8. Deja de torturarme y hazlo.

Maldita sea, estaba jodidamente duro, jodidamente necesitado de hundirse en ella, pero antes quería enloquecerla un poco más con su lengua, la cual lamió con lujuria el botoncito de placer que encontró en el centro de su feminidad, tal como si fuera el pase perfecto a la pasión, al deseo en el que necesitaba consumirse.

Ella no pudo evitar alzar sus caderas plantando sus pies sobre el colchón en busca de más de esa lengua y de esos labios que recorrían esa parte de su cuerpo con maestría. Sus manos se aferraron a los cabellos de George, tirando de ellos cada que sentía una nueva descarga de placer, atravesar por toda su columna alojándose en su bajo vientre

—Por dios, deja de torturarme y hazlo… tómame George…

Él no pensaba hacerse de rogar, porque no había nada que deseara más en ese instante que poseer a esa mujer, la forma en que gemía no podía más que inducirlo a cubrirla rápidamente con su cuerpo y comerle la boca para devorar sus gemidos, divinos gemidos, divinos labios en los q
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