Alexander deambulaba como un león enjaulado por su mansión, el eco de sus pasos resonando con furia y desesperación. Llevaba días tratando de localizar a su esposa y a su hijo, quienes habían desaparecido sin dejar rastro. Su teléfono sonaba constantemente, pero ignoraba todas las llamadas, incluidas las de Lorena, su amante, cuyo rostro ya no podía mirar sin sentir un profundo desprecio. Nada importaba más que encontrar a su familia, aunque el remordimiento lo devoraba por dentro. Sabía que sus propios errores lo habían llevado a esta pesadilla, y ahora estaba pagando el precio más alto.El sonido del teléfono lo sacó de sus pensamientos. Contestó de inmediato, con la esperanza de que fuera alguna pista. —¿Quién habla? —preguntó con voz tensa. —Soy Maritza, señor Alexander —respondió la voz al otro lado de la línea. Alexander se congeló. Maritza había sido una empleada cercana a su esposa. —¿Maritza? ¿Dónde están mi esposa y mi hijo? ¿Sabes algo de ellos? Un largo silencio
La llegada de Emmanuel marcó un antes y un después en la vida de Clarisa y Samuel. Aunque el pequeño no era su hijo biológico, el amor que sentían por él era tan profundo como si lo fuera. Aquella fría mañana de enero, mientras la nieve cubría las montañas y los días de diciembre quedaban atrás, Clarisa se encontró mirando al bebé con una mezcla de alegría y melancolía. La memoria de Sandra, seguía viva en su corazón, y el pequeño Emmanuel era su legado más preciado.Clarisa recordó los últimos esos dias en que conocio Sandra. La recordaba con tristeza. Aquella enfermedad que se la llevó tan rápido había dejado una herida profunda en su alma. Sin embargo, la carta que Sandra le había dejado le daba fuerzas para seguir adelante. En ella, Sandra le había confiado la custodia de su hijo, rogándole que no permitiera que el niño cayera en manos de su padre. Clarisa y Samuel lo prometieron. Harían todo lo necesario para proteger a Emmanuel y asegurarse de que tuviera una vida llena de amor
Alexander había pasado un mes sumido en un abismo de dolor y remordimientos tras la muerte de su esposa Sandra y su hijo, o al menos eso creía. Cada noche, la imagen de ellos le atormentaba, y los ecos de sus risas resonaban en los rincones vacíos de su mansión. Pero la oscuridad en su corazón no había sido solo fruto de la pérdida; también llevaba consigo el peso de sus decisiones, en especial la venganza que lo llevó a eliminar a Lorena y a su padre. Esa noche fatídica seguía grabada en su mente.Había llegado al penthouse con un propósito claro. Lorena, siempre radiante y segura de su poder, lo recibió con una sonrisa seductora. Se acercó a él sin sospechar nada, plantándole un beso en los labios, pero Alexander la apartó bruscamente. —¿Crees que vine aquí para pasarla bien contigo, maldita asesina? —rugió con furia contenida. Ella lo miró, desconcertada. —¿Qué te pasa, Alexander? ¿Por qué me hablas así? —preguntó, cruzándose de brazos. —¿Pensaste que, después de mandar a m
Samuel estaba ocupado quitando la nieve acumulada frente a su casa. El invierno había dejado el vecindario cubierto de blanco, y aunque el trabajo era agotador, encontraba un extraño consuelo en el frío aire matutino. A su lado, el camión de basura pasaba recogiendo los restos de las fiestas de diciembre y el inicio del año, mientras él desarmaba las luces navideñas que adornaban la fachada. Al otro lado Clarisa observaba a su esposo con su hijo, Emmanuel, acurrucado en sus brazos. El clima era ideal para un paseo, pero pronto Samuel tendría que marcharse al trabajo, dejándola a cargo del niño.Clarisa había tomado una decisión importante: renunciar a la idea de contratar a alguien para cuidar a Emmanuel. Su trabajo como administradora de una propiedad perteneciente a una mujer adinerada le ofrecía la flexibilidad necesaria para estar con su hijo. Era una labor tranquila, compartida con tres muchachas más, y su jefa, a quien veía pocas veces al año, había demostrado gran aprecio por e
Había pasado más de un año desde que Emmanuel llegó a la vida de Clarisa y Samuel en una inolvidable noche de Navidad. Ahora, faltaban pocos días para que diciembre comenzara, y con él, la celebración del primer cumpleaños del pequeño. Clarisa se encontraba emocionada; su hijo ya daba pequeños pasos, y cada día se convertía en un recordatorio viviente de la felicidad que ahora llenaba su vida.El pequeño Emmanuel era el vivo retrato de Sandra, una mujer muy importante en la vida de Clarisa, a quien recordaba con cariño. Fue precisamente una señora llamada Maritza quien dejó al niño en su puerta aquella noche, y desde entonces, Clarisa había tomado la decisión de darle un hogar lleno de amor. Maritza regresó un día para visitarlos, y Clarisa, sintiendo gratitud por lo que ella había hecho, le permitió quedarse un rato. Aprovecharon el momento para tomarle una fotografía con Emmanuel, guardando ese recuerdo como un gesto de afecto y respeto. Incluso descubrío que a Sandra la mando a mat
El frío comenzaba a hacerse presente con mayor intensidad a medida que noviembre avanzaba. Clarisa ajustó su chaqueta de lana y acomodó las botas de felpa, suspirando al sentir cómo el aire helado de la mañana le rozaba las mejillas. Era su semana de vacaciones, un raro lujo que esperaba aprovechar al máximo, y no había mejor manera de hacerlo que en el campo de hielo. El patinaje siempre había sido su refugio, una actividad que le devolvía la calma y la alegría, especialmente en esta temporada. Mientras se preparaba para salir, su esposo, Samuel, entró por la puerta con expresión cansada y el celular en la mano. —¿A dónde vas, Clarisa? —preguntó mientras dejaba sus cosas sobre la mesa. —Voy a dar un paseo —respondió ella, evitando su mirada mientras ajustaba su bolso al hombro—. Estoy aburrida, y el clima, aunque frío, es perfecto para patinar. Samuel la observó por un momento, notando el brillo en sus ojos que solía aparecer cuando mencionaba el patinaje. —Hace mucho frío a
Clarisa despertó entusiasmada por la mañana. El frío de noviembre calaba los huesos, pero no lograba apagar su esperanza. Esa cita médica representaba una nueva oportunidad, un paso hacia el sueño que ella y Samuel compartían: formar una familia. Se había preparado con esmero; después de ducharse y vestirse con ropa abrigada, bajó a la cocina para preparar el desayuno. Mientras Samuel terminaba de arreglarse, ella dispuso tostadas con bacon, huevos revueltos y café con leche. Estaba decidida a que ese día estuviera lleno de esperanza y optimismo. Cuando Samuel llegó a la mesa, se sentaron a desayunar juntos. Él la observó con una sonrisa tranquila y le preguntó: —¿Estás bien? Clarisa asintió con entusiasmo. —Sí, estoy bien. Tengo fe en que la cita de hoy nos traerá respuestas. Quizás solo necesitamos saber cuál es el momento más fértil para intentarlo. Samuel asintió, pero notó que Clarisa se quedó en silencio, mirando su plato. Preocupado, insistió: —¿Qué pasa? Ella dud
Sandra miraba el tictac del reloj moverse mientras acariciaba su vientre abultado. El cansancio la invadía y la incertidumbre sobre cuándo nacería su hijo la desesperaba. Sus pensamientos, sin embargo, no se limitaban a su embarazo; su mente daba vueltas en torno a Alexander y sus decisiones. Sabía que si él no cambiaba de opinión respecto a su peligrosa actividad de vender drogas, ella tendría que alejarse de su lado. Pero no era tan sencillo. Con su avanzado embarazo, no podía simplemente irse sin un plan claro. Pensó que quizá lo mejor sería esperar hasta que su bebé tuviera uno o dos meses de nacido antes de tomar cualquier decisión drástica. Resignada, soltó un profundo suspiro y decidió darse un baño para despejar su mente. Pasó la mañana en la bañera, sumergida en el agua caliente, mientras el frío del día parecía calar en sus huesos. Al salir, aún con el albornoz puesto, encontró a Alexander recostado en la cama. -¿Me darías un besito? -le dijo él con una sonrisa pícara al v