Cuando el omega se levantó de su asiento con una mueca fastidiada, el alfa ojicafé soltó un bufido, y volviendo su mirada hacia el precioso rostro de Jacob, sonrió por pura inercia. Un veloz beso estampándose contra la mejilla del más alto. — Déjame preguntarte algo... — El enigma murmuró, pareciendo encantado. Cuando los orbes marrones estuvieron fijos en sus labios, sonrió— . La verdad es que me ha dado mucha curiosidad. — Suéltalo. — ¿Por qué Joel y tú fastidiaban tanto a Leonidas y Ryle? — Soltó, logrando que una pequeña risilla abandonase la garganta del menor. — Bueno..., quizá estábamos un poquito celosos — declaró, encogiendo los hombros— . Quizá Ryle nos gustaba un poco, todo el tema de su inocencia y su maravilloso ser— uhm. — Ya veo... — Desviando la mirada hacia otro lugar, Jacob soltó el aire caliente mientras luchaba internamente con la pronta oleada de celos que lo acarreó. Sintió que estuvo en silencio por una eternidad, pero cuando Darrel se carcajeó, él quiso po
Los nervios de Ryle se disparaban de una manera tremenda por cada una de sus venas. En su cabeza tan sólo se repetía una y otra vez la preciosa imagen de Leonidas tirado en el jardín, plantando flores para él, mientras que su cuerpo era bañado en sensaciones que durante el tiempo trascurrido, había extrañado bastante. No recordaba con exactitud qué había dicho o hecho, tampoco se explicaba en qué momento llegaron a aquella circunstancia, pero de nada le servía pensar, porque los besos que el alfa repartía por su cuello le hacían perder por completo el conocimiento. Había sido todo demasiado deprisa. Ellos se habían besado y tan sólo minutos después, luego de que el omega casi chillara de la emoción que la sorpresa de Leo le provocó, estuvieron en la habitación del mayor. Ryle recostado en las suaves almohadas, mientras que Leonidas lo acariciaba con convicción por sobre la ropa. Sonrisas desprevenidas se escapaban de los labios rosados del alfa, mientras que los ojos amielados tan só
El tiempo parecía haberse detenido cuando ambos orbes colisionaron, y acercándose al rostro contrario, Leonidas lo besó con pasión. No pudiéndose creer que la estadía con Ryle fuese tan maravillosa, ni tampoco pudiendo analizar que todo aquello era tremendamente real. Al momento en que Leo empezó a sentir el calor interior comenzar a correr veloz hacia su pelvis, él tragó saliva, y echándole un vistazo sugestivo a Ryle, relamió sus labios antes de hacerlos rodar sobre la cama. El cuerpo del más pequeño descansando sobre el más grande, y la mirada sorprendida y apenada del omega haciendo enloquecer a Leonidas . — Vamos, bebé — pidió, un nuevo beso antes de que sus manos se ciñeran a las delgadas caderas del ojimiel. Ryle cerró los ojos y sintió sus piernas temblar. Aquella nueva posición lograba hacerlo estremecer, y percibiéndose insuperablemente lleno, dio una sacudida sobre la erección del alfa. Ryle siempre había sido plenamente ajeno al tema sexual. Inclusive, en ese mismo mome
Los nervios del ojimiel de inmediato se dispararon, y notando repentinamente que tendría que ingeniarse una disculpa mejor, mordió el interior de su labio. Demasiado adorable, hasta para el mismísimo Miguel. — Sé que fui una persona horrible, pero es que— cielos — cerrando un ojo, miró el rostro ante el suyo. La pronta penumbra del crepúsculo haciéndolo ver deslumbrante, y la cabeza del omega trabajando en una respuesta estupenda. ¡No podría simplemente quedarse mudo!— . Yo tenía que encontrar a Leo, ¡y no podía esperar mucho tiempo más! Y... Yo sólo lo siento. Me sentí terrible después, um. Cuando el más alto soltó un suave suspiro, los ojos mieles se posaron en los contrarios. Miguel tenía una sonrisa sincera torciendo sus labios, mientras que su rostro contenía una pizca de fascinación. Estaba plenamente encantado. Encantado con Ryle Santos. — Bueno, creo que podemos llegar a un acuerdo — dejó saber, su mano apenas subiendo hasta peinar un mechón de cabello detrás de la oreja de
Los ojos repentinamente tristes del omega volvieron a relucir con su esplendoroso brillo, y acercándose a Leonidas , lo besó con cariño. Muchos besos divertidos que terminaron en una cascada de risas. Abrazándolo nuevamente y volviendo a su posición inicial, Leonidas trazó la delicada y suave piel de Ryle con sus dedos, y cuando el ambiente comenzó a relajarse mucho más, suspiró lleno de alivio. Quería disfrutar por completo aquella noche junto a su chico, y por supuesto, pensar en Miguel estaba arruinándolo todo. — Uhm, ahora que lo recuerdo, tengo una duda — tras unos minutos de silencio, el alfa habló. Su voz sonando cantarina y animada. Cuando Ryle alzó la mirada para verlo, se contagió con su sonrisa. — ¿Qué duda, Leo? — Esta tarde, cuando estábamos— bueno — soltando una risilla, admiró como el rostro del menor se coloreó de un rojo intenso. Amaba aquellas inocentes reacciones en Ryle, ésas que le hacían sentirse desmesuradamente vivo— . ¿De dónde salió eso de cambiarle el no
El omega achicó los ojos, observando más allá y tratando de luchar contra los rayos de sol que lo cegaban. Cuando admiró la alta y delgada figura de Miguel acercarse, evitó rebotar sobre sus pies y sonrió de una manera agigantada. No llevaba allí más de cinco minutos. Leonidas estaba unos metros alejado, comprando un cono de helado para cada uno, y cuando notó la nueva presencia que arribaba en el espacio personal de su pequeño dulce, chirrió los dientes con cólera y se apresuró a llegar a su lado. — Aquí tienes, mi amor — murmuró, un tono que desquició inmediatamente al omega, quien ya había saludado tiernamente a Ryle. — ¡Muchas gracias, Leo! — Bueno, ¿nos vamos, dulzura? — Miguel cuestionó, poniendo los ojos en blanco y admirando la mandíbula del mayor apretada. Sonrió apenas, viéndose compensado por la preciosa mueca que le regaló Ryle. — ¿Seguro que estarás bien, dulce? — Leonidas susurró a su oído, la plena inseguridad sofocándolo de una manera terrible. Sentía los nervios
Era hora de destrozar al jodido Miguel, y cuando el enojo comenzó a cegarlo, supo que era demasiado tarde. — Vas m— muy rápido, Leo — apenas logró murmurar el menor. Pero Leo hizo oídos sordos, porque él estaba concentrado en otras cosas. Y lo siguió estando cuando pasó un semáforo. Y no notó que otro auto venía en dirección opuesta. Y sólo sintió el tremendo impacto, seguido del estridente grito que su precioso dulce dejó salir.Leonidas abrió los ojos de manera exaltada. De inmediato, el frío cargante que se acumulaba en la habitación comenzó a entumecerle los músculos. Su mirada divagó nerviosa por todo el alrededor, tragando la poca saliva que su garganta seca le permitió, y sintiendo el repiqueteo constante que ocasionaba su corazón contra las paredes internas de su pecho. Rápidamente, supo que se encontraba bajo la blanquecina y desesperante luz de una habitación de hospital. Percibiendo como terriblemente aumentaban sus latidos, Leo sintió sus ojos arder. Memorias estrel
Ryle observó con dolor como las palabras llenas de odio abandonaban la boca de su madre, y retorciéndose bajo las cálidas cobijas, tembló. Sus ojos aguándose prontamente. — Vamos, — empujándola levemente, el hombre de ojos mieles sacó a Angela de la habitación. Histérica, como Leonidas no quería recordarla. Pero la insufrible presencia de ella pasó a segundo plano cuando la puerta se cerró y sus ojos pasaron a observar nuevamente al omega sobre la cama. No lo pensó, simplemente corrió hacia él y lo abrazo. Un sollozo desesperado salió de la garganta del ojimiel, y apretándose furtivamente al cuerpo de su novio, dejó que sus lágrimas bajasen. — Dulce — Leonidas ahogó, sentándose en la cama y buscando frenéticamente los labios del omega. Los chocó con un suave movimiento, y acariciando el rostro preocupado de su chico ante él, jadeó de dolor. Un collarín adornando el fino cuello del omega, su rostro con cortes y una mirada por completo especial. — Creí que... N— no querían decirme