36. Las puse todas rojas

El corazón de la pelirroja latía con fuerza sabiendo lo que eso significaba, George no solo le pedía que se casara con él por amor, él mismo lo hacía y la muestra de su amor por ella, era ese hermoso jardín con sus flores favoritas. Eliminando por completo la sombra o mejor dicho el fantasma de Leticia, la exmujer de George.

—¡George!— exclamó ella aferrándose al cuello de su esposo, y así poder besarlo. Necesitaba hacerlo, para poder controlar los latidos de su corazón, los cuales amenazaban con hacerlo estallar de felicidad—. ¡No sabes lo feliz que me has hecho!

Él la atrajo contra su cuerpo para besarla, era lo único que quería, no quería estar en el banquete de su boda ni guardar la compostura, quería a su esposa ya, en ese mismo lugar, en ese preciso instante.

El besó se volvió mucho más intenso, George metió la lengua entre los labios de Marjorie reclamando su boca con necesidad, una necesidad que había sido muy difícil contener durante un mes entero.

— Las puse todas rojas — mu
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