El omega achicó los ojos, observando más allá y tratando de luchar contra los rayos de sol que lo cegaban. Cuando admiró la alta y delgada figura de Miguel acercarse, evitó rebotar sobre sus pies y sonrió de una manera agigantada. No llevaba allí más de cinco minutos. Leonidas estaba unos metros alejado, comprando un cono de helado para cada uno, y cuando notó la nueva presencia que arribaba en el espacio personal de su pequeño dulce, chirrió los dientes con cólera y se apresuró a llegar a su lado. — Aquí tienes, mi amor — murmuró, un tono que desquició inmediatamente al omega, quien ya había saludado tiernamente a Ryle. — ¡Muchas gracias, Leo! — Bueno, ¿nos vamos, dulzura? — Miguel cuestionó, poniendo los ojos en blanco y admirando la mandíbula del mayor apretada. Sonrió apenas, viéndose compensado por la preciosa mueca que le regaló Ryle. — ¿Seguro que estarás bien, dulce? — Leonidas susurró a su oído, la plena inseguridad sofocándolo de una manera terrible. Sentía los nervios
Era hora de destrozar al jodido Miguel, y cuando el enojo comenzó a cegarlo, supo que era demasiado tarde. — Vas m— muy rápido, Leo — apenas logró murmurar el menor. Pero Leo hizo oídos sordos, porque él estaba concentrado en otras cosas. Y lo siguió estando cuando pasó un semáforo. Y no notó que otro auto venía en dirección opuesta. Y sólo sintió el tremendo impacto, seguido del estridente grito que su precioso dulce dejó salir.Leonidas abrió los ojos de manera exaltada. De inmediato, el frío cargante que se acumulaba en la habitación comenzó a entumecerle los músculos. Su mirada divagó nerviosa por todo el alrededor, tragando la poca saliva que su garganta seca le permitió, y sintiendo el repiqueteo constante que ocasionaba su corazón contra las paredes internas de su pecho. Rápidamente, supo que se encontraba bajo la blanquecina y desesperante luz de una habitación de hospital. Percibiendo como terriblemente aumentaban sus latidos, Leo sintió sus ojos arder. Memorias estrel
Ryle observó con dolor como las palabras llenas de odio abandonaban la boca de su madre, y retorciéndose bajo las cálidas cobijas, tembló. Sus ojos aguándose prontamente. — Vamos, — empujándola levemente, el hombre de ojos mieles sacó a Angela de la habitación. Histérica, como Leonidas no quería recordarla. Pero la insufrible presencia de ella pasó a segundo plano cuando la puerta se cerró y sus ojos pasaron a observar nuevamente al omega sobre la cama. No lo pensó, simplemente corrió hacia él y lo abrazo. Un sollozo desesperado salió de la garganta del ojimiel, y apretándose furtivamente al cuerpo de su novio, dejó que sus lágrimas bajasen. — Dulce — Leonidas ahogó, sentándose en la cama y buscando frenéticamente los labios del omega. Los chocó con un suave movimiento, y acariciando el rostro preocupado de su chico ante él, jadeó de dolor. Un collarín adornando el fino cuello del omega, su rostro con cortes y una mirada por completo especial. — Creí que... N— no querían decirme
Ryle percibió sus mejillas colorearse, y dejando escapar un suspiro enamorado, apenas cerró los ojos por unos segundos. Sin embargo, cuando escuchó algunos pasos acercarse, frunció levemente los labios. — Alguien viene, Leo — gruñó, haciendo un puchero. — Oh... Entonces te llamo en un rato, amor. ¿Está bien? — Sí, te amo mucho. — Te amo mucho más, Ryle. — Y colgando la llamada en el momento justo, Ryle admiró como su madre se asomaban por la puerta. Una sonrisa que días antes, le comenzó a desagradar. — Hola, querido — con voz maternal, ella murmuró. El omega de inmediato se enfurruñó en las cobijas, volviendo la mirada hacia la televisión. No era un misterio que estaba enojado con Angela, y aunque se sintiese terrible al estar actuando de aquella manera con su mamá, no podía evitarlo. Nunca había sido un mal hijo, y supuso que un poco de resentimiento no lo haría cambiar. »— Vine para avisarte que tienes una visita abajo... ¿Te gustaría que subiera aquí? — Cuestionó, logrando
Él nunca se había encontrado en una situación similar. Nunca se imaginó rechazando ando a un chico, ni mucho menos, rompiéndole el corazón. ¿Qué se supone que debía hacer entonces? Su cerebro de inmediato trabajó a toda máquina, pensando en Leonidas y todo lo que habían pasado juntos. En ese momento él debía ser valiente como su novio, y tomando un fuerte respiro, fijó sus mieles ojos en los contrarios. Decidido y dispuesto. — Entonces no podrás acercarte más a mí... Tú... tú me haces daño. Nos dañas a Leo y a mí y yo no quiero eso para nosotros. Yo lo amo a él y no quiero volver a tenerte cerca, así que por favor..., aléjate. Y apretando sus párpados tras terminar de hablar, Ryle sintió el temblor que lo remolcó casi de inmediato. Podía escuchar el inconcebible silencio que arrasó en su habitación, y mordiendo con fuerza su labio, trató de convencerse de que aquello era lo mejor. Lo mejor para él, para Leonidas , para su relación... Lo mejor para Miguel, porque después de todo,
Leonidas de inmediato sintió un revoltijo de sensaciones en su estómago tras pensar en su precioso rubiecito, y sacudiendo la cabeza con simpatía, pintó una agradable sonrisa en sus rosados labios.Los días que estuvo alejado de Ryle después del accidente, habían sido plenamente torturadores. Leo creyó estar enloqueciendo, y es que le resultaba difícil aceptar que estuvieran separados nuevamente — aunque, por supuesto, no fue decisión de ninguno, más que de Angela. Sin embargo, el cielo pareció despejarse cuando Ryle llegó a la cafetería un día, metido en una ropa deportiva y con su rostro lleno de alegría. Leonidas ni siquiera pudo pensar correctamente al tenerlo entre sus brazos, pero de las palabras emocionadas de Ryle, comprendió que Angela ya no sería un problema. Y Miguel tampoco. El alfa se sentía insuperablemente orgulloso del más pequeño y su nivel de madurez al enfrentar las situaciones difíciles. En algún momento, Leonidas pensó que no sería sencillo lograr que Ryle encar
El alfa se sintió rápidamente en un sueño real. Ryle apenas se movía de su puesto, tarareando y vocalizando en algunas ocasiones. Sus manos parecían confeccionar algunos lazos dorados, rojos y verdes, y su atención estaba por completo aislada. Él no había siquiera escuchado la puerta de entrada, ni tampoco sentía la presencia de Leonidas a su espalda. Era ignorante de que Leo admiraba con fijeza aquellos suaves movimientos, esos que iban coordinados con la sensual melodía. Y es que aquella canción causaba una gran debilidad en el cuerpo de Leonidas . Temblando en su posición, el mayor tragó saliva y tomó una respiración profunda. Sus deseos despertando y las sensaciones aventuradas corriendo de aquí para allá en sus venas. Llegando con una desmedida calentura. Y es que la abrumadora ternura que desbordaba su novio, le hacía hundirse en un lago de lujuria muchas veces. Con pasos callados, Leonidas llegó tras el cuerpo del omega, y posando suavemente sus manos en las bailarinas cade
El ojimiel gimió acaloradamente, apretando los ojos con ímpetu y mordiendo su labio. Sentir a Leonidas tras suyo y no poder verlo estaba torturándolo. Cuando el alfa entró por completo, Ryle tomó una respiración profunda. Juró sentir su cara arder, y ni siquiera quiso imaginar la magnitud de su sonrojo. Leonidas de inmediato besó la espalda del más pequeño, acariciando su abdomen y pasando su mano descuidada por sobre su erección retenida. La suave tela de encaje haciéndole perder la cordura, y sus movimientos tomando vida propia cuando apretó con gozo las delgadas caderas del omega. Sus jadeos se escucharon al unísono, y cuando Leonidas embistió el apretado agujero con los ojos cerrados, sintió ahogarse de una vez por todas en aquel lago en el que siempre se sumergía. Aquél lleno de innegable y asombroso placer. »— Infiernos, Ryle — Leonidas rugió, movimientos pausados y profundos. Deleitándose cada centímetro y no pudiendo apartar su achocolatada mirada del precioso rostro de Ryl