—¿Cuándo dijo eso? —preguntó Maximina, que no recordaba esas palabras saliendo de la boca de la psicóloga. —Julissa fue a buscarla a su oficina horas atrás —informó Maximiliano y Maximina entendió que, en el herido corazón de esa joven, había mucho más de lo que ella había hecho mal, y que no sabría curarlo porque lo desconocía. —Tal vez Julissa no lo dijo con mala intensión —sugirió Marisa tras ver la consternación en el rostro de la mujer mayor—, parece que está buscando lo mejor para su sobrina y…, tal vez tiene razón... Tal vez lo mejor para Mía no soy yo, pero, como eso es tan difícil de aceptar para mí, creo que lo mejor es que me vaya antes de causar más daños. Maximina llevó ambas manos a su cara, cubriendo su lloroso rostro, pero su llanto comenzó a ser audible hasta cuando escuchó de esa joven la petición de despedirse de Mía, que había pasado todo el tiempo dormida en el portabebés sobre el comedor de la cocina. » Adiós, mi bebé —dijo Marisa y lloró de nuevo bajito, a p
—Marisa, no te vayas —pidió de nuevo Maximina y la expresión de la joven fue casi suplicante—, por favor, no te vayas. La joven en la cama no pudo decir nada, solo agachó la mirada y negó con la cabeza. Ella había tomado una decisión, y una difícil decisión, así que no había caso ya en hablar sobre eso. » Lamento lo que pasó —dijo Maximina, llegando hasta la cama, sentándose en ella y tomando la mano de la joven—, te perdí de vista porque pensé que compartías mi emoción por saber algo de la familia materna de Mía, pero lo que yo quería que mi nieta aumentara sus relaciones, no que te suplantara con Julissa; pero no lo supe hacer, así que te lastimé, lastimé a Mía y hasta yo terminé herida por dar por sentado algo que debí preguntar. Marisa no supo qué decir, porque, algo en su interior le seguía diciendo que esas cosas seguirían pasando si no se alejaba, y porque, aunque intentó no dejarla mal parada frente a ellos, Marisa tenía en claro que Julissa no era una buena persona, y que
—¿No están tú y tu madre siendo demasiado crueles conmigo? —preguntó una azabache envuelta en llanto—. Sí, soy consciente de que piensan que cometí un error, pero no lo hice... Yo no quiero hacerle ningún mal a esa mujer, solo quiero que mi sobrina esté bien, y eso no es algo tan abominable como para que me saquen de la vida de mi sobrina... Ella es mi sobrina... Es la única hija de mi difunta hermana... Ustedes no pueden quitármela... No pueden alejarme de ella por causa de esa mujer. —Esa mujer, como tú le llamas, no es causa de nada —respondió Maximiliano que, por alguna extraña razón, no lograba sentir simpatía con las lágrimas de esa mujer frente a él—... Fueron nuestras vacaciones familiares. Sí, eres la tía de Mía, pero nada más. —¿Y ella qué es? —cuestionó Julissa, rabiosa más que furiosa—. No es tu hermana, no es hija de tu madre, por supuesto no es la tía de mi sobrina, mucho menos su madre... ¿Qué la convierte en su familia, entonces? —Que soy la novia de Maximiliano —de
—Nueva inquilina —informó la señora Lidia, y Marisa asintió, entornando los ojos—, lo único malo es que es muy especial con la comida.—Eso no es lo único malo —declaró Marisa, terminando por fruncir los labios y abrir mucho los ojos mientras alzaba a Mía del portabebés—; también es malo que me trae entre ceja y ceja, ya hasta intentó sacarme de la casa.—¿Cómo crees? —cuestionó Lidia, luego de reflejar su asombro en un sonido de aire sorbido con la boca abierta.—Y lo peor es que quizá lo logre —soltó la castaña, meciendo a la niña que se abrazaba a ella mientras le sonreía y le decía montón de inentendibles cosas—, porque ella ya no tiene donde quedarse, y, bajo el mismo techo, una de las dos tendrá que morir... Y yo no quiero ir a la cárcel por matar a la verdadera tía de esta preciosurita hermositita.Marisa había finalizado la frase con una voz chiqueona y con la niña que cargaba entre los brazos riendo de eso.» En fin —declaró la joven—, si me voy, me manda desayuno y comida co
—Con tu permiso —pidió Marisa, molesta por la forma en que esa mujer intentaba obligar a Mía a quedarse en sus brazos—, recién aprendió a caminar, así que no le gusta que la carguen. —Pero si no la cargas no vamos a llegar jamás —declaró Julissa algo que parecía poder hacerse realidad, porque, no solo caminaba lento, sino que Mía se distraía con todo y se desviaba o hacía paradas cada medio minuto. —Paciencia, psicóloga —pidió la castaña y la azabache hizo una mueca de molestia—. Si llevas tanta prisa, adelántate, yo llegaré cuando ella quiera... o nunca. —Es la inauguración de mi consultorio —recordó la joven azabache y Marisa respiró profundo, disimuladamente, pidiéndose, internamente, paciencia a sí misma, y sonriéndole a la chica que odiaba todo de ella, pero mucho más su sonrisa—... por su puesto que quiero que mi sobrina esté conmigo. ¿Por qué rayos te estacionaste tan lejos? —Porque en pleno centro no es seguro que haya lugar para estacionarse —informó la que era cuestionada
—Buenas tardes —saludo Marisa, tomando el micrófono para dar inicio con el evento y hacer la inauguración—. Mi nombre es Marisa Altamirano, soy la administradora y fundadora de este centro de múltiple atención psicológica y, con el apoyo de Tania Landeros y Alberto Torres, directores del centro, y junto a todos los profesionales de la salud emocional que trabajan aquí, me complazco de dar por inaugurado el CMAP, para el bien de la comunidad de nuestra ciudad. Los aplausos le sabían a Julissa cada vez más amargos y, cuando la otra pidió que cada uno de los psicoterapeutas se presentaran y dieran una pequeña introducción sobre sus áreas y labores, la odio en serio, porque ella estaba tan enojada que no se podía tranquilizar. Ni siquiera supo cómo le fue, pero escuchó a unos cuantos preguntarse por qué estaba tan nerviosa si era una psicóloga, por eso, Julissa odio mucho más a la que, ahora sabía, era dueña del lugar en que trabajaba. Luego de la presentación de todos, el presidente m
—¿Qué estás viendo? —preguntó Renato Cortés, tras haber sentido cómo su amada novia se sentaba en la cama, revisando su celular con mucho interés.—Nada —respondió Olga, bloqueando el teléfono con prisa y dejándolo sobre el buró antes de volver a recostarse en la cama, que compartía con ese sujeto con el que vivía—. Mi hermana me envió una tontería.—¿Estabas hablando con tu hermana? —cuestionó Renato, que la había visto salir de la cama y habitación en cuanto su teléfono sonó, y Olga respondió afirmativamente con un sonido gutural—. ¿De qué hablaban?—De nada, Renato —aseguró la joven, cubriéndose con la colcha para que el otro interpretara que lo que ella quería era dormirse ya.—¿Cómo nada? Dijiste algo de un hombre que ella se quería quedar, ¿no? Un tal Emiliano, ¿era así? —cuestionó el hombre y Olga hizo una mueca que su novio no podía ver.—Son cosas de mi hermana, no de tu incumbencia, así que mejor duérmete, Renato —pidió la azabache, fingiendo que tenía sueño.Y es que, de lo
—Sí, no nos llevamos del todo bien —declaró Marisa, sonriendo, y quien la escuchaba también sonrió—, pero mi suegra, la dueña de la casa donde vivimos, le tiene mucho aprecio, así que intento ser la madura, pero, tal vez, tampoco soy tan buena adulta.—Ser adulto ya es complicado —aseguró Olga, con una sonrisa tan deslumbrante que Marisa no podía evitar sonreír en respuesta—, ser bueno es un nivel pro.Las dos se rieron, Marisa se despidió y, viéndola irse, el rostro de Olga se endureció al punto de terminar con los dientes muy apretados.—Es una odiosa —declaró Julissa, desde la cama, dejando de fingir que dormía—, te juro que, si tuviera la oportunidad, la aventaría frente a un camión, para desaparecerla.—Oye —se quejó la mayor—, no me cuentes tus planes. Te conviene que yo no te sepa culpable para poderte defender. Por ahora, cuéntame qué es eso de que tu departamento se incendió.—Yo le prendí fuego —declaró la menor de las Falcón y Olga se rio de lo estúpida que podía llegar a s