura corporal debe estar por los suelos.
El nuevo mandamás de esta empresa era el hombre con el que me había acostado anoche.