CAPÍTULO 27
—Con tu permiso —pidió Marisa, molesta por la forma en que esa mujer intentaba obligar a Mía a quedarse en sus brazos—, recién aprendió a caminar, así que no le gusta que la carguen.

—Pero si no la cargas no vamos a llegar jamás —declaró Julissa algo que parecía poder hacerse realidad, porque, no solo caminaba lento, sino que Mía se distraía con todo y se desviaba o hacía paradas cada medio minuto.

—Paciencia, psicóloga —pidió la castaña y la azabache hizo una mueca de molestia—. Si llevas tanta prisa, adelántate, yo llegaré cuando ella quiera... o nunca.

—Es la inauguración de mi consultorio —recordó la joven azabache y Marisa respiró profundo, disimuladamente, pidiéndose, internamente, paciencia a sí misma, y sonriéndole a la chica que odiaba todo de ella, pero mucho más su sonrisa—... por su puesto que quiero que mi sobrina esté conmigo. ¿Por qué rayos te estacionaste tan lejos?

—Porque en pleno centro no es seguro que haya lugar para estacionarse —informó la que era cuestionada
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