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Capítulo 33. Me sé cuidar sola, señor Esquivel...

Los rayos del sol aún no iluminaban las calles de Roma cuando Muriel se despertó. Abrió los ojos lentamente, habituándose a la penumbra.

Un brazo fuerte descansaba sobre su vientre desnudo y los recuerdos se agolparon haciendo que el calor la invadiera.

Se deslizó con cautela fuera de la cama, y sintió sus piernas temblar cuando se detuvo a mirar a Santiago, boca abajo sobre las sábanas revueltas del enorme colchón.

Era una visión sublime, que la hipnotizó brevemente, hasta que el terror la sacudió.

Se había acostado con su jefe, sin mesura, sin la cautela propia de su edad, sin el más mínimo criterio o sentido común.

Tomó su ropa esforzándose por no hacer ruido, reteniendo el aire, se vistió, buscó su bolso y se alejó en silencio, agradeciendo el sueño pesado de ese ejemplar perfecto que la había hecho vibrar tantas veces.

Había sido un encuentro increíble, pero no se podía repetir.

Santiago Esquivel no era para ella, y no se engañaría como una adolescente. No a esta altura de su vid
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