3.

— Marie por favor llévate a Elena arriba – la pequeña abre mucho los ojos porque no quiere dejar a su mami con las personas malas. — ¡No mami, mami! – logra zafarse de los brazos de la niñera y salta a los de su madre quien no está dispuesta a que Sócrates le vea el lado vulnerable — yo me quedo contigo por favor, por favor – toma su carita asustada entre sus manos. — Sube con la Nana Marie, yo voy en diez minutos ¿podrías contarlos? – asiente con las lágrimas ya corriendo por su acanelado y bello rostro — eso es mi niña fuerte – y la deja para que se la lleve su Nana hasta la parte superior de la gran casa. Al verla subir la escalera y pensar en que ella no merece todo el sufrimiento en la que ha sumido su vida, respira profundo y gira para encarar a su enemigo. — ¿Ya estás aquí conmigo? – ella lo mira directo a esos ojos que en algún momento la hicieron suspirar. — No me casaré contigo – él se muestra irascible — y me importa un bledo el testamento de mi suegro – señala arañando fuerza de las paredes de la casa — o que tomes posesión de lo que te dé la gana, idiota – el hombre la mira asombrado. — Eso es una palabrota – se mofa de ella — y te voy a aclarar algo, mi estúpido hermano era el simplón mi querida Dakota, no yo así que más te vale ajustarte a lo te viene porque soy un Pierce y la fortuna es mía – precisa con una seguridad casi mortal. — Y ya te dije que te la puedes quedar con los empleados de la empresa incluidos – su corazón se fractura ante las palabras que salen de su boca, pero las personas frente a ella son peligrosas y teme por su pequeña —, déjame ir y nunca más me verás… — Y podemos decir que moriste en un accidente automovilístico como tu esposo ¿verdad mi amor? – Dakota reconoce el rojo fuego en el cabello de la mujer que pronunció las palabras — y así no tienes que casarte con ella – pone los ojos en blanco. — ¡Vaya, creo que tomaré la resolución de tu zorra! — ¿Qué has dicho, perra? – la chica se acerca y Sócrates la detiene. — Carol, quieta – Dakota se siente con más fuerzas aunque su cabeza quiere caer de su cuello — esto es importante. — Ella me ofendió – el hombre pone los ojos en blanco. — Es cierto querido, esa mujer es una loca ofensiva – ahora se gira a ver a su madre con advertencia. — ¿Quieren cerrar la boca las dos? – les grita exasperado — ¡Jesús, son insoportables! ¿cómo quieren que haga mi parte si no me dejan solo? – protesta enfurruñado— madre, ya no soy un niño al que debas proteger – Dakota alza las cejas ante semejante tontería. — ¡Claro que lo eres, eres mi niño consentido! – ahora la morena se percata del porqué Marck se mudó a Canadá y no se quedó en los Estados Unidos. La mujer (Marcia) es desagradable por lo odiosa y pedante que se muestra. Jamás tuvo una muestra de empatía con Dakota por su piel oscura y su condición de persona pobre sin un apellido de renombre. Marck era rico de cuna y Dakota solo era una mujer trabajadora de la empresa cuando se enamoraron. Ella vivía en los Estados Unidos y conoció a Sócrates por medio de unas amigas, comenzaron algo que no llego a mucho ya que era un mujeriego, la trataba como una empleada y ella le aguantó eso porque estaba sola en el mundo hasta que le descubrió el amorío con la pelirroja y se marchó a Canadá para establecerse en San Rico donde conoció a su jefe y se enamoraron al instante sin saber que era hermano de Sócrates. — Salgan de aquí, espérenme en el hotel por favor – ordena el hombre y ambas mujeres niegan. — ¡Jamás te dejaré con esa perra! – Dakota pone los ojos en blanco, pero no mueve un músculo de donde se encuentra de pie, en guardia. — Créeme tonta que no quiero nada con este tipo ¿si recuerdas que lo dejé cuando se metió contigo hace más de seis años – la pelirroja intenta saltarle encima a Dakota, pero el hombre no se lo permite. — ¡Quieta dije, largo! – grita — ¡madre, Carol adiós! – las saca a cada una por un brazo ignorando sus protestas y cierra la puerta de la casa — bien, bonita – se acerca y ella retrocede — al fin solos para platicar de lo que nos interesa – su voz se enronquece y toma un matiz peligroso. — Ya te dije que no me casaré contigo, puedes tomar la empresa y hacer lo que desees – su voz no admite replica — yo no quiero nada que le pertenezca a ustedes. Dakota muere por dentro, pero pone en práctica lo que aprendió de su esposo y que él sabiamente le dijo que utilizara en momentos de emergencia como lo es este. Siempre le decía que era muy fuerte y que podría con todo, solo que nunca se atrevió por el hecho de que Marck siempre estuvo ahí para ella. — Y te repito que las cosas no son de esa forma – expone ya con mal humor lo que hace que ella (quien lo conoce bien) recule temerosa —, debemos casarnos para que todo quede a tu nombre y luego me lo entregues y ¡listo, todos felices! – le sonríe radiante — luego de eso te puedes largar a la China si así lo deseas – Dakota no se siente convencida de lo que va a responder. — ¿Lo puedo pensar? – es más una súplica de parte de ella. Niega. — ¿Qué parte de: No.Hay.Tiempo no entiendes? Realmente te pensé más inteligente ¿sabes? – reprocha él con sorna. — Entonces dame esta noche por favor – Sócrates se restriega la cara, pero le hace los honores — ¿cómo pretendes que le diga a Elena que me casaré contigo sin antes explicarle ciertas cosas? – expresa llorosa — es una niña ¡por el amor de Dios! – merece por lo menos que le explique lo que está pasando – lo mira con ojos de cachorro perdido y el hombre resopla consciente de la situación. — Bueno, para que veas que pretendo ser un buen esposo te concederé esto – ella asiente con una sonrisa forzada —, pero no me creas tan imbécil de irme y dejarte para que escapes – ella abre los ojos asombrada falsamente considerando la poca percepción que tiene el tipo. — ¿Y a dónde iría? – expone la obviedad — llevo cuatro años sin salir de aquí ¿crees que escaparía así nada más? – Sócrates pone cara de circunstancia — ¡le temo a la calle, a los autos y a… estar sola! – gime apelando al corazón de piedra que recuerda tiene el hombre en el pecho. — Te aconsejo que te largues a hablar con la mocosa de esto mientras mi paciencia dure querida Dakota porque de otro modo se lo diré yo y créeme que de ninguna manera será bonito – le sonríe como si fuera el mismo Lucifer —, me convenciste de largarme a comer algo. Esta casa es tan sosa que ni siquiera me molestaré en pedir que me hagan comida – expone con toda la odiosidad que puede — ¿aún estas aquí mujer? – el cuestionamiento en su boca se vuelve amenaza. Ella sube la escalera de dos en dos con las lágrimas brotando, mojando su rostro de canela y sus orbes verdes se enrojecen aún más por el llanto que intenta detener antes de llegar a la habitación de Elena. Entra apresurada revisando el closet. Saca un pequeño bolso color rosa con corazones violeta. Niega bajo la mirada asombrada de Elena y Marie, busca de nuevo sacando una maleta verde lima con estampado en fucsia, niega de nuevo. Extrae una bolsa de deporte en color azul cielo y flores naranja. — ¿Es en serio hija? – Dakota se sienta en el piso en actitud de derrota — ¿todos los bolsos y maletas que tienes son tan chillonas? – la pequeña no entiende el predicamento de su madre y se lo hace saber con un encogimiento de hombros. — Necesitamos salir de aquí cuanto antes – la respiración de Elena se dispara y el nerviosismo que la agobia la hace negar — ¿Elena, mi amor estás bien? – niega de nuevo. — ¡Estoy asustada! – tiembla copiosamente — ¿ese señor quiere hacernos daño? – Dakota niega entendiendo que ha sido ella misma quien la asustó. — Cariño – mira a Marie mientras toma a su hija en brazos —, parece que el abuelo al cual no conociste no le gustábamos mucho, pero no pasa nada ¿entiendes? Yo te voy a defender – la niña asiente con la cara bañada en lágrimas y niega. — ¿A dónde iremos mami? – la mujer cierra los ojos tomando una bocanada de aire para tranquilizar su propio corazón —. No conocemos a nadie y… — No te preocupes por eso ahora mi amor – la niña niega de nuevo sabiendo que si se van del pueblo no encontrará jamás lo que debe comenzar a buscar —, Marie por favor recoge algo de ropa y calzado, no mucho para que podamos irnos. — Enseguida señora – responde obediente la Nana. — ¿Marie irá con nosotros? – Dakota niega. — No cariño, por ahora solo nos iremos nosotras dos porque no podemos levantar sospechas, después volveremos por Marie – explica con un dejo de dolor al mentirle a la niña. — Y por George – la mujer ladea la cabeza sin comprender — es el jardinero mamá, el novio de Marie – Elena pone los ojos en blanco por el desconocimiento de su madre. — ¡Sí, sí claro! – se desembaraza de la expresión interrogante de su hija —. Ahora vamos cariño debemos irnos… *** Una vez en el tejado de la casa… — ¡Mami, tengo mucho miedo! – masculla una Elena aterrada porque debe saltar a uno de los autos que ha dispuesto su madre para escapar — está muy alto – Dakota la abraza y toma su rostro entre las manos. — ¿Recuerdas que dije te protegería de lo que sea mi amor? – la niñita afirma con la cabeza y sus hermosos rizos se mueven como si volaran —. Eso es exactamente lo que estoy haciendo, liberándote de algo que no debes vivir – explica con voz temblorosa. — ¿No será que tú no lo quieres enfrentar? – expresa Elena y se arrepiente al instante. — ¿Qué has dicho? – se encoge en el sitio, sabe que le ha faltado a su madre y teme ser castigada. — Es que tenemos cuatro años sin salir de la casa y ahora por no querer enfrentar tus miedos tenemos que escapar y dejar atrás nuestro hogar – Dakota se siente juzgada, pero reconoce que Elena lleva razón. — Mi cielo, entiendo como te sientes – la niña niega — quieres un árbol de Navidad y juguetes, pero en este momento las cosas están Raras con la llegada de tu abuela y el tío que es un patán, es por eso que he decidido esto, alejarnos es lo conveniente – habla mientras vela por que todo esté en el orden que necesita. — Para ti – gira la cabeza hacia su hija tan rápido que le produce dolor en el cuello —, te parece más sencillo escapar que enfrentar tus miedos, no tienes amigos porque los echaste luego de la muerte de papá – repite lo que ha escuchado —, no trabajas desde casa, solo recibes el dinero – señala sin intención — existen personas que dirigen la empresa que era de él y tú solo llamas por teléfono para que te den información, pero nunca tienes tiempo de ir – eso lo escucho de ella al entrar clandestinamente al estudio y esconderse bajo el escritorio una noche. — ¿Cómo… cómo sabes eso? – la nena cierra los ojos negando. — Tengo ocho años mamá, tu todavía vives en el pasado – resopla enfadada —. Se muchas cosas y me he enterado de otras ¿crees que no escucho tu llanto llamando a papá? – cuestiona ya con los ojos aguados — ¿piensas que por ser pequeña no me duele cuando dices que no tienes por qué vivir? – a medida que Elena habla Dakota se da cuenta de muchas cosas que no sabía y que le hacen daño a su hija. Niega —. Eres mi madre, solo quiero que vivas por y para mi, pero también quiero que seas feliz, que esa tristeza desaparezca y… — ¡Oh mi amor, lo siento tanto! – la abraza con fuerza — perdóname por haberte lastimado desde la inconsciencia de mi sufrimiento – lloran juntas — prometo que de ahora en más seré una mejor madre – dice entre sollozos. — Creo que debemos quedarnos y luchar por nuestro hogar – Dakota la aparta para mirarla a esos ojos que le recuerdan tanto a Marck y más aun con la determinación que le habla — es nuestra casa, nuestra vida y… y… - ladea la cabeza esperando que Elena termine de hablar —. Ya quiero hacer pis y también quiero un árbol de Navidad para que lo adornemos juntas – Dakota rompe en risas. — ¿Estas segura de esto? – la niña se encoge de hombros — ¿de querer quedarte aunque todo se complique? – asiente. — Si estamos juntas y tenemos fe ¿qué puede pasar? – una brisa fresca las baña en el tejado de la casa y poco a poco se asoman copos de nieve que caen en sus cabezas. — ¡Fe! – suspira —. Es una hermosa palabra, pero debemos creer en que todo se arreglará – le sonríe y los ojitos de Elena brillan. — Exactamente eso fue lo que él dijo – sonríe recordando la plática que tuvo con Dios. — ¿Quién? – indaga extrañada Dakota. — ¿Ah? ¡eh, nadie! No me prestes atención solo… - quiere inventar algo, pero no se le ocurre nada — olvídalo – hace movimientos con la mano derecha para restarle hierro al asunto. — Bien, ahora ¿qué tienes en mente? – le hace un guiño. — Debemos bajar – Dakota asiente y ayuda a Elena a bajar por donde subieron. Ingresan al ático y bajan hacia la segunda planta de la casa, Elena corre alegre hacia su habitación seguida de su madre. Siente que algo se ha develado entre ellas, esa distancia de antes ya casi no la siente mientras ríe corriendo delante de su madre. — ¡Atrápame si puedes mamá! – se carcajea casi en lo alto de la escalera. — Ya verás niña traviesa, te encontraré y te arrepentirás – responde con voz de monstruo y Elena chilla al verla casi sobre ella. Corre lo más rápido que puede con los ojos cerrados y las carcajadas en la garganta, pero no llega muy lejos ya que se da de bruces con un cuerpo duro precipitándose al piso. — ¿Dónde estaban mocosa?

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