Con los nervios a flor de piel, Muriel se enteró de boca de su propio jefe que viajaban esa misma semana. La tensión entre ellos no había disminuido cuando se vieron el lunes en la oficina de él.Santiago la citó para explicarle los detalles del viaje y ella no lograba quitarle los ojos de esos labios suaves que la habían asaltado, estremeciendo su piel.-Espero que no sea muy complicado para usted organizarse con su familia, señorita Márquez. Desde luego, puede contar con la ayuda de Edith para cuidar a su hijo, teniendo en cuenta que yo no necesitaré de sus servicios y es una persona de mi entera confianza…-No se preocupe, señor Esquivel, serán pocas horas por día y conozco a Edith. Da la casualidad de que mi hermana ha conseguido un nuevo trabajo, sino no lo molestaría… Pero, si de verdad ella pudiera ir algunas horas por la tarde a mi casa… me sentiría más tranquila.Él sonrió. Le daba ternura que tratara al adolescente como si fuera aún un niño pequeño, y no le resultaba incómo
La presencia de Santiago era tan intensa, tan poderosa como la primera vez que se había sentido abrumada por el magnetismo casi animal que la atraía, tan eléctrica que Muriel no supo, o no quiso, detenerlo.Arrastrada por la sangre retumbando en su cabeza y el fuego que le brotaba de la piel, terminó enroscada entre los brazos fuertes de ese hombre que, sin decir ni una palabra que rompiera el hechizo, la elevaba sin dificultad para besarla a su antojo, aferrándola de la cintura, como si fuera de papel…En algún momento la puerta del elevador se abrió, le siguió la de una habitación, y luego los envolvió la penumbra de una suite de lujo apenas iluminada con los veladores y las luces de Roma brillando de fondo en el enorme ventanal del balcón.Ella sólo podía percibir el latido de su corazón desbocado, y la electricidad en su bajo vientre al sentir entre sus piernas, presa aún bajo la tela del pantalón, una dureza descomunal que la remontaba a sus primeras fantasías.Era una locura.
Los rayos del sol aún no iluminaban las calles de Roma cuando Muriel se despertó. Abrió los ojos lentamente, habituándose a la penumbra.Un brazo fuerte descansaba sobre su vientre desnudo y los recuerdos se agolparon haciendo que el calor la invadiera.Se deslizó con cautela fuera de la cama, y sintió sus piernas temblar cuando se detuvo a mirar a Santiago, boca abajo sobre las sábanas revueltas del enorme colchón.Era una visión sublime, que la hipnotizó brevemente, hasta que el terror la sacudió.Se había acostado con su jefe, sin mesura, sin la cautela propia de su edad, sin el más mínimo criterio o sentido común.Tomó su ropa esforzándose por no hacer ruido, reteniendo el aire, se vistió, buscó su bolso y se alejó en silencio, agradeciendo el sueño pesado de ese ejemplar perfecto que la había hecho vibrar tantas veces.Había sido un encuentro increíble, pero no se podía repetir.Santiago Esquivel no era para ella, y no se engañaría como una adolescente. No a esta altura de su vid
Estaban en medio de una reunión en Viena, discutiendo los términos de un acuerdo importante, cuando el teléfono de Santiago sonó con insistente vehemencia. Ignoró la llamada al reconocer el número, pero el aparato volvía a sonar, a pesar de las repetidas negativas del joven, que finalmente optó por rebuscar las opciones para silenciarlo.La señorita Márquez lo miró interrogante y luego le habló transmitiendo seguridad:-Puedo encargarme de esto si desea atender, parece importante.Él sabía que Muriel tenía razón, podía resolverlo sola. Podría dirigir ella sola toda la actividad de Esquivel Tech, si se lo propusiera, pero le parecía irresponsable de su parte salir de la sala de juntas en ese momento.Sobre todo, sabiendo a quién pertenecía el número.Contuvo un suspiro de fastidio y le respondió en voz baja:-En realidad, se trata de mi madre. No suele llamarme y dudo que sea importante… Ella lo analizó con la mirada y le susurró:-No sé qué relación tenga usted con su madre, parece
Cuando el avión aterrizó, un grupo de hombres con caras serias se acercó a Santiago Esquivel. Él los saludó cortésmente y Muriel supo, por los uniformes de algunos, que se trataban de agentes de la policía, algunos de los que habían hablado con el joven por teléfono.Era tarde, casi de noche, así que Santiago se acercó a la mujer, que se veía agotada, y le pidió:-Vaya a su casa por hoy, señorita Márquez. Ha sido un largo día…Le hizo señas a uno de los hombres y le explicó:-Él es el sargento Torres. La acompañará a su casa y… se quedará vigilando en la calle.Ella lo miró con ojos desorbitados:-¿Cómo dice? No me parece…-Sé que se ve como si fuera demasiado, pero no me arriesgaré a ponerla en peligro si su ex marido o alguien más aparece en su hogar. Además, si el señor Vasconcelos asoma su rostro por el lugar, necesito que lo atrapen para interrogarlo sobre cualquier cosa que sepa... Podría ser nuestra única pista…El joven parecía angustiado. Resuelto y decidido, actuando con gra
La voz del otro lado de la línea le devolvió el alma al cuerpo.-¿Señor Esquivel? Soy yo, Muriel… Al sargento Torres se le cayó el móvil, es que…-¿Qué está pasando?Hubo una pausa. -No se enoje conmigo, tuve que hacerlo, era la mejor opción. Le pedí a Javier que viniera a encontrarse conmigo. Era lo más rapido. No soportaba tener que esperar a que algo pasara… Entonces, cuando él llegó, el sargento lo apresó, mi ex esposo se puso violento, así que pelearon y el teléfono se le cayó…-¿Pero usted está a salvo? -Sólo me duele el hombro, forcejeamos un poco cuando quiso usarme como escudo. Afortunadamente mi familia ya dormía. Estoy bien… Lo más importante es que ahora lo tienen en su poder y pueden interrogarlo… ¿verdad?Santiago suspiró aliviado. -Se lo agradezco mucho, señorita Márquez. Estoy seguro de que su intuición es correcta. El señor Vasconcelos debe saber algo más o no se habría resistido tan fervientemente.-Eso pienso…Se hizo un silencio entre ambos. Estaba feliz de escu
Por la mañana, decenas de medios propagaban la noticia de un rescate digno de la más reciente película de acción.Eduardo Esquivel se recuperaba bien, eliminando de su organismo lo que le habían inyectado, durmiendo en relativa calma, en un hospital de alta categoría, acompañado de su llorosa esposa, mientras algunos oficiales posaban muy orgullosos ante las cámaras de los periodistas y curiosos que se agolpaban: habían desarticulado uno de los clubes clandestinos de los temibles Hatori y, además, apresado a unos cuantos de ellos que estaban en el lugar y no lograron escapar al allanamiento. Para satisfacción de Santiago, que deseaba por sobre todo la seguridad de Muriel Márquez, entre los documentos incautados en el sitio en que tenían a su padre había pruebas suficientes para que Javier Vasconcelos pasara muchos años entre las rejas. No habría ningún abogado capaz de salvarlo de la prisión.Había sido él quien había vigilado los movimientos del dueño de Esquivel Tech por semanas, a
Las palabras de Muriel calaron en el centro de su ser, llevándolo al borde de la locura.La deseaba así, dispuesta a todo sobre el escritorio de su oficina y a la misma vez se sentía culpable de ese anhelo desenfrenado y visceral.Porque la señorita Márquez no era una más de sus conquistas, no era una mujer del montón sin nada que perder.Un atisbo de razón se cruzó por su mente y la miró a los ojos, allí donde habitaba la miel que lo derretía y lo volvía incapaz de detenerse, como si una fuerza animal se apoderara de él.Le había pedido que fuera ella la que decidiera, y ahora no parecía lo mejor para la relación a largo plazo que tenía en mente. Sin embargo, cuando sus ojos verdes bajaron a las curvas sinuosas de los labios entreabiertos de la mujer, inflamados por el deseo y a causa de la intensidad de sus besos, supo que ella lo tenía a sus pies.Ahora y para siempre.Se liberó del pantalón, acomodándose mejor entre los muslos de Muriel que tragó saliva al verlo en todo su esplend