CAPÍTULO 40
Luego de que Maximiliano viera a Renato irse, caminó hasta la oficina donde Marisa se encontraba, sentada en ese sofá cama, que justo en ese momento era solo sofá, platicando con Mía en la conversación más disparatada de la vida, pues la niña decía muchas cosas incomprensibles y Marisa le respondía y preguntaba como si de verdad le entendiera lo que decía.

—¿Cómo es que no te duele la cabeza de escucharla todo el tiempo? —preguntó el hombre, sentándose al lado de esa joven que sostenía a la niña sobre sus piernas—. Yo no puedo escucharla más de dos minutos sin querer llorar.

Marisa sonrió. Esa sensación debía ser general, aunque ella soportaba mucho más que dos minutos, tal vez porque era mucho más paciente que ese hombre, porque no creía amar a Mía más que él.

—Paciencia, señor —declaró la joven—. La clave está en la paciencia.

Maximiliano entornó los ojos. Paciencia era algo que no habían incluido en su paquete de cualidades que venía con él cuando nació, y entrenarla a tales alt
Mary Ere

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