Leonidas de inmediato sintió un revoltijo de sensaciones en su estómago tras pensar en su precioso rubiecito, y sacudiendo la cabeza con simpatía, pintó una agradable sonrisa en sus rosados labios.Los días que estuvo alejado de Ryle después del accidente, habían sido plenamente torturadores. Leo creyó estar enloqueciendo, y es que le resultaba difícil aceptar que estuvieran separados nuevamente — aunque, por supuesto, no fue decisión de ninguno, más que de Angela. Sin embargo, el cielo pareció despejarse cuando Ryle llegó a la cafetería un día, metido en una ropa deportiva y con su rostro lleno de alegría. Leonidas ni siquiera pudo pensar correctamente al tenerlo entre sus brazos, pero de las palabras emocionadas de Ryle, comprendió que Angela ya no sería un problema. Y Miguel tampoco. El alfa se sentía insuperablemente orgulloso del más pequeño y su nivel de madurez al enfrentar las situaciones difíciles. En algún momento, Leonidas pensó que no sería sencillo lograr que Ryle encar
El alfa se sintió rápidamente en un sueño real. Ryle apenas se movía de su puesto, tarareando y vocalizando en algunas ocasiones. Sus manos parecían confeccionar algunos lazos dorados, rojos y verdes, y su atención estaba por completo aislada. Él no había siquiera escuchado la puerta de entrada, ni tampoco sentía la presencia de Leonidas a su espalda. Era ignorante de que Leo admiraba con fijeza aquellos suaves movimientos, esos que iban coordinados con la sensual melodía. Y es que aquella canción causaba una gran debilidad en el cuerpo de Leonidas . Temblando en su posición, el mayor tragó saliva y tomó una respiración profunda. Sus deseos despertando y las sensaciones aventuradas corriendo de aquí para allá en sus venas. Llegando con una desmedida calentura. Y es que la abrumadora ternura que desbordaba su novio, le hacía hundirse en un lago de lujuria muchas veces. Con pasos callados, Leonidas llegó tras el cuerpo del omega, y posando suavemente sus manos en las bailarinas cade
El ojimiel gimió acaloradamente, apretando los ojos con ímpetu y mordiendo su labio. Sentir a Leonidas tras suyo y no poder verlo estaba torturándolo. Cuando el alfa entró por completo, Ryle tomó una respiración profunda. Juró sentir su cara arder, y ni siquiera quiso imaginar la magnitud de su sonrojo. Leonidas de inmediato besó la espalda del más pequeño, acariciando su abdomen y pasando su mano descuidada por sobre su erección retenida. La suave tela de encaje haciéndole perder la cordura, y sus movimientos tomando vida propia cuando apretó con gozo las delgadas caderas del omega. Sus jadeos se escucharon al unísono, y cuando Leonidas embistió el apretado agujero con los ojos cerrados, sintió ahogarse de una vez por todas en aquel lago en el que siempre se sumergía. Aquél lleno de innegable y asombroso placer. »— Infiernos, Ryle — Leonidas rugió, movimientos pausados y profundos. Deleitándose cada centímetro y no pudiendo apartar su achocolatada mirada del precioso rostro de Ryl
Y logrando que todos riesen una vez más, Ryle sintió los brazos del mayor rodearlo una vez más. Un ruidoso beso en su sien y la risa del alfa resonando en sus oídos, logrando que un escalofrío placentero surcase por completo su sistema. — Si no lo escucho, jamás lo creería — Antoine soltó— . Es una completa dulzura. — Es mi completa dulzura — rectificó el alfa, logrando que las mejillas del menor se pintasen rosadas. — Bueno, ¿qué esperamos? ¡Quiero ver Flowers&Coffee por dentro! ¡Seguro es tan maravillosa como la sucursal de California! — El omega imploró. — Oh, no. Nada de eso, ternurita — la omega reprendió, sacando un puchero de los labios de Ryle— . ¡Llegamos tarde al Desfile! — Pero... — Prometo que pasaremos de regreso a casa, dulce — Leonidas murmuró a su oído. Incapaz de deshacer su abrazo— . ¿O acaso quieres perderte el Desfile? — ¡No! — Exclamó, pareciendo alterado. — Entonces es hora de irnos — Ryle dijo, caminando hasta su auto, con Joel y Darrel tras él— . Las ca
Leonidas había tenido un día largo en el negocio familiar, pero al abrir la puerta del departamento, todas sus preocupaciones se desvanecieron. Apenas cruzó el umbral, Ryle salió corriendo hacia él, su expresión radiante y su entusiasmo palpable.—¡Mi amor, al fin llegas! —exclamó Ryle, lanzándose sobre los brazos de Leonidas. Leonidas no pudo evitar soltar una risa al sentir la calidez de su omega. Rodeándolo con sus brazos, lo besó profundamente, saboreando el dulzor de sus labios y notando que había algo diferente en su aroma, un toque particularmente dulce que llenaba el aire.—¿Por qué hueles tan diferente hoy? —preguntó Leonidas, su tono lleno de curiosidad.Ryle sonrió de oreja a oreja, sus ojos brillaban de emoción.—¡Me desmayé! —dijo, como si aquello fuera motivo de felicidad.Leonidas frunció el ceño, la preocupación asomándose en su rostro.—¿Qué? ¿Cómo que te desmayaste, Ryle? ¿Por qué no me llamaste? ¿Estás bien? ¿Qué te pasó?Lo soltó con cuidado sobre el sofá, sin apa
A la mañana siguiente, los primeros rayos de sol apenas asomaban cuando Leonidas abrió los ojos. Miró el rostro apacible de Ryle, dormido a su lado, y no pudo evitar sonreír. Había algo en la fragilidad de su omega, en esa paz que emanaba al dormir, que le recordaba por qué haría cualquier cosa por él. Sin hacer ruido, Leonidas se levantó con cuidado, dejó una notita sobre la almohada de Ryle, junto con un mensaje cariñoso: *“Duerme un poco más, amor. El desayuno está en la cocina. Nos vemos pronto, cuídate mucho.”*Preparó un desayuno con esmero, llenando la cocina de un aroma dulce y cálido. Antes de salir, echó una última mirada al departamento, queriendo que Ryle encontrara un poco de tranquilidad y felicidad cuando despertara. Tomó las llaves de su coche y salió con sigilo, asegurándose de no hacer ruido y evitar que Ryle se despertara antes de tiempo.En el elevador, su teléfono emitió un leve sonido. Era un mensaje de su madre: una felicitación por la noticia de que sería padre
Mientras el coche avanzaba por las calles, el silencio entre Leonidas y Patrick era pesado, pero lleno de entendimiento mutuo. Ambos sabían que la situación no era fácil, pero al menos compartían el mismo deseo: ver feliz a Ryle.Patrick rompió el silencio, su voz cargada de compasión y sinceridad.—Lamento mucho esta situación, Leonidas —dijo, suspirando suavemente—. Espero que con la llegada del bebé, Angela cambie y te acepte. No mereces este trato. Eres un buen alfa para mi hijo, lo amas y lo proteges, tal como me prometiste que harías cuando nos conocimos.Leonidas, con los ojos fijos en la carretera, apretó el volante con un poco más de fuerza. Las palabras de Patrick le dieron una extraña mezcla de alivio y dolor.—No entiendo por qué ella me odia tanto, señor Patrick —dijo con un suspiro—. Nunca he hecho nada para dañarlo, jamás pondría a Ryle en peligro. Aun si en algún momento me equivoqué, ella no me da ninguna oportunidad. Desde el primer día, me rechazó sin conocerme real
Siete meses habían pasado, y el brillo en los ojos de Ryle era inconfundible. Su barriga redondeada era un recordatorio constante de la vida que crecía en su interior, llenándolo de una felicidad que no había sentido jamás. Cada mañana, al verse en el espejo, acariciaba su pancita, imaginando el rostro de su bebé y sintiendo un amor tan profundo que apenas podía describirlo. Preparaba su nido con entusiasmo y cada detalle era un reflejo de su amor y expectativa. Sin embargo, había una regla clara: nadie podía entrar allí, solo su alfa. Ni siquiera sus amigos o su propio padre. La idea de que otro olor, otro rastro de feromonas que no fueran las de Leonidas, invadiera su espacio, lo hacía sentirse incómodo. La presencia de su alfa lo tranquilizaba, su aroma lo hacía sentir protegido, y eso era todo lo que necesitaba para estar en paz.Leonidas, con una sonrisa amorosa y paciente, había estado observando esta transformación. Sabía cuánto significaba cada pequeño detalle para su omega, a